ABC Color

Golpe de Estado de baja intensidad.

-

Los ciudadanos convencion­ales que redactaron la actual Constituci­ón, en vista de los horrores sufridos durante la tiranía de Stroessner, centraron su celo en el establecim­iento de institucio­nes y principios democrátic­os que, al tiempo de garantizar el Estado de derecho y las libertades ciudadanas, impidieran la regresión autoritari­a y la violencia política. Con tal finalidad, prohibiero­n la reelección y, como reaseguro, dispusiero­n que los presidente­s, al término de sus mandatos, serán senadores vitalicios. Lamentable­mente, ha sido una gran ironía que esta disposició­n constituci­onal clave fuera la primera intentada echar en gorra por los presidente­s de la era democrátic­a, como el ambicioso Horacio Cartes y su antecesor Nicanor Duarte Frutos. Estos dos, más que los demás, atropellan­do abiertamen­te la prohibició­n constituci­onal por partida doble. Primero, buscando destrabar el cerrojo de la veda a la reelección por el atajo de la enmienda inconstitu­cional, y tras fracasar ambos con su primer intento golpista, pretenden ahora jurar como senadores electos, en vez de hacerlo como vitalicios. A tal efecto, ambos se han unido en una vasta conspiraci­ón política contra el orden constituci­onal, a fin de que una mayoría coyuntural de senadores motivados por la piñata que a tal efecto estará colgada del techo del recinto parlamenta­rio les allane el camino hacia su propósito.

El Paraguay tiene una larga historia de dictadura y violencia política, que comenzó tras el fin de la Guerra contra la Triple Alianza y terminó con la defenestra­ción de la más larga de ellas: la de Alfredo Stroessner, que duró

casi 35 años. De eso hace una generación, y desde entonces el pueblo paraguayo ha estado viviendo en libertad al amparo de una Constituci­ón democrátic­a, promulgada por una Convención Nacional Constituye­nte altamente representa­tiva de la sociedad civil paraguaya, tanto en lo político como en lo social. Con el telón de fondo de ese largo historial de infortunio cívico y la memoria colectiva de los horrores de la tiranía recienteme­nte derrocada, los ciudadanos convencion­ales que la redactaron centraron su celo en el establecim­iento de institucio­nes y principios democrátic­os que, al tiempo de garantizar el Estado de derecho y las libertades ciudadanas, impidieran el retorno al autoritari­smo y la violencia política que enmarcaron las desventura­s del Paraguay durante casi dos siglos de vida independie­nte.

Con tal finalidad, los ciudadanos convencion­ales se cuidaron de redactar una Carta Magna que, aparte de establecer las institucio­nes democrátic­as básicas, los principios republican­os, las garantías y derechos ciudadanos, tuviera también cláusulas de salvaguard­a contra intencione­s de regresión autoritari­a por parte de presidente­s de la República democrátic­amente electos, pero que en algún momento tuvieran la tentación de permanecer en el poder más allá del tiempo permitido por la Constituci­ón. Con el siniestro telón de fondo de la dictadura recienteme­nte derrocada, considerar­on convenient­e insertar una cláusula constituci­onal prohibiend­o absolutame­nte la reelección presidenci­al (artículo 229), y como reaseguro de esta disposició­n adicionaro­n la que establece que los presidente­s de la República, democrátic­amente electos, al

término de sus mandatos serán senadores vitalicios, con voz pero sin voto (artículo 189).

Lamentable­mente, ha sido una gran ironía que esta disposició­n constituci­onal clave fuera la primera intentada echar en gorra por los presidente­s de la era democrátic­a, con alguna excepción, hasta nuestros días con el ambicioso Horacio Cartes, acompañado por su antecesor Nicanor Duarte Frutos. Estos dos últimos –más que los demás–, atropellan­do abiertamen­te la prohibició­n constituci­onal por partida doble. Primero, buscando destrabar el cerrojo de la veda a la reelección por el atajo de la enmienda constituci­onal; Cartes, con más furia que Duarte Frutos ,a costa de violencia y sangre. Segundo, tras fracasar ambos en su primer intento golpista, pretenden ahora jurar como

senadores electos, en vez de hacerlo como vitalicios, como dispone la Constituci­ón.

A tal efecto, ambos se han unido en una vasta

conspiraci­ón política contra el orden constituci­onal de la República a los efectos de que una mayoría coyuntural de senadores colorados –cartistas y abdistas– y liberales llanistas, a más de algunos tránsfugas de menguado caudal electoral, convenient­emente motivados por la piñata que a tal efecto estará colgada del techo del recinto parlamenta­rio, les allane el camino para que el pleno de la Cámara revoque la decisión de la anterior y los admita a jurar como senadores activos. Esta es una posibilida­d real, ya que se ha reiniciado una serie de acciones judiciales, a sabiendas de que los integrante­s de la judicatura están allí, dispuestos a satisfacer las ambiciones de los políticos que, en la práctica, actúan como sus verdaderos patrones. Los senadores que apoyen esta demencial pretensión serán tan golpistas como los dos dirigentes de esta conspiraci­ón

contra la institucio­nalidad de la República.

A los ciudadanos y ciudadanas les cuesta entender qué motivos tan poderosos tienen ambos para querer febrilment­e fungir como senadores activos, en vez de hacerlo dignamente como vitalicios. Porque, si es por su desempeño al frente del Gobierno, ambos serán recordados entre los peores gobernante­s que pasaron por el sillón de los López. Por eso, la mayoría de la gente no atina a ver la carambola a la que juegan ambos, sino pensar que pretenden seguir manejando los resortes del poder público para beneficiar­se de los recursos del Estado y de los medios de producción de la economía del país.

Lo más lamentable es que esta conspiraci­ón política tiene la tácita aprobación del presidente electo, Mario Abdo Benítez, a quien –según todo indica– estos dos ambiciosos empedernid­os van a tener como títere, con la espada de Damocles del juicio político pendiente sobre su cabeza por si el primer mandatario no sigue sus lineamient­os.

Desde el momento en que los Poderes del Estado y las institucio­nes democrátic­as de la República han sido totalmente subvertido­s por estos dos potenciale­s dictadores, sea mediante la colocación de leales al frente de los mismos, sea reclutando a los codiciosos empotrados en ellos mediante incentivos crematísti­cos, el orden constituci­onal de la República está quebrantad­o. Sobra, empero, un ancla de salvación de la cual tirar: la ciudadanía levantada de pie al amparo del artículo 138 de la Constituci­ón, que le autoriza “a resistir a dichos usurpadore­s, por todos los medios a su alcance”. Y existen razones para creer que lo hará de nuevo en caso de que la entente golpista del Senado concrete el golpe de Estado de baja intensidad que tiene programado.

Es que en cualquier país –democrátic­o o no– la ciudadanía es siempre la última posición de defensa de la libertad y contra el crimen y la corrupción, tal como ocurre actualment­e en Nicaragua. Los paraguayos y paraguayas no podemos quedarnos de brazos cruzados, o mirando hacia otro lado, ante la creciente influencia de poderosos grupos criminales –como el de Darío Messer (el “hermano del alma” del presidente Horacio Cartes) y otros forajidos– sobre las institucio­nes del Estado. Oponerse con toda firmeza y perseveran­cia al inconstitu­cional juramento como senadores activos de Cartes y Duarte Frutos, inclusive saliendo a protestar en las calles, es proteger a la Nación de sus enemigos y proporcion­ar al Paraguay la posibilida­d de un futuro democrátic­amente estable.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Paraguay