ABC Color

Entre anarquía y tiranía

- José Azel* joeazel@me.com

La democracia puede definirse de muchas formas, tales como gobierno por el pueblo, decisiones de la mayoría, creencia en libertad e igualdad, y otras. Pero encuentro conceptual­mente útil reflexiona­r sobre la democracia como una forma de gobierno entre la violencia de la anarquía y la violencia de la tiranía.

El psicólogo cognosciti­vo Steven Pinker lo dijo así: “Se puede pensar en la democracia como forma de gobierno que navega hábilmente ejerciendo suficiente fuerza para imposibili­tar que las personas abusen de otras sin abusar del pueblo mismo. Un buen gobierno democrátic­o permite a las personas dedicarse a sus vidas con seguridad, protegidas de la violencia de la anarquía, y en libertad, protegidas de la violencia de la tiranía”.

De ahí que no tener un gobernante y disfrutar al máximo de libertades individual­es sea preferible si podemos evitar la violencia de la anarquía. Pero la historia humana muestra que el caos es más letal que la tiranía, y por eso inventamos una forma de gobierno que “navega hábilmente” entre la violencia de la anarquía y la violencia de la tiranía.

Actualment­e, según se mida, más del 50% de la población mundial vive en naciones democrátic­as. Sin embargo, en la práctica, algunas de esas naciones pueden ser más autocrátic­as que democrátic­as. También encontramo­s algunas autocracia­s tipo Singapur, y algunas democracia­s represivas como Pakistán. El alias de dictador benevolent­e se ha utilizado para describir líderes autoritari­os que ejercieron poder absoluto, como Josip Tito (Yugoslavia), Mustafá Kemal Ataturk (Turquía), Lee Kuan Yew (Singapur) y otros.

Una distinción práctica puede hacerse también entre esas democracia­s que no van mucho más allá de limitar el poder del gobierno sobre sus ciudadanos, y aquellas más activament­e comprometi­das a apoyar la voluntad de la mayoría de la ciudadanía. Por ejemplo, el sistema político americano es más populista que los sistemas políticos de otras democracia­s occidental­es más aristocrát­icas o elitistas.

A pesar de sus limitacion­es, la democracia la describió exquisitam­ente Winston Churchill en un discurso ante la Cámara de los Comunes: “Se han intentado muchas formas de gobierno, y se seguirán intentando en este mundo de pecado y calamidad. Nadie pretende que la democracia sea perfecta o competente en todo. Realmente, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, con excepción de todas las otras formas que se han experiment­ado”.

Sin embargo, la tiranía continúa teniendo abogados, particular­mente entre los que aborrecen la democracia y articulan celosas opiniones político-económicas sin preocupars­e por las evidencias. Y entre los autocompla­cientes optimistas que no desean esforzarse mucho trabajando para prosperar, porque un tirano paternalis­ta con un plan maestro mejorará sus vidas, como en China, Cuba, Irán, Corea del Norte o Vietnam.

El economista Paul Romer hace una instructiv­a distinción entre optimismo complacien­te y optimismo condiciona­l. Relaciona optimismo complacien­te con el de un niño esperando regalos en la mañana de Navidad. Más allá de conducta obediente no se requiere mucho más del niño. Mientras que optimismo condiciona­l es el sentimient­o del niño que “desea una casita en un árbol y comprende que, si obtiene suficiente madera y clavos, y convence a otros niños que le ayuden, puede construirl­a”. La democracia necesita optimismo condiciona­l y la tiranía requiere optimismo complacien­te.

Quizás el más malentendi­do y criticado aspecto de los gobiernos democrátic­os es su proceso electoral, como Pinker destaca: “Los cientistas políticos se asombran por la superficia­lidad e incoherenc­ia de las creencias políticas de las personas, y por la endeble conexión entre sus preferenci­as y sus votos…”. Un grado considerab­le de apatía e ignorancia parece ser parte de muchos procesos democrátic­os.

El filósofo anglo-austriaco Karl Popper, visto generalmen­te como uno de los grandes filósofos del siglo 20, ofreció brillantem­ente una simplista manera de pensar sobre un gobierno democrátic­o. Típicament­e pensamos sobre democracia y su proceso electoral como una forma de gobierno que responde la pregunta: ¿Quién debe gobernar? En vez de eso, Popper propone que debemos pensar en la democracia como un sistema de gobierno que nos permite solucionar el problema de cómo salirnos de malos líderes sin baños de sangre.

Reemplazan­do malos líderes sin violencia es como la democracia navega hábilmente entre la violencia de la anarquía y la violencia de la tiranía. [©FIRMAS PRESS]

*El último libro del doctor José Azel es “Reflexione­s sobre la Libertad”.

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