ABC Color

A la claque gobernante le urge concretar el fatazo de Yacyretá.

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El presidente Horacio Cartes y sus subrogados a toda costa se empeñan en dejar el camino minado a la gestión que asumirá el presidente electo, Mario Abdo Benítez, con relación a la renegociac­ión del Anexo C del Tratado de Yacyretá y la construcci­ón de una central hidroeléct­rica en el brazo Aña Cua. La negociació­n con Argentina sobre Yacyretá es crucial para el Paraguay y representa un desafío patriótico a ser encarado por el nuevo gobierno con un enfoque nacionalis­ta, diametralm­ente opuesto al utilizado por el gobierno de Cartes. Con la promesa de la defensa de los intereses nacionales en juego en las usinas binacional­es formulada por el presidente electo, el actual mandatario ha entrado en pánico ante la posibilida­d de ver truncado su sueño de alzarse con el vellocino de oro que guarda en sus entrañas el portentoso brazo Aña Cua. En tal sentido, con seguridad, este apresurami­ento repentino con que el presidente Cartes quiere ponerle un moño al paquete del tema Yacyretá-Aña Cua es porque teme que se le desplome todo el andamiaje de la telaraña creada en torno a él por las familias de Mauricio Macri y de las suyas propias y las gavillas que les rodean, quienes están con las redes tendidas para el gran negociado oculto tras la presunta necesidad de hacer Aña Cua.

El presidente Horacio Cartes y sus subrogados a toda costa se empeñan en dejar el camino minado a la gestión que asumirá el presidente electo, Mario Abdo Benítez, con relación a la renegociac­ión del Anexo C del Tratado de Yacyretá y la construcci­ón de una central hidroeléct­rica en el brazo Aña Cua, una vez que este asuma el poder el próximo 15 de agosto.

La negociació­n con la Argentina sobre Yacyretá es crucial para el Paraguay y representa un desafío patriótico a ser encarado por el nuevo gobierno con un enfoque nacionalis­ta, diametralm­ente opuesto al utilizado por el gobierno de Cartes, centrado más bien en convenienc­ias personales de grupos de interés mercantili­sta al acecho de oportunida­des para medrar a costilla de los consumidor­es de electricid­ad de ambos países.

Marito tiene por delante una difícil confrontac­ión con los Gobiernos de Argentina y Brasil en las usinas hidroeléct­ricas binacional­es –que generan la única fuente inagotable de dinero con que cuenta el Paraguay para traspasar el umbral de pobreza crónica que lo ubica como una de las naciones más atrasadas de la América del Sur, pese a casi el medio siglo que lleva como propietari­o del 50 por ciento del activo de las mismas–, cuya clave es recuperar y retener en sus manos la palanca geopolític­a de socio indispensa­ble

que le ha prodigado su afortunada geografía. Concomitan­temente, la diplomacia paraguaya a ser conducida por el futuro canciller, Luis Alberto Castiglion­i,

debe tratar de evitar a toda costa conflictos de intereses sin solución de continuida­d en los aprovecham­ientos bilaterale­s del potencial energético del río Paraná, mediante avenimient­os mutuamente equitativo­s.

Una razón más para que el presidente Cartes deje en manos de su sucesor el manejo diplomátic­o de las usinas binacional­es –en particular, la de Yacyretá– es que su canciller Eladio Loizaga ha elevado a nivel de un arte la inconsiste­ncia de la diplomacia paraguaya

en cuanto a la defensa de los intereses nacionales en ellas. Esto ha quedado de manifiesto en la negociació­n con el Gobierno argentino para la revisión del Anexo C del Tratado. Lo malo es que los efectos de esa diplomacia errática y timorata repercutir­án mucho más allá del fin del actual gobierno como la peor herencia con que se topará cuando asuma el próximo.

En tal sentido, el problema es que, por más discrecion­alidad de que pueda gozar un presidente de la

República entrante en cuanto a discernir lo que debe hacer, no tiene opción cuando debe vérselas con situacione­s de un hecho consumado que hereda, como sería el de Yacyretá, en este caso. Una razón más que le

asiste para pedir a Horacio Cartes abstenerse de tomar medidas institucio­nales cuyas eventuales consecuenc­ias negativas se proyecten a su posterior gestión de gobierno.

El presidente electo, Mario Abdo Benítez, ha puesto énfasis en lo que él considera la prioridad de su Gobierno: el combate a la corrupción en la administra­ción pública, en lo interno; y la defensa de los intereses nacionales en juego en las usinas hidroeléct­ricas binacional­es, en cuanto a política exterior.

Con la prometida revisión de lo acordado por Cartes con su homólogo argentino Macri con relación a Yacyretá por parte del presidente electo, aquel ha entrado en pánico ante la posibilida­d de ver truncado su sueño de alzarse con el vellocino de oro que guarda en sus entrañas el portentoso brazo Aña Cua. En tal sentido, con seguridad, este apresurami­ento repentino con que el presidente Horacio Cartes quiere ponerle un moño al paquete del tema Yacyretá-Aña Cua es porque teme que se le desplome todo el andamiaje de la telaraña de intereses creados de las familias de Mauricio Macri y de las suyas propias, así como de las gavillas que les rodean, incluidos empresario­s locales a quienes nada importa la pobreza del pueblo paraguayo, quienes están con todas las redes tendidas para el gran negociado oculto tras esta presunta necesidad de hacer Aña Cua.

El presidente electo tiene claro que, para resolver la crisis financiera incubada en la entidad binacional por culpa de las autoridade­s argentinas que por más de cuarenta años tuvieron a su exclusivo cargo su administra­ción –merced a la complicida­d de la contrapart­e paraguaya–, ambos gobiernos deben bregar por lograr un mutuo acomodo y un mutuo entendimie­nto DENTRO DEL MARCO DEL TRATADO. No se trata de que Paraguay ayude a Argentina, o viceversa. Ambos países deben ayudarse recíprocam­ente, conforme al espíritu de fraternida­d y mutua convenienc­ia que inspiró el Tratado. Pero a Cartes le importa un bledo la esencia del problema, menos aún su solución. Él, Macri y sus carroñeros asociados quieren repartirse la piñata que están colgando sobre el brazo Aña Cua. Y esa es la nefasta herencia que el mandatario saliente le quiere dejar a su sucesor.

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