Cartes perturba de nuevo al país.
Apenas culminó su periodo constitucional de Gobierno, el expresidente Horacio Cartes se apresuró a meter en el Congreso su solicitud para ser citado a jurar como senador titular, aduciendo sus conocidos argumentos: que fue elegido democráticamente, que fue proclamado por el TSJE, que cumplió con todos los requisitos legales y que, por tanto, tiene “derecho” a ocupar una banca en la Cámara de Senadores. Por supuesto, obvió mencionar que obraba en contra de la Constitución. Horacio Cartes ya causó muchas dificultades y hasta momentos dolorosos a la sociedad nacional, persistiendo con su caprichosa aspiración a pasar por encima de una clarísima disposición constitucional, para satisfacer su vanidad personal y sus ansias de mantener, a cualquier costo, su influencia en el aparato de poder político. De hecho, esta es la tercera ocasión en que provoca esta clase de inconvenientes. La ciudadanía ya está harta de la insaciable codicia política y de las alambicadas estratagemas de demagogos como Cartes y Nicanor Duarte Frutos. Este último desistió, por el momento, de su insana ambición a cambio de un jugoso zoquete. No es de creer que Cartes también esté buscando algo muy bien remunerado. Lo que presumiblemente espera es blindarse ante posibles investigaciones nacionales o internacionales que puedan derivarse de su gestión gubernativa o de sus negocios.
Apenas culminó su periodo constitucional de Gobierno, el expresidente Horacio Cartes se apresuró a meter en el Congreso su solicitud para ser citado a jurar como senador titular, aduciendo sus conocidos argumentos: que fue elegido democráticamente, que fue proclamado por el Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE), que cumplió con todos los requisitos legales y que, por tanto, tiene “derecho” a ocupar una banca en la Cámara de Senadores. Por supuesto, obvió mencionar que obraba en contra de la Constitución.
Horacio Cartes ya causó muchas dificultades y hasta momentos dolorosos a la sociedad nacional, persistiendo con su caprichosa aspiración a pasar por encima de una clarísima disposición constitucional, para satisfacer su vanidad personal y sus ansias de mantener, a cualquier costo, su influencia en el aparato de poder político. De hecho, esta es la tercera ocasión en que provoca esta clase de inconvenientes.
Colgados de su saco andaban, a principios del año pasado,
Fernando Lugo y Nicanor Duarte Frutos, cada cual maniobrando por su cuenta o asociadamente, buscando sacar el mejor partido de la confusión y el caos en que estaba sumida la República, en una primera tentativa de violentar la Constitución con el intento de aprobar la reelección mediante una enmienda inconstitucional. En un momento de “distracción”, senadores de los sectores cartistas, llano-cartistas y luguistas proclamaron como presidente de su cuerpo legislativo a Julio César Velázquez, quien se encargó de violar las propias normas internas al realizar una sesión clandestina, y por tanto falsa, en dependencias del Frente Guasu (28 de marzo), con la siniestra determinación de modificar el reglamento de la Cámara de Senadores para favorecer sus designios. Tres días después aprobaron el proyecto de enmienda inconstitucional para hacer posibles las ambiciones de Cartes, y, de rebote, las de Lugo y Duarte Frutos. Esa vez, la incontrolable codicia del entonces presidente provocó un estado de conmoción social, debido a la indignación de la gente, que salió a la calle a manifestar su enérgica oposición a ese intento, con el doloroso saldo de la muerte, a manos de la Policía, de un joven político liberal, Rodrigo Quintana, yde varios heridos, entre ellos el diputado liberal Édgar Acosta, quien recibió impactos de balines de goma en el rostro.
Ante la firme actitud ciudadana, el ambicioso expresidente se vio obligado a renunciar a su inconstitucional pretensión de un segundo mandato, y la Cámara de Diputados, a su vez, enterró aquel espurio proyecto, que fuera aprobado en la sesión “mau” por 25 senadores, a puertas cerradas. Conste que, en varias ocasiones anteriores, Cartes reconoció, en palabras claras, que nuestra Carta Magna le impedía presentarse para un segundo mandato.
