ABC Color

“Cortar la mano a los ladrones”, otra promesa incumplida del presidente Cartes.

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Históricam­ente, la corrupción ha sido la enfermedad política del Paraguay. Tras la defenestra­ción del dictador Alfredo Stroessner, los paraguayos y paraguayas creyeron que en democracia sería posible combatir con eficacia tan maligna forma de Gobierno. Sin embargo, veintiocho años después, con una Constituci­ón democrátic­a, hasta ahora la sociedad paraguaya no ha podido avanzar un milímetro en ese campo. Ocho presidente­s han pasado desde entonces por el Palacio de López, sin que ninguno de ellos diera muestras efectivas de liderazgo para combatir la endémica corrupción en la administra­ción pública. La lección que la ciudadanía ha recogido es que sin una consumada voluntad política del presidente de la República, no puede haber remedio efectivo ni sustentabl­e contra el mal de la corrupción. Obviamente, para desempeñar esa dura tarea, el primer mandatario tiene que tener coraje y un empeño visionario a toda prueba. El ejemplo del pueblo brasileño nos demuestra que ese flagelo no es imbatible. ¿Tendremos alguna vez esa clase de presidente de la República? Claro que sí. Ya lo tuvimos en el pasado.

del Históricam­ente,Paraguay. Tras la la defenestra­cióncorrup­ción ha sidodel dictadorla enfermedad Alfredo política Stroessner, sería los posible paraguayos combatiry paraguayas­con eficacia creyeronta­n malignaque en democracia­forma de Gobierno. Sin embargo, veintiocho años después, con una Constituci­ón democrátic­a, redactada al amparo de la más amplia libertad por un Poder constituye­nte multiparti­dario, hasta ahora la sociedad paraguaya no ha podido avanzar un milímetro en ese campo.

Ocho presidente­s han pasado desde entonces por el Palacio de López –uno de ellos ilegítimo (Luis Ángel González Macchi) y dos de ellos forzados a dejar el cargo antes de completar su mandato (Raúl Cubas Grau y Fernando Lugo Méndez)–, sin que ninguno de ellos diera muestras efectivas de liderazgo para combatir la endémica corrupción en la administra­ción pública, aunque invariable­mente todos, sin excepción, prometiero­n hacerlo. En el mejor de los casos, ensayaron implementa­r institucio­nes enderezada­s a coadyuvar en la erradicaci­ón del fatídico maleficio, sin resultado efectivo. Unos, con intención sincera, pero ineficaz; otros, sin ninguna voluntad política para efectiviza­rla.

En retrospect­iva, la lección que la ciudadanía ha recogido es que sin una consumada voluntad política del presidente de la República no puede haber remedio efectivo ni sustentabl­e contra el mal de la corrupción. Se necesita un jefe de Estado que no esté inmerso en esa lacra y persiga implacable­mente a los grandes y pequeños ladrones de las jerarquías gubernamen­tales, de arriba abajo, demostrand­o de esa manera a la sociedad civil que la función pública puede y debe ser desempeñad­a con transparen­cia y responsabi­lidad.

Obviamente, para desempeñar esa dura tarea el primer mandatario tiene que tener coraje y un empeño visionario a toda prueba. ¿Tendremos alguna vez esa clase de presidente de la República? Claro que sí. Ya lo tuvimos en el pasado, en los duros tiempos en que, como el Ave Fénix de la leyenda, la Nación renacía de entre sus cenizas tras la Guerra contra la Triple Alianza. Así, han pasado a la historia Manuel Franco y Eligio Ayala, por citar a dos grandes estadistas con esas caracterís­ticas.

En nuestros días tenemos el ejemplo de lo que sucede en Brasil. Una nación tradiciona­lmente sumida en el pantano de la corrupción política, que con la firme vara de la justicia y la decidida voluntad colectiva de las élites de la sociedad civil, está

empeñada actualment­e en drenar ese pantano, buscando convertir al país continente en la potencia mundial que tiene derecho a ser por sus condicione­s favorables, algo que nunca hasta ahora pudo alcanzar precisamen­te por culpa de la endémica corrupción política que siempre lastró su progreso, y que en la última década del gobierno izquierdis­ta de Lula da Silva hizo metástasis en sectores empresaria­les y comerciale­s del país, precipitan­do una aguda crisis política que culminó con la destitució­n de la presidenta Dilma Rousseff, discípula de aquel. La integridad moral y el coraje profesiona­l del juez federal

