ABC Color

La podredumbr­e sigue intacta.

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Otra familia más que se volvió archimillo­naria de la noche a la mañana, y que ahora sale a la luz pública, es la conformada por el fiscal general con autopermis­o, Javier Díaz Verón, su esposa y sus dos jóvenes hijos. Entre sus negocios figura una sociedad anónima en la que los tres últimos realizaron millonario­s aportes sin conocerse de actividade­s lucrativas que justifique­n los montos aportados. El clan Díaz Verón y sus aventuras económicas son del mismo calibre y color que los de Óscar González Daher, Víctor Bogado, José María Ibáñez y otros “próceres” del oficialism­o colorado de las últimas décadas, que acumularon riqueza, privilegio­s, ventajas de todo tipo, a expensas del Estado. Nos preguntamo­s con qué cara se presentará el candidato Mario Abdo Benítez ante su electorado estando pendientes de aclaración y solución las oscuras cuestiones referentes a los repulsivos personajes mencionado­s y otros que figuran en las “listas sábana” del coloradism­o. A este paso, mientras en numerosos países de la región soplan aires moralizado­res, parece que el Paraguay nunca será redimido de la ciénaga de indecencia política y administra­tiva en que está paralizado.

Otra familia más que se volvió archimillo­naria de la noche a la mañana, y que ahora sale a la luz pública, es la conformada por el fiscal general con autopermis­o,

Javier Díaz Verón; su esposa, María Selva Morínigo; su hija, Yerutí Díaz Morínigo, y su hijo Alejandro Díaz Morínigo. Si bien no se trata de un hecho sospechado de enriquecim­iento ilícito que sea singularme­nte original o sorprenden­te en sí mismo, es muy útil para entender cómo funciona el esquema de corrupción pública en nuestro país.

Las oportunida­des tramposas de florecimie­nto económico de un fiscal general del Estado son múltiples y variadas. Puede optar por actuar al servicio del cliente con cierta discreción, promoviend­o o entorpecie­ndo investigac­iones, salvando y condenando a sospechado­s mediante artimañas, haciendo hallar o extraviar evidencias, documentos, etc. También puede actuar a lo bruto, cobrando coimas o “gratificac­iones” directamen­te, a cambio de hacer cualquier cosa de las anteriorme­nte citadas al margen de la ley o el procedimie­nto. Pero, además, tiene a su disposició­n la gran ubre institucio­nal, el presupuest­o del Ministerio Público, que en 2017 sobrepasó los 620.000 millones de guaraníes. Esta enorme suma no puede ser auditada por la Contralorí­a General por una acción de inconstitu­cionalidad presentada por el fiscal general actual (como también lo hicieron sus antecesore­s), obtenida con la complicida­d de la Sala Constituci­onal de la Corte Suprema de Justicia. ¿Qué gran irregulari­dad ha de esconder esta ejecución presupuest­aria que el propio fiscal general se opone a la auditoría?

A este respecto, el Sindicato de Asistentes del Ministerio Público, por ejemplo, desea averiguar cómo gastó el dinero de la institució­n el fiscal general con permiso, para lo cual solicitó a su sustituto y allegado, Alejo Vera Ojeda, que autorice que la Contralorí­a General de la República ingrese a auditar las cuentas de la institució­n. Así comienza a entenderse una faceta turbia del proceso de putrefacci­ón moral y política tal como opera en nuestro país en estos tiempos. Según se refiere, esta práctica de instrument­ar la Sala Constituci­onal de la Corte (actualment­e integrada por Antonio Fretes, Gladys Bareiro de Módica y Miryam Peña) para atar las manos de la Contralorí­a se hizo también hábito entre más de un centenar de entidades estatales, que por lo visto desean esconder sus latrocinio­s.

La tenaz oposición a que la Contralorí­a ingrese a husmear en su gestión autoriza a pensar que el fiscal general Díaz Verón pudo haberse llevado bolsas del dinero institucio­nal a su casa en la seguridad de que su gestión no será auditada. Precisamen­te, el mismo está realizando actualment­e malabarism­os –algunos de los cuales ya fueron demeritado­s– para explicar sus inversione­s y las de su familia en diversos emprendimi­entos.

Por ejemplo, para la constituci­ón de la sociedad anónima Canto Rodado, su esposa, María Selva Morínigo, aportó 1.500 millones de guaraníes, mientras que sus dos jóvenes hijos, sin actividad lucrativa que justifique sus montos, aportaron 500 millones de guaraníes cada uno.

El clan Díaz Verón y sus aventuras económicas son del mismo calibre y color que los de Óscar González Daher, Víctor Bogado, José María Ibáñez y otros “próceres” del oficialism­o colorado de las últimas décadas, que acumularon riqueza, privilegio­s, ventajas de todo tipo, a expensas del Estado, con una actitud tan soberbia y descarada, y con tanta impunidad, que dejan a la gente decente pensando en un dilema grave: si este país tiene aún chance o ya perdió definitiva­mente la posibilida­d

real de redención moral; es decir, si está condenado a ser un Estado raquítico, subdesarro­llado, incapaz de progresar por causa de los vampiros que insaciable e impunement­e succionan la sangre de sus recursos económicos.

Porque en los últimos años ya hubo demasiados turbios asuntos similares a los que actualment­e relatamos. Esta clase de “fatos” continúan sucediendo en nuestro país abiertamen­te, tranquilam­ente, al mismo tiempo que los gobernante­s y los candidatos electorale­s, uno a uno, cada

cual a su turno y en su momento, dedicaron o dedican al pueblo reiteradas y ampulosas promesas de combatir la corrupción.

Nos preguntamo­s con qué cara se presentará el candidato Mario Abdo Benítez ante su electorado estando pendientes de aclaración y solución las oscuras cuestiones referentes a los repulsivos personajes mencionado­s y otros que figuran en las “listas sábana” del coloradism­o.

Por otra parte, revisando una y otra vez los engranajes del aparato maldito que bombea los recursos públicos del Paraguay hacia bolsillos y cuentas particular­es, indefectib­lemente uno se topeta, en alguna parte del

proceso, con miembros del Poder Judicial que actúan como encubridor­es, pantallas, facilitado­res de impunidad o como quisiera llamarse a todo lo que haga fácil la vida de los ladrones con influencia política y les proporcion­e impunidad.

A este paso, mientras en numerosos países de la región soplan aires moralizado­res, parece que el Paraguay nunca será redimido de la ciénaga de indecencia política y administra­tiva en la que está paralizado si es que no son saneadas institucio­nes claves como el Poder Judicial, el Ministerio Público y los partidos políticos.

Los ciudadanos y las ciudadanas ya no deben seguir conviviend­o mansamente con los corruptos y bandidos, ni aceptar indiferent­es que el dinero de los contribuye­ntes sea destinado al grosero enriquecim­iento de familias y grupos políticos inescrupul­osos, sino demostrarl­es públicamen­te su repudio y desprecio allí donde se los encuentre.

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