Fracasado este primer intento de atraco a la Constitución, apuntó nuevamente su artillería hacia ella, esta vez contra el art. 189, que dispone imperativamente que los expresidentes de la República “serán” senadores vitalicios, con voz pero sin voto. Esta fue la segunda ocasión en que Cartes salió a provocar la irritación de los ciudadanos y las ciudadanas, con la complicidad de la Justicia Electoral, primero, y de la Corte Suprema de Justicia, después, que convalidaron su repudiable plan de continuar colgado ilegalmente del poder, autorizándoles a él y al otro ambicioso sin límites que le acompaña en sus aventuras, Nicanor Duarte Frutos, a presentarse en las elecciones como candidatos a senadores, en contra de lo que dispone la Constitución. El TSJE completó el atraco a la Ley Suprema al proclamar a ambos como senadores electos y autorizarlos, por tanto, a jurar como tales.
Una mayoría de senadores, sin embargo, sea por un rapto de patriotismo, sea por temor a la reacción popular, fue frustrando los planes de ambos expresidentes. Primero los de Cartes, al no dar el quorum correspondiente para tratar su renuncia como presidente de la República y habilitarle para jurar a fines de julio con los demás senadores electos, y después, al no ser convocado Duarte Frutos por el titular de la Cámara para jurar, y, en cambio, llamar en su reemplazo a otro integrante de la lista de senadores colorados.
Ahora viene el tercer acto de parte de Horacio Cartes en su ya largo camino de intentar minar la institucionalidad de la República. Se supo recién ayer que al día siguiente de dejar la Presidencia ya había presentado una nota al titular del Senado, Silvio Ovelar, para que se le convocara a jurar como senador activo. Cabe la pregunta: ¿por qué este no dio a conocer dicho pedido? Solo puede pensarse que el legislador, cuya esposa acaba de ser reacomodada en Itaipú con un salario de 100 millones de guaraníes, estaba preparando algún “trato apu’a” (una suerte de componenda), como el que intentó realizar en unas elecciones nacionales al tratar de comprar cédulas de votantes. De hecho, tanto el mismo Ovelar como otro maniobrero de alma, como Juan Carlos “Calé” Galaverna, han venido alentando la intención del expresidente al insistir en que solo faltan los números para que se concrete el juramento, en vez de instarle a calmarse y dejar que la República marche en paz. Por supuesto, el aludido tomó esas opiniones como maná caído del cielo y reinició su intento de jurar, pese a que, en vista de que fracasaban sus planes, había escrito el 24 de julio pasado en su cuenta de Twitter: “Me encantaría no ser senador, porque la dignidad tiene un límite... porque en nombre de mis finados padres, de mis hijos y no estoy dispuesto a mancillarme con Desirée Masi, con quien Añetete prefirió hacer acuerdos antes que con ustedes”.
Como una indirecta respuesta a la pretensión inconstitucional de Cartes pueden considerarse las palabras del flamante presidente Abdo Benítez, quien señaló en su discurso de asunción al cargo: “Al final de mi mandato seré, como dice la Constitución, senador vitalicio de la República del Paraguay para, con el ejemplo, mostrar que nadie puede estar por encima de la República, de la Constitución y nuestras leyes y que nadie puede ser más fuerte que el Paraguay”.
La ciudadanía ya está harta de la insaciable codicia política y de las alambicadas estratagemas de demagogos como
Horacio Cartes y Nicanor Duarte Frutos. El segundo desistió, por el momento, de su insana ambición gracias a un jugoso zoquete, la dirección paraguaya de Itaipú, un premio enorme a un costo muy alto para nuestro país. No es de creer que Cartes también esté buscando un cargo muy bien remunerado.
Lo que presumiblemente espera es blindarse ante posibles investigaciones nacionales o internacionales que puedan derivarse de su gestión gubernativa o de sus negocios.
El Paraguay ya no tiene por qué seguir aguantando estas ignominias que le degradan como país.