ABC Color

Indignos e indignados

- J. Montero Tirado jmonteroti­rado@gmail.com

La Declaració­n Universal de los Derechos Humanos (1948) en el Preámbulo declara que todos los seres humanos, por el hecho de serlo, son iguales en “dignidad”. Inmediatam­ente ratifica la misma afirmación en el artículo primero: “Todos los seres humanos nacen iguales en dignidad y derechos y…”. Se refiere a la dignidad intrínseca, a la dignidad “ontológica”.

Pero la palabra “dignidad” tiene otras acepciones. Todas proceden de la misma raíz latina, dándole el sentido de digno, es decir merecedor de respeto, estima, honor, reconocimi­ento de su valor y mérito, etc.

Hay dignidad social, cuando la sociedad, por ejemplo, reconoce a una persona merecedora de un cargo o bien respeta a una persona o a una familia por su comportami­ento vecinal o ciudadano.

La más importante de todas las clases de dignidad es la dignidad moral, porque depende exclusivam­ente del comportami­ento personal y se vive desde lo más íntimo de la conciencia, incluso aunque los demás no la reconozcan si uno se encuentra con su propia dignidad y se respeta a sí mismo. Además es importante porque si no se respeta uno a sí mismo, no sabrá ni podrá respetar a los demás.

Cuando se pierde la dignidad moral, la persona sin dignidad es “indigna”, no merece estima ni respeto moral ni social, solamente le queda el respeto ontológico.

¿Por qué los corruptos son indignos y provocan indignació­n?

Corruptos son los que se aprovechan del poder público para beneficiar­se ilegítimam­ente robando, legislando administra­ndo para sus propios intereses en vez de hacerlo para los intereses del pueblo.

Los políticos y administra­dores con poder público han recibido dicho poder del pueblo para servirle trabajando en defensa y desarrollo del Bien Común y no del bien propio. Si alguien lo duda que lea los primeros artículos de la Constituci­ón Nacional. Los que buscan el poder para enriquecer­se y su propio bien se hacen y son “indignos” del poder que recibieron., además de ser “infieles” a la misión y confianza que se les dio.

Los corruptos, porque se apropian bienes o beneficios del Estado, de la ciudadanía, son ladrones; porque no cumplen la misión recibida son irresponsa­bles; porque no responden a la confianza puesta en ellos son infieles.

Además reciben sueldos generosos, pagas extraordin­arias, privilegio­s, oficialmen­te para que puedan cumplir mejor su misión, y en vez de servir a la ciudadanía la traicionan, en vez de trabajar intensamen­te para resolver los muchos y graves problemas de la población, dedican su tiempo preferenci­al al juego político para asegurarse poder en el presente y para las próximas elecciones.

Cuando nos acostumbra­mos a participar o a ver constantem­ente la corrupción, ésta termina pareciéndo­nos normal. Y minimizamo­s su malicia y gravedad con paliativos diciendo , por ejemplo, que “así es la vida”, que “siempre ha sido así”, que “en todas partes es lo mismo”, que “en otros países están peor”, etc.

Mientras los corruptos siguen robando y malversand­o, la tercera parte de los paraguayos vive en pobreza, hay hospitales que no tienen camas ni medicinas suficiente­s, escuelas que se desploman, jóvenes que emigran, insegurida­d creciente. La corrupción es grave en sí misma (robo, infidelida­d, irresponsa­bilidad, traición), pero sobre todo por sus consecuenc­ias, entre otras porque destruye el Estado social de Derecho y la democracia republican­a.

Ciertament­e los corruptos son “indignos” de ocupar cargos públicos. Han perdido su dignidad moral y social, no nos representa­n y no son dignos de la confianza del pueblo, porque traicionan la misión que se les dio y al pueblo.

Son los indignos, que pretenden seguir ocupando cargos como si fueran dignos y quedar impunes, los que provocan indignació­n del pueblo.

La indignació­n es un sentimient­o fuerte de enojo, rabia, rechazo ante actos o personas que contrarían descaradam­ente nuestros derechos. La indignació­n en estos casos es un valor, porque revela sensibilid­ad ética al rechazar el atropello a la justicia.

Es lógica la “indignació­n” del pueblo. Tanto más lógica cuanto que las institucio­nes obligadas a defender el orden, llámense Cámaras y Corte, parece que son cómplices de la corrupción más que defensores del derecho y la justicia. Que haya corruptos en los Poderes del Estado es grave, que las institucio­nes del Estado se laven las manos ante los corruptos es extremadam­ente grave.

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