Señor, cuántos esclavos
Señor, cuántos esclavos por las drogas, el alcohol, el sexo, la comida, la fama y el dinero. Cuánto desperdicio de humanidades perdidas por vivir dependiendo de lo externo para sentirse realizados. Qué fácilmente somos llevados a perder nuestra libertad, cambiada por un pedazo de manjar que lleva dentro veneno mortal. Somos como ovejas llevadas al matadero sin conciencia del valor de nuestra dignidad. Terminamos convertidos en barcos a la deriva movidos por los vientos huracanados de nuestras propias pasiones, enardecidas por los espejismos de falsos paraísos, que terminan en infiernos terriblemente torturadores.
Allí vemos a los drogadictos hablando solos y comiendo en los basureros. Los alcohólicos perdiendo empleos y acabando con familias y su buen nombre. Por otro lado, violadores criminales y los que dependen de comer y en exceso para sentirse mejores. Y no digamos los esclavos del dinero, que para poder mantener el culto a ese dios falso son capaces de vender a su propia madre o matar al mejor amigo. Por la fama se hace lo que sea, desde cirugías plásticas, vestir, cantar y bailar indecentemente hasta convertir el cuerpo en exhibición de morbosos para atraer a la gente.
Señor, vamos hacia el abismo, como si fuéramos rehenes de un gran secuestro, el de Satanás que nos quiere ver destruidos por ser hechos a imagen y semejanza tuya. Te odia tanto, pero como a ti nada puede hacerte, busca todo aquello que te recuerde para meter sus colmillos terroríficos y triturarnos hasta la misma muerte. Señor, hoy parecemos como hipnotizados y por eso aceptamos como normal lo que no lo es, y nada nos causa asombro, ni la muerte por sobredosis de muchachos, o el alto índice de borrachos que conducen en las carreteras, golpean a sus mujeres, o terminan muertos en riñas de cantinas. No nos produce estupor ver cómo hay tanto crimen por el narcotráfico, o escándalos por robos continuos de políticos, desfalcos en empresas, o evasión de impuestos y ladrones de cuello blanco.
Señor, ten piedad de nosotros. Hemos cambiado el paraíso que tú creaste por un mundo lleno de tanto espanto; cárceles repletas de vidas jóvenes truncadas, multitudes viviendo en la miseria más escandalosa, niños que no conocen a su padre ni acaban su escuela, dementes provocados por la droga, y todo porque te dimos la espalda, y creamos nuestros dioses y nuestra propia moral de conveniencias.
Señor, nos arrodillamos ante ti, e imploramos tu clemencia, y que cambies nuestro corazón de piedra por uno de carne, al estilo de tu hijo Jesús, el Salvador del mundo, que fue fiel a ti ¡oh, Padre!, venció las tentaciones y nos da la fuerza para vencer a las tinieblas.