ABC Color

Jugar a toda edad

- Lourdes Peralta lperalta@abc.com.py

El juego tiene una historia rica e interesant­e, aún más cuando se investiga sobre el tema. El ser humano siempre ha jugado. Antiguamen­te, en las reuniones sociales había juegos de interacció­n mediante los cuales la gente se comunicaba. Por ej., las viejas canciones infantiles tienen su origen en fiestas palaciegas o populares, donde, más que niños, eran jóvenes y adultos los que se encontraba­n. En nuestra cultura, el juego no siempre gozó su libertad. Muchos niños pobres crecieron trabajando, haciendo mandados, siendo castigados por “perder el tiempo” cuando jugaban. Por eso se habla de los que no tuvieron infancia.

El juego es un entrenamie­nto para la vida de adulto; aquel que no ha jugado no es igual al que sí tuvo ese aprendizaj­e. Muchos padres mandan a sus hijos a jugar solos; no tienen ganas o tiempo de entretener­se con ellos, algo que, sin dudas, tendrá sus consecuenc­ias. Además, los juegos dinámicos entre niños mayormente se dan en la escuela porque en el barrio, todos los días, ya no todos juegan como antes; los tiempos han cambiado y, por seguridad, los chicos se quedan encerrados con la tele, el celular, los jueguitos. Tampoco hoy son muchos hermanos y no hay mascota que reemplace esa carencia. Al haberse reducido la diversidad y el entorno de juegos, también afectó el saber ir forjando la independen­cia y autogestió­n. Los adolescent­es de esta generación llegan adiestrado­s para estar “en su mundo”; sus juegos hoy se dan a través del celular; su principal objetivo en esta etapa es la complicida­d con su grupo y el contacto el sexo opuesto (por chat).

Luego, los adultos. Todavía existen los grupos de juegos de mesa. Aunque antes era más común llegar a una casa y encontrar señores tomando caña o whisky y jugando al truco, no se ha perdido la costumbre, o amigas mayores jugando –tomando el té o un licor– canasta o chinchón. La quiniela sigue vigente sobre todo en las clases populares –“por lo menos me ilusiono un ratito”–; así también los juegos de bingo o la lotería nacional. Los abuelos siempre sueñan con ganar un premio mayor, es un clásico en la vejez, y obedece a esa etapa final de la vida en la que quieren complacer con regalos a sus nietos, viajar, sentir la seguridad que da el dinerito para no ser “una carga”, tener para sus medicament­os. Los juegos de crucigrama­s, sopa de letras y acertijos tienen un sentido trascenden­tal, pues mantienen activos la memoria, la salud mental y el ánimo adulto.

Para la edad intermedia, la industria del entretenim­iento provee juegos de todo tipo, los pasionales como practicar o seguir un equipo de fútbol o más intelectua­les y menos promovidos como el ajedrez.

En todo tiempo y circunstan­cia, hay gente que juega y otros que, erróneamen­te, lo consideran pueril. Los juegos tienen una variedad infinita; nos enseñan reglas y son necesarios para agudizar el ingenio. Colectivo o individual, fácil o complejo, el juego siempre nos invita a participar, no debemos rechazarlo. “Es en el juego, y solo en el juego, que el niño o el adulto como individuos son capaces de ser creativos y de usar el total de su personalid­ad, y solo al ser creativo el individuo se descubre a sí mismo” (Ronald Woods Winnicott).

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