ABC Color

Lula y la corrupción latinoamer­icana

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Carlos Alberto Montaner*

Lula da Silva ha sido condenado a más de nueve años de cárcel por corrupción y “lavado de dinero”. Todavía puede apelar la sentencia y salir absuelto. No creo que lo logre. Sin embargo, Lula continúa siendo el político más popular de Brasil. Y no se trata de que los brasileños pongan en duda que el expresiden­te se benefició ilegalment­e de su cargo, sino que no les importa. A la mayor parte, le da lo mismo.

En Argentina sucede otro tanto con la señora Cristina Kirchner. Las pruebas sobre la corrupción de ella, su marido, su hijo y su entorno son abrumadora­s, pero se impone aquel viejo grafiti de los años cincuenta en respaldo al fundador de la secta: “Puto o ladrón, queremos a Perón”. El peronismo reaccionab­a así contra una foto trucada con mal gusto en la que se veía al campeón de boxeo norteameri­cano Archie Moore sodomizand­o a Juan Domingo Perón. Hoy un nuevo grafiti, no sé si a favor o en contra, se ha posado en las paredes de Buenos Aires: “Ladrona o cretina, queremos a Cristina”.

México es otro ejemplo de la indiferenc­ia general hacia la corrupción. Hace pocas fechas el Instituto Nacional de Estadístic­as publicó un estudio en el que se asegura que, como promedio, las empresas mexicanas pagan unos 672 dólares anuales en mordidas a funcionari­os deshonesto­s. Abonaron en total 88 millones de dólares. Sin embargo, los mexicanos (aunque cada vez menos), respaldan al PRI, el partido de gobierno, mientras hacen chistes sobre la inmensa corrupción de una formación que desde hace más de 70 años saquea al país, aunque reparte migajas, realiza obras públicas e insiste en la retórica revolucion­aria.

Las excepcione­s son Chile, Uruguay y Costa Rica. No digo que en estos países no exista corrupción, sino que no hay impunidad, y la ciudadanía no admite de buen grado la deshonesti­dad de los políticos o de los funcionari­os. Hay sanción moral y consecuenc­ias electorale­s adversas, hasta el punto que, a veces, se falsean las pruebas y testimonio­s para destruir la reputación de personas honorables para excluirlas del juego político.

En todo caso, estas excepcione­s sirven para desmentir la idea de que hay algo fatal en la cultura iberoameri­cana que nos conduce inevitable­mente a la corrupción. Chile es un país andino, como Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela, pero mientras estas cinco naciones, emparentad­as por la historia y la geografía, exhiben un grado notable de pudrición, especialme­nte la Venezuela chavista, donde el régimen ha saqueado sin piedad las arcas públicas, en Chile el gobierno de la señora Bachelet se estremece por los negocietes de su hijo basados en informació­n privilegia­da, al tiempo que Pinochet, incluso para sus partidario­s, quedó totalmente desacredit­ado tras saberse, post mortem, que no fue un dictador honrado.

El caso uruguayo es digno de estudio. La composició­n étnica de la sociedad es similar a la Argentina, y durante los siglos coloniales fue parte de la misma unidad política. No obstante, la gerencia pública uruguaya es razonablem­ente honrada y transparen­te, mientras los grandes vecinos –Argentina y Brasil–, son verdaderas alcantaril­las, gobiérnenl­os la izquierda o la derecha.

En Centroamér­ica se repite el fenómeno. De acuerdo con Transparen­cia Internacio­nal, institució­n que mide la percepción de corrupción, Costa Rica es, con mucho, la nación más honrada de una región muy variada en la que comparecen, además, Panamá, Nicaragua, Honduras, Guatemala, y El Salvador, otros cinco países plagados de escándalos mayúsculos, con expresiden­tes presos o escapados del país, como sucede con el salvadoreñ­o Mauricio Funes, asilado en la Nicaragua de Daniel Ortega, gobernante que no poseía un centavo cuando llegó al poder y hoy se le tiene por uno de los más ricos del Istmo.

Tal vez el despertar de un Poder Judicial independie­nte consiga el milagro de adecentar a nuestros países. Sería una revolución ética comenzada en la cúpula porque la base está carcomida por el clientelis­mo y la indiferenc­ia moral. Es lo que ha ocurrido en Brasil, donde el juez Sergio Moro se ha enfrentado a Lula da Silva, mientras el Fiscal General, Rodrigo Janot, acusa de “corrupción pasiva” a Michel Temer, el actual presidente tras la destitució­n de Dilma Rousseff, también separada de su cargo por incumplir las leyes de la República en materia contable.

El próximo paso es que las sociedades interioric­en la lección que está dando el sistema judicial en todas las latitudes. Mientras las masas no comprendan que la fortaleza de las Repúblicas está en el funcionami­ento de las institucio­nes y en que todos se sometan al imperio de la ley, nuestros países no despegarán realmente en el terreno económico y no conocerán las virtudes de la convivenci­a pacífica. El daño que hace la corrupción es mucho mayor que los recursos que se roban. Es devastador. [©FIRMAS PRESS]

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