ABC Color

¿Es la corrupción una amenaza a la seguridad internacio­nal?

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Carlos Alberto Montaner*

Así parece. Cada día que pasa se incrementa la lista de los cleptócrat­as venezolano­s señalados como indeseable­s por Estados Unidos y la Unión Europea. No es solo una cuestión de hostilidad política. Existe una reacción internacio­nal contra la corrupción. Washington y Bruselas se la han tomado en serio. No es un fenómeno coyuntural. Es una práctica que continuará y se expandirá hasta que todas las naciones la interioric­en.

Numerosos políticos, a lo largo y ancho del planeta, no entienden que se está terminando la etapa de la impunidad con los delitos relacionad­os con la corrupción en el ámbito público. Durante milenios, la norma era que quien ostentaba la jefatura del Estado se repartía la mayor parte de las rentas con los poderosos. El monarca y su camarilla enriquecía­n a los cortesanos y estos los sostenían en sus cargos. Los nobles ni siquiera pagaban impuestos, pero tenían entre sus obligacion­es apoyar al rey en sus aventuras militares.

Así sigue ocurriendo en las dos terceras partes del mundo. En ese universo corrupto existe una alianza secreta entre el poder político y el económico. Incluso, en las naciones en las que tal cosa no se permite, se acepta que las empresas sobornen a los funcionari­os y políticos de países en los que se practica la corrupción. En Alemania, hasta hace pocos años, era legal pagar “comisiones” en el extranjero a quienes decidían las licitacion­es.

En España, donde el bipartidis­mo está a punto de colapsar debido a la corrupción de populares y socialista­s, se supo que los Bancos BBVA y Santander financiaro­n ilegalment­e la elección de Hugo Chávez en 1998 con un millón de dólares cada entidad. Adquirían (inútilment­e) protección, como se había hecho siempre en la etapa democrátic­a de Venezuela. Solo que en esa oportunida­d “era comprar soga para su pescuezo”.

Me dijo, preocupado, un empresario español de una multinacio­nal: “vaya usted a hacer negocios a América Latina, África, Asia y al mundo árabe sin ofrecer sobornos. No se come ni una rosca”. Incluso, eso era lo que sucedía en la propia España hasta hace pocas décadas, cuando ni siquiera estaba tipificado el delito de “tráfico de influencia­s” y la transición a la democracia se financió ilegalment­e alimentand­o a los partidos políticos al margen de las leyes.

Pero como todo evoluciona, incluidos los hábitos y costumbres, los políticos estadounid­enses han globalizad­o la influencia adecentado­ra con su “Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero” (Foreign Corrupt Practice Act). La empresa norteameri­cana que actúa en el exterior tiene que atenerse a ella, y cuando no lo hace, como sucedió con IBM en Argentina, debe pagar las consecuenc­ias.

Esto no quiere decir que los norteameri­canos son más honrados que el resto de los mortales, sino que están obligados a cumplir las reglas porque viven en un Estado de Derecho notablemen­te punitivo que mantiene a tres millones de personas tras las rejas y con el calabozo no se juega. A lo que se agrega la labor de la DEA (Drug Enforcemen­t Administra­tion) que persigue el tráfico de estupefaci­entes, o la OFAC (Office of Foreign Assets Control), Oficina de Control de Activos, capaz de imponer enormes multas cuando se viola la legislació­n americana, como les ha sucedido a grandes bancos suizos y franceses.

En el gobierno de Estados Unidos se va abriendo paso la hipótesis de que no sólo el tráfico de drogas pone en peligro la seguridad nacional, como sucede con el terrorismo o la inmigració­n ilegal, sino también la corrupción que ocurre en otros países, por todo lo que tiene de desestabil­izadora y por ser, potencialm­ente, capaz de desatar la violencia en los estados fallidos.

El influyente Carnegie Endowment for Internatio­nal Peace (CEIP) lo ha establecid­o en su informe Corruption: The Unrecogniz­ed Threat to Internatio­nal Security (Corrupción: la amenaza no advertida a la Seguridad Internacio­nal). Ese trabajo aporta la visión que hoy impera en Washington y, en cierta medida, en Bruselas. Todo gobernante genuinamen­te preocupado debe dárselo a leer a su canciller. Por ahí van los tiros. [©FIRMAS PRESS]

*Periodista y escritor. Su último libro es el ensayo El presidente: manual para electores y elegidos.

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