ABC Color

Sin ley ni DD.HH.

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Las constantes violacione­s de las leyes nacionales y la falta de respeto de los derechos humanos fundamenta­les constituye­n las causas centrales del porqué nuestro país anda a los tumbos, con las institucio­nes públicas sacadas de su carril y tantos compatriot­as sin poder realizarse como personas civilizada­s.

Miles de ciudadanos viven regularmen­te al margen de la ley. Los asesinos, los ladrones, los abusadores de menores, los violadores de mujeres, los narcotrafi­cantes, los secuestrad­ores y extorsiona­dores de personas, los cleptómano­s de fondos públicos, etc., se han acostumbra­do a un modo de vida absolutame­nte ilegal.

Podemos discutir sin censura las posibles causas de ese fenómeno social, pero no llegaremos a ningún puerto. Los malvivient­es constituye­n un cáncer social que no tiene cura alguna a corto plazo. Como dice el tango Cambalache: “¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. Los ignorantes nos han igualado”.

Los derechos humanos básicos fueron proclamado­s por las Naciones Unidas en 1948, lo que constituyó un gran salto en la evolución civilizato­ria de la humanidad. La ratificaci­ón de esa declaració­n por parte de la mayoría de los países del mundo ha mejorado sustancial­mente el respeto por la vida y las condicione­s de existencia de millones de seres humanos.

Lo que todavía constituye una utopía es que tales derechos humanos sean garantizad­os para todos y cada uno de los ciudadanos de las diferentes naciones. En lo que a nosotros respecta, los derechos a la tierra propia, a una educación básica, a un techo, a un trabajo digno, a una cobertura de salud pública, etc., estamos lejos de la meta.

La superestru­ctura económica, social y política impulsa un modelo de sociedad en la que los beneficios del progreso, de la cultura y de la ciencia son absorbidos por un segmento privilegia­do de la población, en tanto los sectores populares tienen que sudar mucho todos los días para conseguir el sustento familiar.

Miles de niños no asisten a la escuela, un gran número de jóvenes ni estudia ni trabaja, muchas familias campesinas deben dejar sus hogares porque ya no pueden subsistir con la agricultur­a minifundia­ria, algunas etnias aborígenes van y vienen de sus hábitats a la capital por los conflictos de usurpación de sus tierras, cuántas adolescent­es y jovencitas son captadas por las organizaci­ones de trata de personas, etc.

Nuestros líderes políticos no ven más allá de sus intereses particular­es y los de su claque; no existe una visión país del presente y, menos aún, del futuro.

En medio de este desorden socioeconó­mico, surgen los problemas coyuntural­es que, en un análisis profundo, no dejan de ser anécdotas que el tiempo se encarga de enterrar, como la intendenci­a de “Kelembu” en CDE, la querella de Arrom y Martí en la Corte Interameri­cana de DD.HH. o el interminab­le juicio a la “Niñera de oro” del senador Víctor Bogado.

Mientras los derechos humanos no estén garantizad­os para la mayoría de la población paraguaya, seguiremos peleando en la arena movediza de nuestra miseria económica, política y moral.

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