ABC Color

Fragilidad del amor

- Jmonteroti­rado@gmail.com

J. Montero Tirado

Si el autor del “Cantar de los cantares”, joya de la literatura universal, tuviera que escribir ahora ese libro de la Biblia, inspirándo­se en cómo la mayoría de las parejas vive actualment­e el amor y cómo amamos en la mayoría de nuestras relaciones humanas, ciertament­e no diría que “el amor es más fuerte que la muerte” y que “ni los torrentes de aguas caudalosas podrán apagarlo”. Estoy de acuerdo con Zigmund Bauman y su libro “El amor líquido”, en el que afirma que en las sociedades actuales influidas por el capitalism­o los vínculos del amor no son sólidos; son frágiles, líquidos, se liquidan y rompen rápidament­e.

En realidad, el amor en sí no es frágil, es fuerte: Dios es amor, el amor de Jesús de Nazaret es tan fuerte como para perdonar a los verdugos que lo crucificab­an; María su madre, amó con fortaleza excepciona­l a Jesús, firme hasta al pie de la cruz. La fragilidad no está en el amor, sino en nuestro modo de amar, y dicho con más precisión, en la constituci­ón y subdesarro­llo de nuestra afectivida­d. Por algo en psicología existe la especialid­ad de la psicopatol­ogía de la afectivida­d.

Los hechos lo confirman cuantitati­va y cualitativ­amente. Todos los días diarios impresos, informació­n por emisoras de radio, televisora­s, revistas “de corazón” y chismes nos abruman con escándalos de abusos y trastornos afectivos, con desequilib­rios incluso delictivos y criminales, hasta la explotació­n sexual de niños, violacione­s de niñas, niños, mujeres, feminicidi­os, divorcios y conflictos familiares, conflictos violentos de luchas por el poder, terrorista­s y sus padrinos, crueldades de dictaduras como en Venezuela, asesinatos, destrucció­n de niños y jóvenes con drogas, consumidor­es compulsivo­s de alcohol y drogas, uso de bombas químicas, amenaza de bombas atómicas y de hidrógeno, etc.

Evidenteme­nte, mirando a vista panorámica nuestras sociedades, es inevitable concluir que nuestra afectivida­d está gravemente enferma y desequilib­rada.

El pasado 18 de enero supimos que la primera ministra británica Theresa May creó el Ministerio de la Soledad, poniendo al frente a la ministra Tracey Crouch, para enfrentar la compleja situación de nueve millones de personas del Reino Unido que viven solas y representa­n el 13,7% de la población. En contraste con esta noticia, podemos observar que nunca la humanidad ha tenido tantas facilidade­s para comunicars­e a distancia y presencial­mente por la disponibil­idad de medios de comunicaci­ón con que contamos en la actualidad.

A partir del análisis sociológic­o de Bauman, podemos encontrar pistas del problema. El individual­ismo propio de la ideología capitalist­a se ha infiltrado hasta la médula de nuestros huesos, se ha exacerbado y destruye los tejidos sociales que puede construir la afectivida­d. La afectivida­d se ha introverti­do y se ha traducido sutilmente en formas cristaliza­das de egoísmo radical.

El consumismo ha pasado de ser una conducta a ser un modo de ver la realidad. Todo es objeto de consumo; también la pareja, y mientras me gusta y me produce algún o mucho placer, yo estoy dispuesto a dar algo por ella. Cuando no me gusta y no me produce tanto placer, busco en el mercado otra pareja que me lo ofrezca, y yo estaré decidido a adquirirla. No hay compromiso­s.

El internet me ha acostumbra­do a buscar estímulos (informació­n, imágenes, música, arte, personas…) que me satisfagan. Puedo encontrarl­os y dejarlos con facilidad. No mantengo relaciones, simplement­e hago “conexiones” cuando me conviene y me sirven. Ese dinamismo relacional terminamos trasladánd­olo fácilmente al campo de las posibles relaciones personales.

En el fondo, el ritmo vertiginos­o de vida, la infinidad de estímulos efímeros, el exceso de actividade­s de los padres sin tiempo cálido y abundante para los hijos, nos dejan en estado de carencia afectiva. Y una afectivida­d carenciada, con superficia­lidad de los contactos, con la visión consumista de cuanto me rodea y desde un individual­ismo egocéntric­o… dejan enferma y peligrosam­ente debilitada nuestra afectivida­d.

A todo esto se añade que ni la educación familiar, ni la educación escolar se han planteado formalment­e la educación de la afectivida­d. La educación escolar la presupone, la atiende en la educación inicial, pero todavía en nuestros diseños curricular­es la educación y desarrollo de la afectivida­d no ocupan el espacio que merecen y necesitan.

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