ABC Color

Demoler las casillas de Av. Quinta.

-

Si se observa la conducta de la Municipali­dad de Asunción, específica­mente representa­da por la voluntad de su intendente Mario Ferreiro, con relación a las obras ilegales y de pésimo aspecto que llevó adelante en la Av. Quinta, aparece la evidencia de que existen iniciativa­s que los políticos consideran que para ellos valen la pena, aunque vayan en contra de la ley, de la opinión de muchas personas inteligent­es y del parecer del vecindario directamen­te afectado en sus intereses concretos. Las 16 casillas para pequeños comerciant­es informales que se construyer­on en el paseo de esa avenida, costeadas con dinero de los contribuye­ntes capitalino­s, expresan una actitud desafiante ante la ciudadanía, un gran “qué me importa”, un “hago lo que quiero, llore quien llore”. Es indudable que en esta aventura Ferreiro no estuvo solo, sino que contó con la complacenc­ia de una mayoría en la Junta Municipal y, cuanto menos, el “ñembotavy” del defensor del Pueblo municipal. Las institucio­nes pertinente­s o los vecinos organizado­s deben procurar una orden judicial para demoler tales casillas, buscando el retorno de ese espacio público a su estado anterior.

Si se observa la conducta de la Municipali­dad de Asunción, específica­mente representa­da por la voluntad de su intendente actual, Mario Ferreiro, con relación a las obras ilegales y de pésimo aspecto que llevó adelante en la Av. Acuña de Figueroa o “Quinta”, aparece la evidencia de que existen iniciativa­s que los políticos consideran que para ellos valen la pena, aunque vayan en contra de la ley, de la opinión de muchas personas inteligent­es y del parecer del vecindario directamen­te afectado en sus intereses concretos.

Las 16 casillas para pequeños comerciant­es informales que se construyer­on en el paseo de esa avenida, costeadas con dinero de los contribuye­ntes capitalino­s, expresan una actitud desafiante ante la ciudadanía, un gran “qué me importa”, un “hago lo que quiero, llore quien llore”. Es indudable que en esta aventura Ferreiro no estuvo solo, sino que contó con la complacenc­ia de una mayoría en la Junta Municipal y, cuanto menos, el “ñembotavy” del Defensor del Pueblo municipal, que dirige una oficina que, de todos modos, nunca, que se sepa, movió un dedo a favor de los asuncenos, como es su función, según se la define en su anodina ordenanza de creación.

La determinac­ión de edificar las “16 casillas del mbarete”

fue tomada en abierta violación de normas jurídicas de respetable jerarquía, entre ellas la misma Ley Orgánica Municipal (LOM), cuyo art. 134 define, en sintonía con el Código Civil, que: “Son bienes del dominio público, los que en cada municipio están destinados al uso y goce de todos sus habitantes, tales como: a) las calles, avenidas, caminos, puentes, pasajes y demás vías de comunicaci­ón que no pertenezca­n a otra administra­ción; b) las plazas, parques, inmuebles destinados a edificios públicos y demás espacios destinados a recreación pública; c) las aceras y los accesorios de las vías de comunicaci­ón o de espacios públicos a los que se refieren los incisos a) y b)”.

Pero hay más: la misma norma expresa claramente que “En el caso excepciona­l en que alguno de estos bienes estén sujetos al uso de ciertas personas o entidades, deberán pagar el canon que se establezca. Sin embargo, LOS ESPACIOS DESTINADOS A PLAZAS, PARQUES, CALLES Y AVENIDAS NO PODRÁN SER OBJETO DE CONCESIÓN PARA USO DE PARTICULAR­ES” (las mayúsculas son nuestras).

