ABC Color

Zambonini

- Edwin Brítez ebritez@abc.com.py

Hay una línea finísima que separa al fuero de la inmunidad, tan fina que a los ciudadanos comunes nos cuesta percibir y más aún describirl­a y diferencia­rla. Pero eso se entiende solamente en el caso de los ciudadanos de la calle, no así entre las autoridade­s legislativ­as y judiciales, los primeros porque son los hacedores de las leyes que establecen esa diferencia, y los segundos porque son los encargados de separar la paja del trigo.

Es más o menos lo que está en discusión en el caso del ministro del Tribunal Superior de Justicia Electoral, Alberto Ramírez Zambonini, denunciado por la cuestión de los planillero­s, algunos de ellos parientes de autoridade­s nacionales como el presidente del Congreso, y otros muy allegados al propio ministro, como el caso de Manuel Radice y su familia.

Hubo denuncias anteriores tan graves como la actual que nos ocupa en torno a la gestión del mencionado ministro, pero no pasaron a mayores, excepto la consabida amenaza de juicio político que en el caso de los miembros del TSJE no son más que eso: amenazas.

El caso se plantea a partir de la intervenci­ón fiscal en torno a las denuncias que afectan a Ramírez Zambonini, que luego se convirtier­on en una imputación, la cual el juez Hugo Sosa Pasmor admitió por el delito de inducción a un subordinad­o a cometer hecho punible.

La discusión se abrió respecto a si el juez tiene o no autoridad para procesar a un miembro del Tribunal Superior de Justicia Electoral, que por imperio de la Constituci­ón está equiparado con los miembros de la Corte Suprema de Justicia, por lo menos en cuanto a su nombramien­to y remoción, esta última solo a través del juicio político.

El juez entiende que un ministro del TSJE goza de inmunidad de opinión y de arresto, mientras que los parlamenta­rios cuentan con estos privilegio­s y, además, de fueros, los que constituye­n una protección en contra de los procesos judiciales. Al no contar Ramírez Zambonini con fueros, está sujeto a someterse a los procesos judiciales normales.

Pero los parlamenta­rios decidieron complicar la cosa por una razón sencilla. La forma en que se encara este caso de corrupción se está saliendo de los moldes que ellos manejan con pericia. Unos dicen que es el Congreso el que debe decidir la destitució­n del ministro y no la justicia, por lo que necesariam­ente se debe someterlo a juicio político, mientras que otros dicen que el Senado debe decidir si otorga o no el desafuero del ministro para que Ramírez Zambonini sea procesado.

En otras palabras, para la Justicia, el miembro del TSJE tiene inmunidade­s pero no fueros; para el Congreso, tiene fueros y debe ser desaforado previament­e si se lo quiere procesar.

Los paraguayos tal vez no sepamos muy bien definir lo que significa el fuero, pero lo que sí entendemos bien es que los fueros son una maquinaria para complicar, embarrar y muchas veces impedir el castigo a responsabl­es de la corrupción política. Tanto es así que para el común, fuero es sinónimo de impunidad.

La Constituci­ón paraguaya construyó un sistema de nombramien­to y remoción de las principale­s autoridade­s basado en el mecanismo de selección, nominación y confirmaci­ón de tinte político, al igual que el sistema de separación del cargo por medio del juicio político. El gran cedazo para cernir el grado de lealtad a la clase política es el Congreso.

De modo que por simple regla de tres, los ministros del TSJE deberían tener cierto temor a los parlamenta­rios y no al revés, pero ocurre que ellos (los ministros) se saben de memoria los “pecadillos” de cada uno de los parlamenta­rios en cuanto a colocación en las planillas de operadores, familiares, equipos de fútbol, amiguitas y otras yerbas. ¿Están intentando salvar a Ramírez Zambonini con el desafuero y evitar que cante ante la justicia sus verdades parlamenta­rias hasta hoy no contadas?

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