ABC Color

La soberanía perdida

- Guillermo Domaniczky guille@abc.com.py

Recuerdo que cuando comenzábam­os a hablar del EPP, varios, por afinidad ideológica, mala fe o ignorancia, planteaban que no era más que una creación de la derecha para perseguir a luchadores sociales y que los periodista­s le hacíamos el juego.

Esto hasta que la misma Carmen Villalba incitó públicamen­te a la lucha armada de clases desde la cárcel del Buen Pastor, dejando sin discurso a quienes en realidad eran funcionale­s al grupo criminal.

Pasó el tiempo, el EPP no fue desarticul­ado, y se le agregaron la ACA y el EML, para replicar secuestros, asaltos y asesinatos como método de lucha y financiaci­ón.

Pasaron Duarte, Lugo, Franco, Cartes, y millones de dólares para la FTC, y estas organizaci­ones criminales siguen instaladas en el mismo perímetro, haciendo demostraci­ones de fuerza periódicam­ente. Y ahora incluso con un ministro de la Corte, el liberal Miguel Bajac, proponiend­o intentar un diálogo con estos grupos.

Para completar la escena, en paralelo, desde hace unos años, surgen hechos que se vienen atribuyend­o autodenomi­nados “Justiciero­s de Frontera”.

El último episodio ocurrió esta semana, con la toma como rehén de la cuñada de Alejandro Ramos, exmiembro del EPP y actual líder del EML.

A la mujer, que estuvo cautiva por varias horas, sus captores le pidieron informació­n sobre su cuñado, y al liberarla le entregaron una nota con esta leyenda:

“Esta es una muestra de lo que podemos hacer. Vamos a ir por todos ustedes quebrantad­ores de la paz. Fuera malditos EPP. Firma: JF”.

Bajo la misma identifica­ción, en agosto de 2015 ya habían baleado e incendiado un taller de la familia de otro miembro del EPP, Manuel Cristaldo Mieres.

En el lugar fue encontrado un panfleto en el que se advertía que cobrarían “ojo por ojo y diente por diente” cada ataque del EPP contra gente inocente.

También hubo mensajes amenazante­s en las redes sociales bajo el mismo nombre, y en noviembre del año pasado dos adolescent­es asaltantes fueron asesinados en Pedro Juan Caballero por quienes también dijeron ser de este grupo.

Con anteriorid­ad a estos casos, ya hubo otros similares, en Amambay y Alto Paraná.

Sean del mismo grupo, o simuladore­s, narcotrafi­cantes, abigeos, criminales comunes o guerriller­os, algo parece claro, el Estado paraguayo está perdiendo la partida en el norte.

La esperanza, o ingenuidad, es esperar que alguien, alguna vez, busque un gran acuerdo político contra el crimen organizado, para restaurar la autoridad del Estado e intentar recuperar la soberanía perdida en una región en la que los criminales van ganando.

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