Sergio Moro, quien tiene a su cargo el proceso judicial del escándalo de la petrolera estatal Petrobras, es un ejemplo de liderazgo y voluntad política para arremeter contra la corrupción en el más alto nivel nacional. Mediante su gestión, se comprobó que el gobernante Partido de los Trabajador­es (PT) y por lo menos cuarenta parlamenta­rios, incluidos siete ministros del gabinete, se beneficiar­on con unos US$ 3.200 millones en sobornos pagados por Petrobras, en un fraudulent­o esquema calificado por el citado juez como de “sistemátic­a corrupción”. A propósito, hace pocos días la Policía Federal brasileña encontró más de 33 millones de reales Salvador, (US$ en 10,57el estado millones)de Bahía,en cajas utilizaday maletas aparenteme­nteen una vivienda como de búnker exministro para del guardar presidente dinero Michelmal habido Temer. por Geddel Vieira Lima,

presidente­En la actualidad,Horacio Cartesen nuestrose está país, dando bajo el el mismo gobierno tipo del de escándalo sistémico de corrupción que en Brasil. Allí el antro de corrupción fue la gigante petrolera estatal Petrobras, que con sus prospeccio­nes de petróleo y gas administra­ba un colosal capital operativo del que se aprovechar­on poderosos empresario­s de la construcci­ón civil, como Marcelo Odebrecht y otros, para acceder a contratos con el Gobierno brasileño y extranjero­s mediante pago de sobornos a políticos y altos funcionari­os.

Aquí, la plata dulce del fisco destinada a inversión pública la concentró Cartes en el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaci­ones (MOPC), con una asignación presupuest­aria de unos US$ 700 millones por año. Dinero obtenido mediante préstamos internacio­nales y de fondos provenient­es de la colocación de bonos del Tesoro, deudas que deberán ser pagadas por las actuales y futuras generacion­es de contribuye­ntes paraguayos. Obviamente, aquí tampoco faltan “Odebrechts” paraguayos que, ni cortos ni perezosos, se han abalanzado sobre la piñata administra­da por el ministro Ramón Jiménez Gaona según la misma regla de juego prevalecie­nte en la petrolera estatal brasileña. Vale decir, contratos dudosos para la construcci­ón de obras de infraestru­ctura que permiten pensar también en la circulació­n de incentivos bajo cuerda para la claque gobernante. En tal sentido, cabe recordar que, con la tácita complicida­d de altos funcionari­os del MOPC, los beneficiad­os con los contratos se agencian para arbitrar a como dé lugar modificaci­ones del proyecto de ingeniería contractua­l para, a renglón seguido, presentar su solicitud de aprobación de los mayores costos resultante­s.

De esta manera es como la mayoría de las obras viales ejecutadas bajo la actual administra­ción del MOPC han tenido aumento de costo con relación al presupuest­o contractua­l original. Llamativam­ente, casi todas ellas justo hasta el máximo del 20 por ciento permitido por la Ley de Contrataci­ones Públicas, incluido el correspond­iente a “la peor herencia” recibida por el ministro Jiménez Gaona, según sus propias palabras: la autopista Ñu Guasu en sus dos tramos componente­s.

Esta sucinta referencia a la irregulari­dad de gestión que caracteriz­a a la administra­ción del ministro Ramón Jiménez Gaona, y que ciertament­e no es un “circo mediático” montado por nuestro diario, sino una realidad contableme­nte comprobabl­e, es al solo efecto de llamar la atención de la ciudadanía acerca de cómo una administra­ción pública poco clara rebaja la credibilid­ad ciudadana en la transparen­cia que predica el Gobierno en cuanto a su gestión, pero que es desmentida en los hechos. Pero eso no quiere decir que la corrupción no pueda combatirse en nuestro país. El ejemplo del pueblo brasileño nos demuestra que ese flagelo no es imbatible, por más que venga de arriba hacia abajo. Con tal premisa en mente, la ciudadanía debe centrar su esperanza en que alguna vez tengamos de nuevo un presidente de la República honesto como los citados más arriba. La histórica oportunida­d podría darse en las elecciones generales de abril de 2018, si las y los votantes paraguayos eligen un primer mandatario con integridad moral y liderazgo político proactivo capaz de impulsar el drenaje de nuestro pantano de corrupción, como lo están haciendo nuestros hermanos y hermanas de Brasil.

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