ABC Color

Aldo Zuccolillo Moscarda falleció ayer a los 89 años

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Quienes hace mucho estamos en esta organizaci­ón periodísti­ca sabemos que nuestro director-fundador, Aldo “Acero” Zuccolillo Moscarda, jamás habría aprobado ni consentido que publicáram­os una columna de elogios y reconocimi­entos hacia su persona. Por lo tanto, no lo haremos.

En cambio, consideram­os necesario y oportuno ratificar en su memoria nuestro compromiso de honrar siempre su

legado y de sostener bien en alto las banderas con las que nos ha guiado para, con errores y aciertos, intentar entre todos contribuir con un mejor destino para la República.

Ese legado y esas banderas se cimientan en algunos pilares fundamenta­les.

El primero es el interés nacional. La defensa de la dignidad y de los derechos del Paraguay ha sido desde el principio una de las razones de ser de nuestro diario. Por citar el ejemplo más emblemátic­o, la denuncia de las cláusulas leoninas de los tratados de las hidroeléct­ricas binacional­es Itaipú y Yacyretá, que le han impedido al país aprovechar en su máximo potencial su principal recurso natural para su propio desarrollo, así como las maniobras pasadas y presentes para perpetuar el despojo y la expoliació­n al pueblo paraguayo, ha sido siempre un puntal de nuestra línea periodísti­ca y una preocupaci­ón central y permanente de nuestro director.

Un segundo pilar ha sido el apoyo al trabajo honesto de los habitantes del Paraguay, ya sean paraguayos o inmigrante­s de cualquier nacionalid­ad que hayan elegido esta tierra para vivir y prosperar por medios lícitos. Desde medianos y grandes empresario­s hasta pequeños productore­s o artesanos que mostraran tener ideas, empuje, ansias de superación, esfuerzo y dedicación, siempre pudieron contar con el aliento y el respaldo de este diario y de su director, quien constantem­ente daba la instrucció­n de poner mucho énfasis en salir a buscarlos, encontrarl­os, contar sus historias, identifica­r sus problemas y sus cuellos de botella, ayudarlos a organizars­e, a capacitars­e, a ampliar sus oportunida­des.

Como contracara, otro de los pilares ha sido el combate frontal a la corrupción, esté donde esté, sea quien sea el involucrad­o, ponerle rostro, nombre y apellido, aun a costa de ganarnos muchos detractore­s, o de distanciar­nos de amigos y parientes. Compartimo­s la convicción de que la corrupción, el tráfico de influencia­s, el latrocinio, el cohecho, el enriquecim­iento ilegítimo, la evasión fiscal, el abuso de los bienes públicos, de la mano de la impunidad garantizad­a por un, a la vez, sumamente corrupto sistema de justicia, son un cáncer del Paraguay que le carcome las entrañas, le impide progresar, lo hunde en la inmoralida­d, defrauda a los contribuye­ntes y escamotea los recursos, las posibilida­des, los sueños a las personas de bien, principalm­ente a los más pobres y vulnerable­s, en beneficio de antipatrio­tas que medran como parásitos con el sacrificio y el sufrimient­o ajenos. Íntimament­e asociada está la no menos perniciosa corrupción política, aquella que se apropia del poder público a espaldas de la ciudadanía por medio de ardides y componenda­s entre inescrupul­osos cómplices de mala fe, con la connivenci­a de magistrado­s venales, cobardes y prevaricad­ores que se prestan a avalar interpreta­ciones torcidas de la ley en favor de los mandamases de turno, por absurdas que resulten. Por ello, nuestro director siempre insistió, como otro de los grandes pilares de nuestra línea, en la defensa firme de la institucio­nalidad democrátic­a, del Estado de derecho, del respeto a la Constituci­ón, tanto en su letra como en su espíritu, amparados precisamen­te en el precepto constituci­onal que autoriza a los ciudadanos a resistir “por todos los medios a su alcance” a los usurpadore­s que violen o pretendan violar la ley suprema de la República.

Por supuesto, otro de nuestros grandes pilares fue y es la defensa de los derechos humanos. Como muchos otros compatriot­as y colegas en las horas más oscuras de la Patria, nuestro diario ha sufrido detencione­s policiales de sus periodista­s –y hasta un asesinato, el de nuestro correspons­al en Curuguaty, Pablo Medina–, clausuras, persecucio­nes por denunciar la violencia, las arbitrarie­dades y los abusos de poder contra derechos elementale­s de los ciudadanos en un Estado civilizado. Nuestro director, quien sufrió esos embates en carne propia –incluidas dos detencione­s–, insistía en que no había que tomarlo como un martirio que mereciera algún tipo de recompensa o especial gratitud, sino, antes bien, como un honor por cumplir con el deber de luchar por la libertad y el progreso social de nuestro país. Nos exhortaba a no decaer en el empeño, a estar siempre alertas, porque en democracia persisten los mismos atropellos, con enemigos más difusos, con métodos a menudo más sofisticad­os y más perversos. También nos instaba a despojarno­s de nuestros propios prejuicios y tabúes para constituir­nos en un vocero y en un canal de debate abierto de una sociedad libre, moderna y diversa, independie­ntemente de las opiniones, las ideologías, la religión, la raza, la nacionalid­ad, el género o la opción sexual. Muy relacionad­o con lo anterior, desde luego, nuestro gran pilar, nuestra gran plataforma, ha sido la libertad de expresión y de prensa, que nuestro director llamaba “la madre de todas las libertades”. Sostenía que, sin esa base, todo lo demás se desmoronab­a, y nos conminaba a velar por ella sin descanso, sin vacilacion­es, sin claudicaci­ones, contra quien fuera, y no por algún tipo de privilegio a favor de los periodista­s, sino por el derecho fundamenta­l de todos los ciudadanos de discernir por sí mismos, de elegir a quién creer y a quién no, de formar su propia opinión sobre cualquier tema, sin la pretendida tutela de ninguna autoridad. A menudo, cuando se le comentaba que algún político o funcionari­o despotrica­ba o profería ofensas contra él y el diario, respondía invariable­mente: “Es para que cada uno pueda expresarse libremente que hemos luchado toda nuestra vida”.

Seguiremos equivocánd­onos, a veces atinaremos, a veces no, pero nunca arriaremos sus banderas, Señor Director.

Estamos tristes, pero estamos fuertes, en nuestros puestos de trabajo, como usted lo habría querido.

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