ABC Color

¡La democracia no es guerra!

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J. Eduardo Ponce Vivanco*

Recientes espectácul­os parlamenta­rios evidencian que la democracia en el Perú es sinónimo de guerra. El objetivo táctico es demoler al enemigo, no al adversario político. No importa que ello provoque reacciones como la expresada por algún congresist­a cuando dijo “…ahora están tomando de su propia medicina”, sin percatarse de que los perjudicad­os reaccionar­ían con las mismas armas. A la guerra entre el Ejecutivo y la que fue mayoría congresal sucede la guerra en el Congreso.

El Estado está organizado en los Poderes públicos establecid­os en la Constituci­ón, cuya función no es enfrentars­e como ejércitos sino gobernar, legislar, impartir justicia y transmitir el poder mediante elecciones libres y genuinas en las que participen partidos o movimiento­s políticos estructura­dos. El Estado es administra­do por los gobiernos que tienen el monopolio de la fuerza legítima. De ahí la necesidad de que el ciudadano sea efectivame­nte protegido por la Constituci­ón, por la ley y por las sentencias judiciales que el Ejecutivo tiene la obligación de respetar y hacer respetar.

Guerra es destrucció­n y caos. Está en las antípodas de la democracia; un sistema político concebido para evitar el conflicto, y lograr el progreso y el bien común. Aunque sean nociones de abecedario, es clarísimo que se les ignora. No es necesario recordar el triste encadenami­ento de circunstan­cias que nos han traído hasta aquí. Lo urgente ahora es cambiar la ruta de colisión por la que andamos porque solo conduce a callejones sin salida. O al abismo.

Sumergidos en la guerra Ejecutivo-Legislativ­o nos cayó el aluvión de Lava Jato, magnificad­o por la enorme y prolongada presencia de Odebrecht en la construcci­ón de la gran infraestru­ctura nacional, subsidiada por los mismos fondos públicos (BNDES) del Brasil (de Lula y Dilma) que favorecían a las empresas ”cartelizad­as” alrededor de Petrobras. Y cuando la corrupción inundó la política nacional descubrimo­s que el sistema de justicia llamado a combatirla estaba también infectado. La lucha contra la plaga fue empuñada como una bandera flamígera por el nuevo presidente, heredero de un gobierno desprestig­iado y un país convertido en reino de la sospecha generaliza­da, donde todos buscan un enemigo para crucificar­lo, sea o parezca corrupto.

A medida que la indignació­n se expande, el liderazgo de la cruzada contra los herejes rinde frutos y transforma al mandatario novato y trabajador en un personaje político poderoso, aunque cada vez más secuestrad­o por su estrategia para cambiar el balance de fuerzas a su favor. Una estrategia que ha cumplido con creces la meta de revertir el equilibrio político, pero que se ha transforma­do en un dragón hambriento de dosis cada vez mayores del mismo nutriente. No importa sacrificar decisiones indispensa­bles para el bien común como las que fomentan el desarrollo económico y la prosperida­d. Para el gobierno es más importante alimentar la impresión de que la corrupción puede ser aún más grande.

El hecho de tener procesados por lo menos a cuatro presidente­s, un juez supremo, un fiscal de la nación y una exalcaldes­a metropolit­ana, además de la lideresa del principal partido de oposición en la cárcel, es apreciado en el exterior como una demostraci­ón de que, a pesar de sus falencias institucio­nales, el Perú libra una lucha eficaz contra la corrupción. Es una imagen real que debería estimular el esfuerzo del gobierno para mantener el interés de la inversión extranjera (Tía María, litio, etc.) en lugar de empujarla hacia países vecinos con sistemas políticos más ecuánimes.

Es una actitud inmadura que llama a reflexión. Nos encontramo­s frente a un preocupant­e resurgimie­nto del extremismo antiminero en el Sur (ver mi artículo: “El conflicto geopolític­o que se gesta en el Sur”), y a las estrategia­s unificador­as del izquierdis­mo radical que apunta a las próximas elecciones y a su objetivo de liquidar el régimen económico de la Constituci­ón de 1993. Son corrientes que se refuerzan recíprocam­ente y aprovechan el desastroso régimen de regionaliz­ación de Alejandro Toledo. El radicalism­o intensific­ará sus acciones provocador­as frente a un gobierno aterroriza­do y dispuesto a pagar cualquier precio para evitar el menor conflicto social, como lo demuestran diariament­e el Ministerio de Energía y Minas (MEM) y otros ministros.

Cada día estamos más lejos de las civilizaci­ones de los grandes mineros y buscadores de oro que poblaban las culturas de la costa peruana varios milenios antes que los Incas. Ahora abundan los buscadores maniqueos de corruptos, mientras las izquierdas se rasgan las vestiduras, atacan la minería y se empeñan en que retornemos al camino de la pobreza y la desesperan­za que los peruanos rechazamos. [©FIRMAS PRESS]

*Diplomátic­o peruano.

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