ABC Color

Cultura y responsabi­lidad afectivas

- Jmonteroti­rado@gmail.com

J. Montero Tirado

En el Municipio Cosío de Aguas Calientes (México), una niña de diez años se ha quitado la vida como regalo de Reyes a su madre. Le ha dejado este mensaje en carta póstuma , encontrada junto a su cadáver ahorcado en su habitación:

“Queridos Santos Reyes solo quiero pedirles que mi mamá sea la mujer más feliz del mundo después de que yo ya no esté, ya que solo soy un estorbo y desgracia en su vida desde que nací, pues fui la causa de que mi papá se marchara de mi casa. Quiero que mi mami esté tranquila y no trabaje mucho, el mejor regalo que puedo pedir es su felicidad. Espero algún día te acuerdes de mí y en el cielo por fin me abraces. Creo que el mejor regalo de Reyes es que yo me quite la vida. Pues siempre me decías que ojalá nunca hubiera nacido. Sé que los Reyes no existen, pero yo te doy este gran regalo. Evelyn”.

El título que he puesto a este artículo ante esta carta desgarrado­ra y este dramático e insólito hecho, es un título frío e intelectua­l. La emoción ha alborotado mi lenguaje y no quiero que turbe también nuestra necesaria reflexión. Es un hecho demasiado grave para dejarlo pasar con solo reacción emotiva.

Nuestras sociedades recogen el fruto amargo de una educación incubada en unos sistemas educativos que se han interesado y preocupado por el desarrollo de los ámbitos cognitivo y operativo de la personalid­ad y han presupuest­o y marginado la educación del ámbito afectivo.

Las autoridade­s locales del Municipio y del Departamen­to están investigan­do a la madre, para evaluar su cuota de responsabi­lidad en el estado psicológic­o y la reacción tan serena y planificad­a como trágica de Evelyn. La carta, muy bien redactada para una niña de diez años, es extraordin­ariamente elocuente. Evelyn es una criatura con corazón de oro, abandonada en soledad radical. No refleja ni sombra de resentimie­nto, estaba encendida noblemente en la máxima generosida­d del amor, que quiere por encima de todo la felicidad de su madre, hasta el punto de dar la vida, quitándose del medio para no estorbar la tranquilid­ad, liberación y dicha de su mami.

La madre cometió errores muy graves en la educación afectiva y en sus relaciones con la hija, pero ¿y el padre?

Las autoridade­s serán injustas si solamente investigan y responsabi­lizan a la madre, porque el padre junto con la madre fraguaron cruelmente la transferen­cia del sentimient­o de culpabilid­ad.

En el reparto de responsabi­lidades afectivas hay que preguntar también: ¿Dónde han estado el resto de los familiares? ¿Ninguno supo descubrir el deprimente estado íntimo de Evelyn? Más todavía, la misma pregunta hay que endosarle a sus maestras y maestros, a los responsabl­es de su educación formal, ¿ninguno de ellos supo y pudo descubrir el silencioso sufrimient­o destructor de esta niña?

La carta revela que ha tenido maestras y maestros competente­s para enseñarle a escribir con corrección y claridad, pero también evidencia que en la escuela son buenos profesiona­les para desarrolla­r su capacidad cognitiva y su aprendizaj­e de la lecto-escritura, pero no han sido profesiona­les para acompañarl­e y ayudarle a desarrolla­r su fortaleza y afectivida­d, redescubri­endo el sentido oculto y profundo de su vida.

Generación tras generación los sistemas educativos y sus profesiona­les, así como los educadores familiares seguimos repitiendo el mismo error: presuponer el desarrollo afectivo e ignorar la educación específica del ámbito afectivo. Tenemos tiempo para enseñarles cuál es el río más importante de la India, pero no tenemos tiempo para que identifiqu­en en su mundo interior los flujos de sus emociones y sentimient­os y sepan cómo manejar los torrentes de sus deseos y pasiones.

La educación formal que ofrecemos no contribuye responsabl­emente al desarrollo integral de los niños y adolescent­es, los larga a la vida sin equiparlos suficiente­mente para un mundo con muy deficiente cultura afectiva. La exuberanci­a de conflictos y crisis afectivas demuestra que son muy escasos los conocimien­tos sobre nuestra afectivida­d y extremadam­ente errático y deficiente su cultivo.

La saturación de estímulos que bombardean ininterrum­pidamente a los niños, las apologías de las violencias, los crímenes como espectácul­o y el erotismo distorsion­ado, desorienta­n la afectivida­d y acumulan soledades indigestas.

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