EL ORIGEN DE LA MALDAD
LORENT SALEH, torturado por el chavismo, cuenta en declaraciones publicadas en el diario El Mundo (Madrid, 28-10-18) que los chavistas de Maduro, el déspota dictador de Venezuela “torturan con frío para que creas que no vales”.
El mismo diario en el mismo día, da la noticia de que en Italia ha aparecido una joven violada y muerta por unos agresores que la policía ha detenido. La joven después de ser violada y agredida fatalmente tuvo doce horas de agonía abandonada; informa la policía, además, que los agresores impidieron el auxilio a la moribunda porque decidieron que “más vale ella muerta que nosotros en la cárcel”.
Ante noticias de hechos tan crueles y otros semejantes, uno se pregunta: ¿Cómo es posible que exista tanta maldad en seres humanos? A esta pregunta los filósofos, sobre todo los especialistas de ética, los teólogos, sobre todo los especialistas en moral, los sociólogos y los psicólogos, principalmente los especialistas en investigación de motivaciones tienen sus respectivas respuestas. Recientemente (la información es de hace tres semanas) la investigación científica nos ofrece una respuesta muy iluminadora.
Un equipo de científicos daneses y alemanes ha investigado el origen de la maldad, llegando a la conclusión de que hay un factor común en los comportamientos de maldad humana: el “FAKTOR D”, el factor oscuro se explica como una tendencia psicológica a poner los intereses del individuo por encima de los de otra persona o de la comunidad, sin tener en cuenta el daño que produce su comportamiento. En el proceso de este comportamiento actúa una serie de creencias que como justificaciones eliminan el sentimiento de culpa, de vergüenza y sentido de responsabilidad.
El Factor D concentra en sí nueve rasgos oscuros de la personalidad: Primero el EGOÍSMO; segundo, el MAQUIAVELISMO o actitud de manipulación de los demás; tercero, la DESCONEXIÓN MORAL que conduce a prescindir de las normas morales y a actuar amoralmente sin remordimiento por el daño hecho; el cuarto, NARCISISMO, que se identifica por la autoadmiración, acompañada por un sentimiento de superioridad sobre los demás; el quinto es la CREENCIA PERSISTENTE DE QUE ES EL MEJOR entre los demás y, por tanto, merece ser reconocido por los demás como tal; el sexto, la PSICOPATÍA que se define por la falta de empatía y autocontrol acompañada por el comportamiento impulsivo; el séptimo es el SADISMO, o deseo de infligir daño mental o físico a otros por placer; el octavo es el interés propio entendido sobre todo como PROMOVER STATUS; y el noveno es el RENCOR destructivo incluso con deseo de infligir daño a otros. (Tendencias 21).
Estos son los rasgos frecuentes que caracterizan el lado oscuro de la personalidad de quienes actúan con maldad.
Este terrorífico cocktail de rasgos que constituyen el “Faktor D” y que están activos en el origen de los comportamientos de maldad no surgen espontáneamente ni por casualidad en la psicología de las personas, se instalan en ellas por procesos complejos de larga duración, en los que tienen responsabilidad no solo los sujetos que actúan con maldad, sino también los entornos y circunstancias negativas que van dejando sus semillas demoledoras y destructivas de la salud de la personalidad.
Cuando en una sociedad aparecen muchas personas que actúan con maldad, todos tenemos que preguntarnos cómo somos y cómo convivimos, qué estamos hacienda y qué estamos omitiendo y permitiendo. Más aún, debemos preguntarnos qué hay que hacer para ayudar a reconstruir la psicología de esas personas humanamente destruidas y destructoras para que vayan eliminando esos terribles rasgos de personalidad y superándolos con otros rasgos para que de personas que originan maldad se conviertan en personas generadoras de bondad.
En este propósito el Estado tiene una responsabilidad insoslayable, No basta que defienda el derecho y la justicia frente a la maldad; no basta que con leyes organice la administración de la justicia castigando la maldad, es necesario que desarrolle políticas de salud psicosocial, de educación integral y reeducación permanentes para todas las edades.
Las familias y los municipios comparten con el Estado y toda la sociedad la responsabilidad de la educación que desarrolle las potencialidades de todos, iluminadas por un sistema de valores que logre la mejor calidad humana de cada ciudadano;