Un año contradictorio
Como es natural, muchas personas querrían que este año se prolongase por uno más; otras, con el deseo de que tendría que haberse ido pronto. Solemos escuchar que el tiempo es oro. Depende. Hay meses enteros que uno los daría por dos céntimos y momentos que no cambiaríamos por nada en el mundo.
Para nuestro país fue un año contradictorio, como siempre. Por un lado, los técnicos, con números en mano, nos aseguran que la economía está bien; que no ha decaído el crecimiento; que estamos mejor que nuestros poderosos vecinos. Podría ser. Por otro lado, cuando se produce la catástrofe de las aguas que suben sin parar y expulsan de sus hogares a miles de personas, aparece la calamidad de nuestra pobreza. Y junto con ella, las eternas improvisaciones e imprevisiones. Las mismas escenas que hoy golpean nuestros ojos y nuestra sensibilidad, veremos en las próximas inundaciones.
Sin negar que el crecimiento económico pudiera ser una realidad saludable, tenemos que hablar también del crecimiento imparable de la corrupción en cuya bolsa sin fondo es posible que se encuentre todo lo esforzadamente ganado.
Bueno es señalar el veto presidencial a la ley cocinada en Senadores por la cual el Estado habría de dar un montón de dinero más a los partidos políticos. Los senadores, en vez de cuidar el dinero de los contribuyentes, estaban dispuestos a tirarlo en vez de ayudar, por caso, a la salud y la educación. Pero no, primero ellos, y generalmente para nada.
Y frente a estos hechos, enteramente repudiables, están los buenos ciudadanos que se afanan en limpiar la imagen del país con su talento y sensibilidad. Ellos son los intelectuales y artistas, que también este año nos llenaron de justo orgullo. Imposible no mencionar a Berta Rojas, cada vez más internacional, cada vez más admirada. Y los escritores e investigadores que dan muestras de laboriosidad pese a la atmósfera gris que envuelve a nuestro país.
Las editoriales Servilibro, El Lector, Intercontinental, entre otras, de nuevo este año dieron a conocer obras fundamentales que enriquecen la bibliografía nacional. A mi criterio, no podemos dejar de mencionar “Eligio Ayala El estadista en una democracia incipiente”, de Julio César Frutos, sobre la que me referiré oportunamente; “El señor Antúnez”, de Susana Gertopan, y la biografía de Agustín Goiburú, escrita por Alfredo Boccia.
“El señor Antúnez” es una fiesta de la imaginación. Un desafío a la imaginación. Detrás de un modesto apellido se esconde un estallido incesante de creatividad que nos lleva de la intriga al asombro, de la ficción literaria a la realidad de la vida hecha ficción, de la expectativa al hallazgo de otro juego alucinante de hechos que no son tales, de personajes que viven la vida de otros, de irrealidades que se vuelven reales, o al revés, todo dentro de la mejor literatura. Estas fueron, entre otras, mis apreciaciones en la presentación del libro.
En cuanto a la obra de Boccia, sobre la que también me he referido en el prólogo, se da la contradicción –como acontece con la buena literatura– de que el libro, cargado de penalidades, se lee con deleite. Desde el inicio el autor nos conduce con pericia por un laberinto de acontecimientos propios de las mejores novelas de aventura. Dueño de una admirable capacidad para el relato, investigador certero que no se contenta con datos parciales, nos ofrece en esta obra el estudio acabado de una época. Con un atractivo manejo del idioma nos conduce a algunas de las situaciones más dolorosas que le tocó padecer el Paraguay.
En suma, otro buen tiempo literario.
Feliz año.