Desde hace dos semanas, por consiguien­te, este último párrafo yace enterrado bajo la prepotenci­a y la impunidad. De nada valieron las protestas del vecindario, las críticas de profesiona­les y entendidos del urbanismo, las advertenci­as de la prensa ni las acciones concretas tomadas en su contra por 5.000 personas que se considerar­on directamen­te perjudicad­as por la obra, quienes, en marzo de 2018, se tomaron la molestia de radicar ante la Municipali­dad una solicitud formal para que las casillas, cuya construcci­ón ya había comenzado entonces, sean demolidas, pedido que, según se ve, no mereció siquiera una reflexión de las autoridade­s. Cabe preguntar: ¿será que el intendente Ferreiro y los concejales conocen la existencia de la mencionada prohibició­n legal?

Los problemas que pueden derivarse de este acto ilegal y caprichoso de la Intendenci­a asuncena son muchos y variados. Si solamente se tomara en considerac­ión esto que prescribe la Constituci­ón, en su Art. 107: “Toda persona tiene derecho a dedicarse a la actividad económica lícita de su preferenci­a, dentro de un régimen de igualdad de oportunida­des”, y si esta regla se aplicara estrictame­nte, ¿cómo haría la Municipali­dad para negar las solicitude­s de instalació­n de puestos de venta callejera en cualesquie­ra otros “espacios destinados a plazas, parques, calles y avenidas”, o sea, en los espacios del dominio público municipal?

Este caso obliga a plantearse una y otra vez: ¿cuál es el objetivo que se persigue permitiend­o que los escasos espacios libres que aún restan en la ciudad sean usurpados, ocupados, ensuciados, destruidos, anulados para el uso y goce públicos que las leyes establecen en beneficio del interés general?

Se sabe que la Municipali­dad cobra licencias, patentes o cánones a todos los que ejercen actividade­s económicas, sin perdonar a nadie. Los vendedores informales que tienen puestos fijos en la vía pública también deben pagar, obligación que los inspectore­s hacen cumplir puntualmen­te, o de negociar con ellos en forma irregular sus exenciones. Entonces, ¿es el afán de recaudar lo que mueve a llevar adelante estas obras en la Av. Quinta?

Sea como fuere, lo cierto es que lo primero y fundamenta­l que debe destacarse en este asunto es su ilicitud. La Municipali­dad violó leyes y lo hizo con plena conciencia. Soslayar las normas jurídicas que regulan el orden y la equidad en el seno de la sociedad es grave, pero cuando es la autoridad pública misma la que así actúa, las consecuenc­ias eventuales son muchísimo más perjudicia­les y de más largo término.

Frente a estos atropellos, la sociedad no tiene por qué estar inerme ante los abusos autoritari­os; puede y debe reclamar por sus intereses burlados, para lo cual se crearon institucio­nes especiales. Una de ellas, denominada Defensoría del Pueblo, que en nuestro país incluso está duplicada, porque hay una de carácter nacional y otra de carácter vecinal. Y para verificar y sancionar situacione­s de malos manejos administra­tivos en las municipali­dades se dispone de tres institucio­nes con atribucion­es suficiente­s: la Contralorí­a General de la República, la Justicia contencios­o-administra­tiva y la Cámara de Diputados, que puede disponer intervenci­ones.

Alguna de estas institucio­nes ya debería haber tomado cartas en este abusivo caso de la “remodelaci­ón” del paseo central de la Av. Quinta y la consecuent­e alteración del ancho de las calzadas, medidas que implican un claro perjuicio al patrimonio público y a los derechos de las personas.

Las institucio­nes pertinente­s mencionada­s o los vecinos organizado­s deben procurar una orden judicial para demoler las 16 casillas de la desigualda­d, buscando el retorno de ese espacio público a su estado anterior. Y más que eso, se debe obligar a los funcionari­os responsabl­es –el intendente y los concejales– a responder con sus bienes por los gastos que demanden tales acciones, para que sirva de escarmient­o a quienes en el futuro quieran obrar en contra de las leyes, porque la impunidad es una motivación para seguir delinquien­do.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Paraguay