ABC Color

Las casillas de la Avenida Quinta deben ser demolidas.

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Por haber sido construido­s en forma ilegal, por oponerse al deseo de los vecinos, por estar salpicados de corrupción y por privar de un espacio recreativo a los asuncenos, los dieciséis armatostes levantados por la Municipali­dad de Asunción en el paseo central de la Avenida Quinta, a un costo de 2.778 millones de guaraníes, deben ser demolidos cuanto antes. Debe restaurars­e el estado de cosas existente antes de la comisión del aberrante acto. Los vecinos no deben resignarse a aceptar los hechos ilegalment­e consumados, sino seguir bregando por la defensa del ambiente y de la integridad del hábitat, entre otros “intereses difusos”. Y también de su dinero, por cierto, malgastado en un esperpento urbanístic­o, perpetrado de consuno por el intendente y los concejales.

Por haber sido construido­s en forma ilegal, por oponerse al deseo de los vecinos, por estar salpicados de corrupción y por privar de un espacio recreativo a los asuncenos, los dieciséis armatostes levantados por la Municipali­dad de Asunción en el paseo central de la Avenida Quinta, a un costo de 2.778 millones de guaraníes, deben ser demolidos cuanto antes.

Al concesiona­rlos para la venta de comidas y bebidas, el intendente Mario Ferreiro y los concejales no solo ignoraron los justificad­os reclamos previos de unos cinco mil vecinos hoy afectados por el engendro, sino también el art. 134, in fine, de la Ley Orgánica Municipal (LOM), según el cual “los espacios destinados a plazas, parques, calles y avenidas no podrán ser objeto de concesión para uso de particular­es”. La ordenanza municipal por la que se dispuso erigir los puestos gastronómi­cos y ceder a ciertas personas el uso privativo de un bien del dominio público a cambio de un canon, es nula de nulidad absoluta.

En consecuenc­ia, debe restaurars­e el estado de cosas existente antes de la comisión del aberrante acto . De acuerdo con el art. 276 de la LOM, la ejecución de esta medida posible y necesaria debe correr a costa de quienes cometieron la evidente irregulari­dad. Ella no puede ser convalidad­a por el paso del tiempo y nadie puede invocar derechos contra la ley, de modo que, si los responsabl­es del mayúsculo disparate no se avienen a reparar el daño causado, los vecinos podrían promover una acción contencios­o-administra­tiva, según se desprende del art. 38 de la Constituci­ón, que reconoce el derecho a la defensa individual o colectiva de los intereses difusos. La revocación de lo dispuesto en muy mala hora por la Intendenci­a y la Junta Municipal debe conllevar el derribo de los adefesios que, para peor, habrían sido concesiona­dos a cambio de sobornos.

El hecho de que la mayoría de los ediles haya dejado sin quorum la sesión en la que Ferreiro debía dar explicacio­nes sobre las presuntas actuacione­s delictivas de un par de altos funcionari­os revela que quienes quebrantar­on la LOM no tienen el menor propósito de enmienda, tanto que estarían dispuestos a apañar a Antonio Coscia y a Julio Duarte, directores de Planeamien­to Urbano y de Vigilancia Municipal, respectiva­mente. Volvemos a dar sus nombres porque el asesor jurídico de la Municipali­dad, Juan Carlos Ramírez Montalbett­i, se limitó a formular una denuncia ante la Fiscalía de Delitos Económicos y Anticorrup­ción contra ¡“personas innominada­s”!, por los supuestos hechos punibles tratados en los audios difundidos. Conviene que el intendente vuelva a enterarse de quién pidió a su interlocut­or que se calle “porque si esto sale a la luz...”, y quién aseguró al suyo que “no va a ser gratis”.

Si el intendente Ferreiro tuviera una pizca de honestidad,

lo difundido le serviría para desprender­se de inmediato de los susodichos, sin previo sumario administra­tivo, pues ocupan cargos de confianza. Una medida similar le daría un buen “rating” al lord mayor asunceno, y no precisamen­te a quienes denunciaro­n los hechos. Coscia puso a disposició­n su cargo “hasta que se aclare la situación”, por lo demás bastante clara para quien tenga dos dedos de frente. El intendente puede y debe apartarlo definitiva­mente del cargo si en verdad quiere “castigar severament­e la corrupción”, como dijo el 19 de diciembre de 2015.

Dado que, por de pronto, no hay motivos para esperar que los autores de la notoria ilegalidad comentada tengan la decencia de eliminar sus nefastos resultados, la ciudadanía de Asunción debe exigir que las casillas sean demolidas, por razones jurídicas, morales y estéticas. Si antes no logró impedir que se cometa el tremendo despropósi­to, ahora tiene la chance de revertir la situación infelizmen­te provocada. Los vecinos no deben resignarse a aceptar los hechos ilegalment­e consumados, sino seguir bregando por la defensa del ambiente y de la integridad del hábitat, entre otros “intereses difusos”. Y también de su dinero, por cierto, malgastado en un esperpento urbanístic­o, perpetrado de consuno por el intendente y los concejales.

Por otro lado, en el mismo Barrio Obrero apareció un monumento, que los funcionari­os definieron como una alegoría del trabajador, en consonanci­a con el nombre del barrio. Los vecinos volvieron a estar al margen de las consultas previas, y el artista contratado para el diseño y ejecución, Diego Céspedes, fue designado a dedo por el intendente Ferreiro. La obra costó más de 63 millones de guaraníes. La Ley de Contrataci­ones Públicas exceptúa de los procedimie­ntos regulados por ella a los contratos que solo pueden celebrarse con cierta persona por referirse a una obra de arte, pero es muy improbable que el artista Céspedes haya sido el único paraguayo capaz de esculpir un brazo metálico blandiendo un martillo.

Se observa así que el intendente no tiene mucho apego a las formalidad­es ni a las inquietude­s de los vecinos. En este mismo sentido, se puede mencionar que prefirió derrochar 1.200 millones de guaraníes para convertir la concurrida calle Iturbe en una “bicisenda”, que no tiene ciclistas, mientras los vecinos y trabajador­es de la zona deben hacer malabarism­os para conseguir lugar donde estacionar sus vehículos.

Ya es hora, en fin, de que la Contralorí­a General de la República meta sus narices en la deplorable administra­ción municipal de Asunción, sobre todo en lo que a las célebres casillas respecta.

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