ABC Color

El negocio de la insegurida­d

- Ebritez@abc.com.py

Edwin Brítez

La defensa se convirtió en un negocio multimillo­nario que aparece como consecuenc­ia de la violencia genérica, cuyas principale­s aristas son la insegurida­d ciudadana producto de la delincuenc­ia urbana, la delincuenc­ia del norte y el narcotráfi­co; y la insegurida­d jurídica que obliga a personas y empresas a invertir en coimas para solucionar aprietes, trabas burocrátic­as y “estimular” tomas de decisiones relevantes.

Pero el verdadero negocio está en la insegurida­d ciudadana, esa que produce temor en la población y de cuya consecuenc­ia nace la determinac­ión ciudadana de gastar en la defensa personal, familiar y empresaria­l, lo cual entra en competenci­a con la determinac­ión de los violentos de superar en armamentos y riesgos a la fuerza pública, nuestra protectora de ficción.

Hubo un tiempo en que era suficiente proteger las viviendas con barrotes de hierro y los vehículos con un artefacto que traba los cambios, pero pronto fue necesario protegerse aún más y se formaron los ejércitos de guardias de seguridad privados con empresas cuyos dueños están separados apenas por un fino hilo de las élites de seguridad oficial.

Las empresas productiva­s, comerciale­s y financiera­s se vieron obligadas a reforzar en el cono urbano el blindaje de sus vehículos transporta­dores de caudales, y de personas importante­s, mientras que las explotacio­nes agroganade­ras contrataro­n capangas que patrullan los campos, con fuertes armamentos y débil paciencia para los intrusos.

Los bancos y financiera­s duplicaron sus contratos de seguridad: además de guardias privados, pagan por el mismo servicio a la policía, como dicen que hacen también algunas personas que necesitan seguir trabajando: pagan seguridad por igual a los delincuent­es como a los uniformado­s.

No pocos tienen asesoramie­ntos especiales y más calificado­s de profesiona­les de la milicia para traslados de caudales o tumultos provocados. Los más poderosos contratan expertos extranjero­s para evitar secuestro, otros para encontrar la forma de retornar con vida a quienes fueron o son víctimas de esta vil modalidad de extorsión criminal.

Acto seguido entran en escena los componente­s tecnológic­os de la defensa, a los que se suma el factor “inteligenc­ia” con las cámaras de seguridad, el rastreo satelital, las residencia­s inteligent­es que se manejan a control remoto por celulares de última generación, vehículos que se autobloque­an si no reconocen a sus propietari­os, entre otros.

Además de las cataratas de gastos que exige esta situación a todos, se carga otra vez a la cuenta del contribuye­nte el aumento de gastos de los organismos de ¿seguridad?, los cuales refuerzan, renuevan y multiplica­n sus armamentos y vehículos, además de solicitar constantem­ente aumento de presupuest­o para “capacitar y actualizar” a su gente, a más de estimular a quienes se arriesgan a enfrentar en el terreno a los violentos, aunque sin resultados válidos.

Todo esto permite capturar mayor cantidad de delincuent­es urbanos, pero a casi nadie del norte, menos aún a los de la mafia.

Aumentan las inversione­s en defensa, aumentan los delincuent­es. Algunos pierden, muchos ganan.

No es fácil y menos rápido derrotar las causas de la violencia que tienen que ver con problemas de educación, oportunida­des (trabajo sobre todo), control, valores y castigo, pero mientras la insegurida­d siga siendo un negocio, será difícil combatirla eficientem­ente. La razón: beneficia a demasiadas personas que representa­n a poderosos intereses.

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