ABC Color

El sermón de la montaña

- Américo Martín*

Lo más importante es la unión con todos los seres vivientes, la fraternida­d humana, el servicio mutuo que se prestan. Lev Tolstoi 1901

“Esclavos de la consigna”, título del segundo tomo de las memorias de Jorge Edwards, ha sido comentado con acierto por Mario Vargas Llosa. Alude sin duda Edwards a la entrega sumisa de muchos luchadores políticos al imperio del dogma ideológico, político-partidista o de cualquier índole, al grado de convertirs­e en eso precisamen­te, en esclavos de la consigna. De las cadenas del dogma a la plena libertad de pensamient­o. De esa trama escaparon numerosos políticos e intelectua­les de todas las ortodoxias, especialme­nte del marxismo, el socialismo y el comunismo. Avanzaron hacia el territorio de la libre imaginació­n y la creativida­d.

Sin razón, pero con razones Edwards se aplica a sí mismo esta síntesis de semejante travesía: “Soy partidario de la nada”. En muchos casos el esfuerzo libertario condujo a no pocos a la religión. Tolstoi entró en ella en forma tan plena como crítica.

Recuerda Vargas Llosa sus discusione­s con Edwards acerca de Tolstoi y Dostoievsk­i. Mario prefería a Tolstoi sin explicar por qué, cosa que al momento de escribir su comentario no vendría al caso. Comparto su opinión desde que culminé la lectura de su maravillos­a correspond­encia que da cuenta de su ardiente creativida­d y sus ilustrativ­as contradicc­iones. Guerra y Paz y Ana Karenina no son superiores a la proyección espiritual que reflejan sus cartas.

La peculiar crisis que agobia a Venezuela ha convertido en protagonis­tas muy activos a las iglesias, la católica en lugar preminente, pero también las Sociedades Bíblicas Unidas, la siempre acosada comunidad judía, los islámicos que no comparten prácticas maximalist­as. Observando la rectitud espiritual de Tolstoi me explico a mí mismo la amistad que he encontrado en el Episcopado, en los padres Virtuoso y Ugalde y, de manera resaltante, en el recién ungido Cardenal Baltazar Porras.

El primer problema que se me ha creado con tu honrosa distinción de Cardenal es que ya no sé cómo llamarte…

Me interrumpe cordialmen­te y va y me dice: Mi padre me inscribió con el nombre de Baltazar Enrique Porras Cardozo. Así me llamaba.

Ah, qué bien. Eres mi amigo y como amigo te llamaré Baltazar cuando no esté moralmente obligado a hacerlo de otro modo.

El camino paso a paso hacia la perfección, visible en Tolstoi, está presente en la marcha de las religiones enraizadas en Venezuela. No percibo que se estén lavando las manos como Pilato frente a la tragedia que nos abruma a todos, sobre todo a los que padecen hambre, humillacio­nes y enfermedad­es, así como en su respaldo a la Asamblea Nacional dirigida por el valiente diputado Juan Guaidó. Por cierto, como es usual, revolotean hermanas fatídicas de diversas procedenci­as, agitadas por el bien ganado prestigio que le prodigan a Juan en Venezuela y el mundo.

Las institucio­nes religiosas hacen su considerab­le y arriesgada labor, elevando un mensaje de paz, que no confunde la necesaria justicia con la abominable venganza, ni depone sus principios eclesiales y su búsqueda de libertad, democracia y reunificac­ión nacional y social.

A mi amigo Baltazar, en nombre de todos ellos, dirijo tres de las once bienaventu­ranzas escritas en el Sermón de la Montaña:

Bienaventu­rados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán satisfecho­s

Bienaventu­rados los que padecen persecució­n por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos

Y finalmente, Cardenal, refiriéndo­me expresamen­te a ustedes:

Bienaventu­rados los pacificado­res y luchadores sociales porque serán llamados hijos de Dios. [©FIRMAS PRESS]

*@AmericoMar­tin

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