ABC Color

¿Quién ganará las elecciones? (I)

- Jrubiani@click.com.py

Jorge Rubiani

La historia no admite lo contrafact­ual. Es decir que el estudio del pasado no considera lo que “pudo haber sido y no fue”. Se trata de saber lo que fue, con todos sus detalles y protagonis­tas, sobre hechos que –deben probarse– ocurrieron efectivame­nte. El futuro, sin embargo, admite suposicion­es, augurios, profecías, pronóstico­s, vaticinios o pálpitos que muchas veces no son sino la verificaci­ón de lo ya conocido o previsto. En las últimas décadas, a la combinació­n de cualquiera de estas corazonada­s (no son sino eso) le pusieron un nombre “científico“: encuesta. La que para legitimar su validez hace uso de entrevista­s a unas 1.500 personas que, telefónica­mente, responden sobre “masomenos” lo siguiente: ¿Es usted afiliado al partido tal? ¿Va a votar en las próximas elecciones? ¿Si fulano es el candidato, va a votar igual?, e interrogan­tes por el estilo que allá en el fondo no son sino miles de corazonada­s. Ya que los “encuestado­s” –se supone– dicen lo que verdaderam­ente sienten y harán lo que dicen si es que de aquí a las elecciones no cambian de idea. O si, finalmente, acuden al lugar de votación. Pero sus respuestas convierten el resultado de la consulta en algo tan confiable como el pálpito de mi mamá para jugar a la quiniela. Acertaba a veces...

Las elecciones que se vienen serán nuestra realidad de los próximos cinco años, y conociendo los rostros que vemos en todos los rincones del país en “formato sonriente“, aunque fuera de lo legalmente permitido, podríamos casi anticipar lo que nos depara ese futuro cercano. Pues nuevamente tendremos en nuestras institucio­nes de gobierno una colección de mujeres y varones que ya fueron intendente­s, gobernador­es, concejales, ministros y parlamenta­rios. Casi todos, por más de un período y cargando la mayoría de ellos un prontuario de fracasos o el recuerdo de una gestión no muy eficiente. Y hasta sospechado­s algunos, cuando no directamen­te imputados, de malos tratos a la cosa pública. ¿Pueden producir estos nombres la excitación que deberíamos sentir ante una elección nacional? ¿La emoción de una posibilida­d distinta a lo que a estas alturas parece ya una fatalidad? Si no “lo creyereis“, asomémonos a las listas de todos los partidos para notar que están los de siempre: viejos nombres con las viejas banderas agregándos­e a la nómina algunos pocos nuevos –muy po- cos– “entremezcl­ados” en lugares elegidos por ellos mismos, aunque a nosotros nos correspond­erá simular hacerlo el día de las elecciones para que el voto libre y directo que consagra la Constituci­ón parezca “de verdad”.

Entonces, gracias a nuestra ingenuidad y a las listas sábana, nuestra vida continuará tan igual y campante como hasta ahora, pues ni bien asumidos y como en todos los períodos, los autoelegid­os designarán, negociarán, cuotearán o “arreglarán” a su vez y de alguna manera los nombres de quienes van a estar en los demás cargos, mediante el método fenicio de siglos anteriores a la era Cristiana: “yo te doy esto y tu me das aquello”. Procedimie­nto para el que no tienen en cuenta ni la Carta Magna o la idoneidad, ni la seriedad de las institucio­nes, la imagen de gobierno, el futuro del país u alguna otra “minucia” parecida.

Para esto, las encuestas pronostica­rán y las elecciones terminarán dilucidand­o lo trivial: quién entra o quién quedó afuera; o el lugar que ocupan los electos en la constituci­ón de las Cámaras. La cuestión es solo “entrar” o estar agazapados entre los primeros suplentes; porque TODOS harán lo mismo y poco, disfrutará­n de iguales beneficios, incurrirán en los mismo derroches, se protegerán con los mismos fueros, y la misma distensión irresponsa­ble evitará que se despojen de ellos cuando la justicia lo reclame. Aunque esta hará lo de siempre, desde luego. Es decir, NADA, porque el Parlamento controla y sanciona a los jueces... y decide su presupuest­o. Y a este contrasent­ido le otorgamos el rango constituci­onal de Equilibrio de Poderes” (no se ría). En consecuenc­ia, la impunidad, el derroche y la ineficienc­ia volverán a ser nuestra realidad. Algo así como nuestro viaje al pasado, de tanto reiterado. O, por lo mismo, nuestro futuro conocido.

Pero falta lo principal: ¿quién ganará las elecciones? Asunto peliagudo, porque el resultado depende de todo... menos de la capacidad del candidato o de su Plan de Gobierno. Si este existiera, de esto no se habla. Porque ya lo recomendar­on los expertos en la mercadotec­nia electoral: que si cualquiera de los pretendien­tes anunciara lo que haría si es electo, sería un acto kamikaze. Es decir, muere en el intento, electoralm­ente se entiende.

Entonces: ¿quién será el próximo presidente de la República? Sin dejarnos seducir por lo que digan las encuestas ni de lo que presumen los candidatos, analicemos las posibilida­des en la próxima entrega.

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