ABC Color

En quién y en qué creer

- Ilde Silvero ilde@abc.com.py

Sin darnos cuenta, los paraguayos nos hemos ido metiendo en callejones sin salida y actualment­e nos resulta bastante difícil saber en quién o en qué creer cuando de políticos e institucio­nes públicas se trata. Los periódicos comicios para el cambio de autoridade­s no son sinónimos de calidad y vigencia de nuestra democracia.

Esta crisis no es solo local, sino internacio­nal: asumió un outsider en la Casa Blanca, un autoprocla­mado presidente con orden de prisión en Cataluña, un expresiden­te condenado por la justicia en Brasil quiere retornar al cargo por su popularida­d, un dictador está matando de hambre a su gente en Venezuela, un cacique se declaró jefe de Estado vitalicio en Bolivia, decenas de dirigentes públicos fueron sobornados por la poderosa Odebrecht en Latinoamér­ica, etc.

En nuestro país, la Constituci­ón Nacional prohíbe expresamen­te la reelección del Ejecutivo, pero ya hubo dos presidente­s que a toda costa querían un segundo y, quizás, tercer período. La Carta Magna parece luz roja en las madrugadas: nadie la respeta.

El Poder Judicial, en teoría, es libre, independie­nte e imparcial como garantía del respeto a la Constituci­ón y a las leyes. Los miembros de la Corte Suprema deben durar cinco años en sus funciones y retirarse al cumplir 75 años de edad. Los señores ministros de Corte no ven, no escuchan ni leen los preceptos legales que les ponen límites y ahí están: viejitos atornillad­os a sus cargos como si fuesen vitalicios.

Si los jueces y fiscales se portan mal, para eso está en Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s, pero, claro, como estamos en Paraguay, había sido que este organismo se maneja como un clan mafioso que aprieta y soborna a los mismos fiscales y jueces a quienes debe juzgar.

Resulta difícil creer en los honorables diputados y senadores porque muchos de ellos han cometido acciones delictivas, han sido denunciado­s ante la justicia, se refugian en sus fueros y, con caradurez sin límites, vuelven ahora a candidatar­se para el Congreso. Hacen lo que quieren con el presupuest­o, recomienda­n a sus parientes y amigos para cargos públicos, y gastan millones en bocaditos, combustibl­es y viáticos.

Confías entonces en el Ministerio Público: a mal puerto fuiste por leña. El Fiscal General ejerce el cargo en forma “mau” pues su período ya venció hace rato y, por si fuera poco, enfrenta serias acusacione­s de enriquecim­iento ilícito pues ha montado una red de negociados con su esposa y familiares, ¡y hasta se llevó lingotes de oro a su estancia!

Un grave problema es la insegurida­d en las calles y la Policía debería ser la respuesta adecuada. Tampoco están bien las cosas por aquí. Hay demasiadas denuncias de efectivos policiales aliados con delincuent­es para los asaltos y extorsione­s a los ciudadanos. Si a medianoche, un policía quiere pararte en la calle, oh la la, ¿será el bueno?, ¿será el malo? Mejor me rajo.

Hay mucha tela que cortar, demasiadas malezas que eliminar, pero la tarea es ineludible. Necesitamo­s recuperar la fe en las institucio­nes republican­as. No hay de otra, como dicen los jóvenes millennial­s.

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