Jugar a toda edad
El juego tiene una historia rica e interesante, aún más cuando se investiga sobre el tema. El ser humano siempre ha jugado. Antiguamente, en las reuniones sociales había juegos de interacción mediante los cuales la gente se comunicaba. Por ej., las viejas canciones infantiles tienen su origen en fiestas palaciegas o populares, donde, más que niños, eran jóvenes y adultos los que se encontraban. En nuestra cultura, el juego no siempre gozó su libertad. Muchos niños pobres crecieron trabajando, haciendo mandados, siendo castigados por “perder el tiempo” cuando jugaban. Por eso se habla de los que no tuvieron infancia.
El juego es un entrenamiento para la vida de adulto; aquel que no ha jugado no es igual al que sí tuvo ese aprendizaje. Muchos padres mandan a sus hijos a jugar solos; no tienen ganas o tiempo de entretenerse con ellos, algo que, sin dudas, tendrá sus consecuencias. Además, los juegos dinámicos entre niños mayormente se dan en la escuela porque en el barrio, todos los días, ya no todos juegan como antes; los tiempos han cambiado y, por seguridad, los chicos se quedan encerrados con la tele, el celular, los jueguitos. Tampoco hoy son muchos hermanos y no hay mascota que reemplace esa carencia. Al haberse reducido la diversidad y el entorno de juegos, también afectó el saber ir forjando la independencia y autogestión. Los adolescentes de esta generación llegan adiestrados para estar “en su mundo”; sus juegos hoy se dan a través del celular; su principal objetivo en esta etapa es la complicidad con su grupo y el contacto el sexo opuesto (por chat).
Luego, los adultos. Todavía existen los grupos de juegos de mesa. Aunque antes era más común llegar a una casa y encontrar señores tomando caña o whisky y jugando al truco, no se ha perdido la costumbre, o amigas mayores jugando –tomando el té o un licor– canasta o chinchón. La quiniela sigue vigente sobre todo en las clases populares –“por lo menos me ilusiono un ratito”–; así también los juegos de bingo o la lotería nacional. Los abuelos siempre sueñan con ganar un premio mayor, es un clásico en la vejez, y obedece a esa etapa final de la vida en la que quieren complacer con regalos a sus nietos, viajar, sentir la seguridad que da el dinerito para no ser “una carga”, tener para sus medicamentos. Los juegos de crucigramas, sopa de letras y acertijos tienen un sentido trascendental, pues mantienen activos la memoria, la salud mental y el ánimo adulto.
Para la edad intermedia, la industria del entretenimiento provee juegos de todo tipo, los pasionales como practicar o seguir un equipo de fútbol o más intelectuales y menos promovidos como el ajedrez.
En todo tiempo y circunstancia, hay gente que juega y otros que, erróneamente, lo consideran pueril. Los juegos tienen una variedad infinita; nos enseñan reglas y son necesarios para agudizar el ingenio. Colectivo o individual, fácil o complejo, el juego siempre nos invita a participar, no debemos rechazarlo. “Es en el juego, y solo en el juego, que el niño o el adulto como individuos son capaces de ser creativos y de usar el total de su personalidad, y solo al ser creativo el individuo se descubre a sí mismo” (Ronald Woods Winnicott).