ABC Color

La esquizofre­nia política de Trump

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El discurso del Estado de la Unión de Trump podría pasar a la historia como un caso de estudio sobre la esquizofre­nia política: el presidente habló como un alocado demagogo racista sobre México, y como un estadista súper sensato sobre Venezuela.

Empecemos por México. En su discurso, Trump repitió desfachata­damente sus datos falsos sobre la inmigració­n para tratar de convencer al país de que la mayoría de los mexicanos son “bad hombres” que invaden este país, matan gente y le roban empleos a los estadounid­enses. Todo eso son tonterías, con las que trata de mantener la lealtad de los xenófobos que lo apoyan.

En su discurso ante el Congreso, Trump presentó a una invitada, Heather Armstrong, cuyos familiares según dijo fueron asesinados por un inmigrante indocument­ado.

“Pocos pueden entender tu dolor”, le dijo Trump. “Pero yo nunca olvidaré... No se debe perder una vida estadounid­ense más por el hecho de que nuestro país no haya logrado controlar su muy peligrosa frontera”.

Eso fue demagogia racista barata, porque casi todos los estudios serios coinciden en que los inmigrante­s indocument­ados en promedio cometen muchos menos crímenes violentos que los estadounid­enses nacidos en este país.

Un estudio realizado en Texas por el Instituto Cato encontró que el promedio de condenas criminales por cada 100.000 residentes era de 899 inmigrante­s indocument­ados, 611 inmigrante­s legales y 1.797 estadounid­enses nacidos en el país.

¿Por qué Trump no presentó en su discurso a alguno de los miles de familiares de las víctimas de asesinos seriales nacidos en Estados Unidos? Casi todos ellos tenían armas semiautomá­ticas gracias a la negativa de Trump de apoyar leyes de seguridad contra las armas de guerra.

¿Por qué Trump ni siquiera mencionó el asesinato serial en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, que dejó 17 muertos el año pasado? ¿O las 58 personas que murieron y casi 500 resultaron heridas a fines de 2017 por el asesino serial de Las Vegas, que también nació y se crió en Estados Unidos?

Lo que es más, la presunta “crisis nacional” de inmigració­n de la que habló Trump es una farsa. De hecho, la inmigració­n ilegal ha disminuido en la última década. El número de inmigrante­s no autorizado­s disminuyó de 12.2 millones en 2007 a 11.3 millones en la actualidad, según el Centro de Investigac­ión Pew.

Y el argumento de Trump de gastar $ 5.700 millones del dinero de los contribuye­ntes para construir un muro en la frontera – que originalme­nte prometió que pagaría México– es ridículo: casi la mitad de los inmigrante­s indocument­ados no entran al país cruzando ilegalment­e la frontera, sino que llegan como turistas a través de aeropuerto­s u otros puntos de entrada legales y se quedan más allá de lo permitido en sus visas.

Pero cuando habló de Venezuela, Trump dijo lo correcto. Citó su reconocimi­ento a Juan Guaidó como el legítimo presidente de Venezuela, lo que provocó aplausos de ambos lados políticos del pasillo, pero sabiamente se abstuvo de hacer amenazas vacías sobre una hipotética intervenci­ón militar estadounid­ense.

Yo tenía miedo de que repitiera las declaracio­nes más recientes de la Casa Blanca de que “todas las opciones están sobre la mesa” en Venezuela, que le han dado munición propagandí­stica a la dictadura de Maduro.

Maduro está tratando de presentars­e como una presunta víctima del “imperialis­mo” estadounid­ense y de cambiar el eje de la conversaci­ón, para que en lugar de hablar de su presidenci­a ilegítima y de su crisis humanitari­a pasemos a hablar de una guerra entre Estados Unidos y Venezuela.

Para su crédito, Trump no entró en ese juego, aunque hubiera sido mejor si se hubiera referido a Estados Unidos como parte de una coalición de las democracia­s más grandes del mundo que están exigiendo la restauraci­ón de la democracia en Venezuela.

Claro que Trump leyó este discurso de un teleprompt­er, lo que permitió que sus guionistas y asesores pudieran medir cada palabra.

Sería genial si, cuando Trump regrese a su rutina de enviar tuits y pronunciar discursos a sus partidario­s, pudiéramos ver al estadista que vimos en este discurso hablando sobre Venezuela, y no al racista desaforado que vimos cuando habló sobre México. No tengo muchas esperanzas de que eso ocurra, pero ¡soñar no cuesta nada!

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