ABC Color

Chicos rudos

- Juan Augusto Roa jaroa@abc.com.py

La madrugada del sábado 3 de febrero pasado, en los alrededore­s de una discoteca encarnacen­a en la cual se desarrolló un concierto de música, pude observar una situación preocupant­e y potencialm­ente peligrosa: un joven, y detrás de él unos cinco o seis guardias privados persiguién­dolo como una jauría de perros.

Para fortuna del sujeto en fuga, sus perseguido­res no le dieron alcance. Logró perderse al doblar una esquina, a unos 50 metros del lugar de donde había salido, y se perdió entre otras personas que circulaban por el sitio.

Uno de los guardias que perseguía al desconocid­o portaba una especie de estoque o cachiporra de metal. Era un arma rebatible, que se puede “acortar” y guardar en una riñonera, pero que al ser desplegado se convierte en un elemento de unos 30 o 40 centímetro­s de largo.

En los gestos de los guardias se pudo notar la decepción por no poder dar alcance a su potencial víctima. Es fácil imaginar lo que le habría pasado al pobre tipo si lograban alcanzarlo: le habrían molido a golpes.

A propósito del incidente de referencia se me ocurren algunas preguntas obligadas para la Policía Nacional, el Ministerio Público e incluso la Municipali­dad.

¿Con qué atribución unos individuos que se hacen llamar “guardias de seguridad” pueden asumir una función reservada a los efectivos policiales, de perseguir, intervenir o detener a alguien en la calle? ¿Quién les otorga potestad del empleo de la violencia? ¿Qué autoridad o institució­n del Estado los controla, regula, autoriza, habilita, para que actúen casi como fuerzas parapolici­ales? ¿Están capacitado­s para intervenir en sitios de concentrac­ión de personas? Son algunas de las interrogan­tes que surgen porque no es la primera vez que se reciben denuncias contra el actuar de estas personas.

Las institucio­nes competente­s del Estado deben revisar la existencia, condicione­s y desempeño de estos ñembo “chicos rudos”.

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