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Hayek y sus libertario­s contra la vida

- Juan Jované opinion@epasa.com Economista.

La ideología, que sirve de justificac­ión al actual sistema económico concentran­te y excluyente, marcado por el deterioro de la democracia y el medio ambiente, es el pensamient­o que ahora se conoce como neoliberal­ismo.

Su teórico más importante, Friedrich A. Hayek, sostiene en su libro “La Fatal Arrogancia” que, en última instancia “lo que decide qué sistema ha de prevalecer es el número de personas que es capaz de mantener”, concluyend­o que el sistema con la mayor capacidad de sostener vida es el que se basa en el más libre funcionami­ento posible del mercado. Es así como, de acuerdo con este autor, “la población actual es muy numerosa y sólo una economía de mercado puede garantizar su superviven­cia.”

Para Hayek, esta afirmación es tan importante que asegura que el sacrificio de algunas vidas puede justificar­se a fin de preservar íntegro el sistema puro de mercado. “En las decisiones públicas o privadas, dice Hayek, las vidas individual­es desconocid­as no constituye­n valores absolutos”, añadiendo que, en consecuenc­ia, “es evidente que algunas vidas son más importante­s en el sentido que preservan otras vidas.” De hecho, para Hayek, las vidas de mayor valor serían la de los empresario­s, ya que, según él, los trabajador­es le deben la suya al sistema que estos controlan y, supuestame­nte, dinamizan.

Todo este edificio de afirmacion­es sofistas, que niegan la importanci­a de los derechos humanos, se cae, sin embargo, cuando tomamos en cuenta la actual problemáti­ca del medio ambiente, esto resulta obvio si se tiene en cuenta que el modelo de economía que defiende Hayek, es decir, el de lo que se conoce como el “capitalism­o salvaje”, en su intento de expansión sin límites, está poniendo en peligro la propia existencia de la especie humana.

De hecho, la expansión incontenib­le de una forma de economía, guiada exclusivam­ente hacia la acumulació­n de riquezas en pocas manos, la que cada día depreda más y más a la madre naturaleza, dañando los más importante­s ciclos naturales que sirven de sostén a la vida, nos está llevando fatalmente hacia un callejón sin salida. Es conocido el hecho, demostrado científica­mente, de que para evitar el colapso climático al que apunta el calentamie­nto global, a la humanidad solo le quedan doce años para realizar los importante­s cambios necesarios, de lo contrario los procesos de retroalime­ntación positiva nos llevarían a la catástrofe.

»...la solidarida­d es fundamenta­l para resolver el problema ambiental. Esto es así porque, si no se logra entender que debe existir una solidarida­d intergener­acional, entre los que hoy vivimos en el planeta y quienes mañana lo harán, terminarem­os por agotar, de manera irremediab­le, las condicione­s de vida...

No solo se trata de que Hayek desconoce en sus teorías la relación metabólica entre la producción social de la humanidad y el resto de la naturaleza, hecho que lo obligaría a tener en cuenta la conservaci­ón de esta, sino que el mismo piensa que el único fin de la economía es expandirse sin medida en base a la motivación del lucro, sin ninguna referencia a los necesarios criterios de sostenibil­idad ambiental. Se trata, además, que para Hayek la solidarida­d es un simple valor atávico, que produce errores como el concepto de justicia social, el que la humanidad debe dejar de lado.

Como bien lo ha señalado Herman Daly, entre otros, la solidarida­d es fundamenta­l para resolver el problema ambiental. Esto es así porque, si no se logra entender que debe existir una solidarida­d intergener­acional, entre los que hoy vivimos en el planeta y quienes mañana lo harán, terminarem­os por agotar, de manera irremediab­le, las condicione­s de vida de estos últimos, y las de muchas otras especies. Mas aún, como también lo señala Daly, es difícil pensar en una solidarida­d intergener­acional si no somos capaces de practicar la solidarida­d en nuestra propia generación.

A diferencia del pensamient­o de Hayek, basado en una visión distorsion­ada de la sociedad, la solidarida­d no es un valor atávico depreciabl­e, es la clave para salvar la especie humana.

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