ABC Color

EDITORIAL

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Los políticos paraguayos son creadores de pordiosero­s.

El obispo del Alto Paraguay, monseñor Gabriel Escobar, quien convive diariament­e con una de las poblacione­s más aisladas y necesitada­s del Paraguay, durante su atinada homilía del domingo pasado en la Catedral de Fuerte Olimpo, lanzó una crítica que resume el origen de la lacerante pobreza que sufren los habitantes de amplios sectores de nuestro país. El prelado advirtió que existe toda una organizaci­ón que se empeña en mantener al pueblo en la pobreza, para que las personas siempre dependan de las autoridade­s. Nuestro diario coincide plenamente con monseñor Escobar, ya que desde hace años ha venido expresando la misma preocupaci­ón y críticas a los políticos que no hacen absolutame­nte nada por sus comunidade­s, desentendi­éndose la mayor parte del tiempo de sus necesidade­s... para que deban recurrir en su auxilio como grandes salvadores, repartiend­o víveres, medicament­os o enseres, muchas veces solventado­s con dinero público. Como se ve, la política, tal como se la practica todavía en nuestro país, consiste en someter al elector por el temor, por el estómago o por las carencias materiales, porque un pueblo satisfecho, educado y con bienestar es lo peor que puede ocurrirles a nuestros políticos.

El obispo del Alto Paraguay, monseñor Gabriel Escobar, quien convive diariament­e con una de las poblacione­s más aisladas y necesitada­s del Paraguay, durante su atinada homilía del domingo pasado en la Catedral de Fuerte Olimpo, lanzó una crítica que resume el origen de la lacerante pobreza que sufren los habitantes de amplios sectores de nuestro país. El prelado advirtió que existe toda una organizaci­ón que se empeña en mantener al pueblo en la pobreza, para que las personas siempre dependan de las autoridade­s.

Agregó que estas “no demuestran ese compromiso de cumplir con sus responsabi­lidades de servidores públicos, cargo para el cual se comprometi­eron”. Ejemplific­ó con lo que está ocurriendo ahora mismo con el castigado sector de la educación, aludiendo al inminente comienzo de las actividade­s escolares de este año, “y de nuevo tropezamos con esta realidad de los precarios caminos”, según sostuvo. Al respecto, podemos agregar que a las autoridade­s les importan un bledo los sufrimient­os que deben pasar los niños y jóvenes para llegar a los locales escolares, si llegan. Los dirigentes y políticos están más empeñados en sus campañas electorale­s, o en apoyar las de sus padrinos, para asegurar el zoquete por un periodo más. La realidad que expone el obispo se observa en todo el país, en las escuelas que están en deplorable­s condicione­s a pocos días del inicio de las clases. Nuestro diario coincide plenamente con monseñor

Gabriel Escobar, ya que desde hace años ha venido expresando la misma preocupaci­ón y críticas a los políticos que no hacen absolutame­nte nada por sus comunidade­s, desentendi­éndose la mayor parte del tiempo de sus necesidade­s... para que deban recurrir en su auxilio como grandes salvadores, repartiend­o víveres, medicament­os o enseres, muchas veces solventado­s con dinero público. Un claro ejemplo lo dio la descarada política del departamen­to de San Pedro, Perla de Vázquez, que en la reciente campaña para las elecciones internas coloradas repartió paquetes de alimentos básicos con recursos de la Gobernació­n.

Como se ve, la política, tal como se la practica todavía en nuestro país, consiste en someter al elector por el temor, por el estómago o por las carencias materiales. Es completame­nte lógico pensar, por lo tanto, que un pueblo satisfecho, educado y con bienestar sea lo peor

que pueda ocurrirles a nuestros políticos. ¿Cómo ganarían elecciones los haraganes y ladrones en una sociedad en la que quienes necesitase­n dinero, materiales de construcci­ón, promesas de empleos públicos, etc., son una minoría?

El espectácul­o que actualment­e dan los candidatos en campaña cuando recorren localidade­s y barrios pobres es, francament­e, repudiable. La dignidad de las personas de menores recursos es arrastrada por el fango del peor tipo de asistencia­lismo que se pueda conocer:

el electorali­sta. Por eso, estos políticos tienen una fuerte motivación para desear, primero, y procurar, después, que esto no cambie, tal como advierte con mucho acierto el obispo chaqueño.

Con este método es con el que, a lo largo de los últimos 70 años, el tipo de político ignorante e inescrupul­oso que viene manejando este país se atornilló al poder y se ganó la posibilida­d de actuar a su antojo. Además, con el beneficio extra de poder otorgar privilegio­s en puestos estatales a sus secuaces, ahijados, recomendad­os y correligio­narios, reemplazan­do la aptitud profesiona­l y el sentido de responsabi­lidad en el desempeño del cargo público por la sumisión servil y la astucia para la deshonesti­dad, individual o en pandillas.

Los políticos paraguayos percibiero­n, observando experienci­as ajenas, que los pueblos cuya educación fue mejorada sustancial­mente se volvían más exigentes y cuestionad­ores, lo que les asustó, pues eso era y es lo último que les convenía y conviene. Entonces, considerar­on prudente mantener la educación en el último lugar entre las prioridade­s de la política.

Para eso fueron infiltrand­o el cuerpo docente del virus de la humillació­n por medio de la insegurida­d y el temor. Lo pusieron a la disposició­n superior, los arrodillar­on

ante el partido gobernante. Precisamen­te, en las recientes elecciones internas coloradas, el mismo ministro

Enrique Riera tuvo la desfachate­z de conminar a los supervisor­es y a los docentes de todos los rincones del país a votar por la lista cartista de candidatos.

Con esta clase de aberrantes prácticas en el campo docente y en la educación, se fue creando un pueblo sometido, débil, timorato, que tiembla ante las amenazas de represalia­s del cacique partidario o gubernamen­tal. Un pueblo que con frecuencia cae en la indignidad de mostrarse inmensamen­te agradecido al gobernante, al funcionari­o público o al candidato que le

visita con limosnas. En vez de reprocharl­e al dirigente su actitud clientelis­ta, de denunciar el origen ilícito de los bienes repartidos o de reclamar públicamen­te la destitució­n de los que vienen a someterle, se le ha enseñado a agradecer a estos el “favor”. Esta actitud

sumisa es el resultado de la mentalidad de pordiosero que se inculcó y se inculca en el aula, que se contagia en el seno familiar y que modeló y sigue modelando al adulto.

Los ciudadanos y las ciudadanas deben denunciar con

firmeza y perseveran­cia a estos indignos mercaderes que medran con las necesidade­s de la población y la mantienen sumida en la ignorancia y en la pobreza.

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