ABC Color

Una mala y otra buena noticia (De la vida real)

- Juan José Migliore

Don Federico era descendien­te de alemán que conservaba intactas todas las costumbres germanas. Era viudo, no tenía hijos y era multimillo­nario. Su descendenc­ia la conformaba­n sus cinco sobrinos, hijos de su hermana ya fallecida.

Los sobrinos crecieron bajo el amparo de don Federico que era también padrino de todos ellos. La mayor de los hermanos, Helga, convocó a los hermanos a una reunión a escondidas de Don Federico con el fin de proponer una solución para acceder a la fortuna ya en vida de Don Federico, viendo que el mismo gozaba de una salud de hierro y a pesar de tener 85 años se lo veía todavía como un roble.

Todos estuvieron de acuerdo y hablaron confidenci­almente con un médico de confianza para que por su intermedio lo declararan demente senil y según la ley de entonces uno de los herederos pasaría a administra­r la gran fortuna. Si bien el médico estaba de acuerdo en principio, no veía claro cuál sería su parte del botín. Reflexionó y llegó a la conclusión que sería más provechoso para él contárselo al viejo y de paso también más honesto.

Una vez enterado don Federico convocó a los sobrinos y les dijo: -Tengo dos noticias, una mala y la otra buena… La mala es que hice testamento para dejar toda mi fortuna a la Cruz Roja. Don Federico pudo observar la desazón y la rabia en los ojos de sus ahijados. –Pero dijo– la buena es que mientras yo viva cada uno de Uds. obtendrá un sueldo de 20 millones por mes.

A partir de ese día todos se involucrar­on en cuidar la salud del tío y padrino. Apenas venía un viento sur, cinco bufandas llovían en la casa del tío. Cuando él tenía que salir de compras todos se peleaban por acompañarl­o. Las recomendac­iones de sus sobrinos cuidando su salud eran asfixiante­s pero divertían al viejo.

Como el sueldo era harto suficiente para vivir y por lo tanto la diferencia de todos los sueldos era depositado­s en un Banco en una cuenta comunitari­a y al cabo de dos años juntaron suficiente dinero pa- ra emprender un negocio bajo la supervisió­n y consejos del tío.

Don Federico murió a los 97 años y durante todos esos años se pasó enseñando a sus sobrinos el arte de los negocios. Nunca cambió su testamento.

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