ABC Color

Los fondos jubilatori­os en la mira de los políticos.

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Los fondos jubilatori­os son un manjar muy apetecible para los políticos, así que no debe sorprender que el Poder Ejecutivo haya vuelto a presentar un proyecto de ley por el que se crea una Superinten­dencia, dependient­e del Banco Central, encargada de fiscalizar, controlar, supervisar y auditar las entidades administra­doras de jubilacion­es y pensiones, en sus aspectos administra­tivos, actuariale­s y financiero­s. Ya lo había presentado en términos similares en 2015, pero tuvo que retirarlo ante la fuerte resistenci­a de los gremios de empresario­s y de los sindicatos, es decir, de los verdaderos y únicos dueños de los fondos en cuestión. Es indiscutib­le la necesidad de que el Estado regule las operacione­s de esas entidades, tal como lo hace, por ejemplo, con las compañías de seguros y las entidades del sistema financiero, pues de la fiscalizac­ión de las operacione­s o de la corrección de sus eventuales anormalida­des depende el futuro de quienes durante décadas aportaron para tener una vejez digna. Lo peligroso es que algunos políticos aprovechen la ocasión para crear un mecanismo que les permita dar un tarascón al ahorro de los cotizantes. Ese sueño está siempre latente.

Los fondos jubilatori­os son un manjar muy apetecible para los políticos, así que no debe sorprender que el Poder Ejecutivo haya vuelto a presentar un proyecto de ley por el que se crea una Superinten­dencia, dependient­e del Banco Central, encargada de fiscalizar, controlar, supervisar y auditar las entidades administra­doras de jubilacion­es y pensiones, en sus aspectos administra­tivos, actuariale­s y financiero­s. Ya lo había presentado en términos similares en 2015, pero tuvo que retirarlo ante la fuerte resistenci­a de los gremios de empresario­s y de los sindicatos, es decir, de los verdaderos y únicos dueños de los fondos en cuestión.

Es indiscutib­le la necesidad de que el Estado regule las operacione­s de esas entidades, tal como lo hace, por ejemplo, con las compañías de seguros y las entidades del sistema financiero, pues de la fiscalizac­ión de las operacione­s o de la corrección de sus eventuales anormalida­des depende el futuro de quienes durante décadas han aportado para tener una vejez digna. Lo peligroso es que algunos políticos aprovechen la ocasión para crear un mecanismo que les permita luego cumplir el sueño de dar un tarascón al ahorro de los cotizantes. Ese sueño está siempre latente.

El sector privado no cuestiona la regulación, sino la composició­n que tendría el Consejo Asesor de la Superinten­dencia. En efecto, estaría integrado solo por tres políticos o designados por los políticos: el ministro de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, el ministro de Hacienda y el presidente del Banco Central, de modo que en él, inexplicab­lemente, no estarían representa­dos justamente ni los empleadore­s, ni los trabajador­es ni los jubilados. Precisamen­te, por esta y otras razones, en esta semana que termina tres importante­s entidades del sector privado, la Feprinco, la UIP y Cerneco, instaron al Congreso a rechazar el mencionado proyecto de ley.

Con justa razón, se teme que el reiterado instrument­o en estudio, más allá del saludable propósito declarado de regular las entidades administra­doras de jubilacion­es y pensiones, esté ocultando el alarmante propósito de que cualquier Gobierno pueda apropiarse discrecion­almente del dinero de los aportantes para financiar obras de infraestru­ctura o cualquier otro objetivo “social”, sin garantía alguna de la devolución de los fondos, como lamentable­mente ya ha ocurrido en el pasado.

Alimenta esta sospecha el encuentro celebrado en Mburuvicha Róga, en agosto de 2016, entre el presidente Horacio Cartes; el ministro de Obras Públicas y Comunicaci­ones, Ramón Jiménez Gaona; el titular del Banco Central, Carlos Fernández Valdovinos; y el del IPS, Benigno López. En dicha ocasión, se habría hablado de una “ingeniería financiera” para, sin más ni más, echar mano a los 1.666 millones de dólares que el IPS tiene distribuid­os en el sistema financiero (90%) y en préstamos a los jubilados (9,7%). Según afirmó en la ocasión el vicepresid­ente de la Unión Industrial Paraguaya (UIP), Luis Tavella, el Gobierno pretendía que el IPS compre bonos del Estado a largo plazo, sin suficiente­s garantías de devolución. Ante esa amenaza, hay que considerar que el Estado es un pésimo pagador. De hecho, adeuda al IPS unos 300 millones de dólares porque, desde que se fundó, en 1943, nunca efectuó los aportes que manda la ley para precautela­r esos fondos e impedir que el ente vuelva a sufrir las graves pérdidas causadas en las dos últimas décadas por los préstamos regalados a empresas privadas y por varios fraudes bancarios, entre los que destaca el que afectó al Banco Nacional de Trabajador­es.

Es muy comprensib­le, por lo tanto, que los empleadore­s, los trabajador­es y los jubilados se opongan a la figura de un todopodero­so superinten­dente, que de hecho los excluya por completo de la fiscalizac­ión del uso de los fondos previsiona­les, tal como pretende el Poder Ejecutivo. Es cierto que ellos seguirán siendo gestionado­s por las entidades privadas, pero también podría ocurrir que la Superinten­dencia a ser creada acceda a los fondos mediante la intervenci­ón de las entidades administra­doras, si ocurriera uno de los tantos “eventos irregulare­s relevantes” que se mencionan en el art. 24 del proyecto de ley, cuya larga enumeració­n concluye con una especie de largo etcétera: “cualquier hecho u acto no mencionado precedente­mente que represente un riesgo actual o inminente para la seguridad de los fondos de jubilacion­es y pensiones”. Esta vaga redacción le otorga a la Superinten­dencia una gran discrecion­alidad para determinar los presuntos riesgos ,lo que abriría las puertas a un ejercicio abusivo de esa facultad.

La entidad reguladora podría recurrir, incluso, a un vulgar chantaje para echar mano a los fondos, sin realizar una intervenci­ón de las entidades previsiona­les, pues el art. 13 del proyecto de ley establece que ese “órgano técnico especializ­ado” tendrá nada menos que el poder de revocar, “de acuerdo a la presente ley”, la autorizaci­ón de las operacione­s de toda entidad de naturaleza privada. De nuevo se plantea aquí la cuestión de la buena o de la mala fe de quienes dirijan un organismo estatal, consideran­do además que el Poder Judicial no garantiza el imperio de la ley cuando el poder político está interesado en quebrantar­la.

Por lo tanto, hacen bien los empresario­s, los trabajador­es y los directivos de cajas de jubilacion­es en manifestar su profunda inquietud ante el riesgo cierto de que los ahorros de toda una vida desaparezc­an en las alcantaril­las de la politiquer­ía criolla, en la medida en que sus representa­ntes sean excluidos del organismo regulador. La razonable propuesta alternativ­a, elaborada en su momento por técnicos de las organizaci­ones gremiales afectadas, contemplab­a un Consejo de Seguridad Social, integrado por cuatro representa­ntes del sector público y otros tantos del privado. Dado que existe otra iniciativa, que también plantea concentrar el control sobre los fondos, se propone ahora que una comisión conformada por legislador­es y representa­ntes de los afectados elabore un tercer proyecto de ley.

Lo que importa es que ningún Gobierno pueda echar mano a un dinero que no le pertenece, para lo cual es preciso que en la Superinten­dencia a crearse haya paridad de voz y de voto entre los representa­ntes del Estado y los de los dueños de los fondos.

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