ABC Color

El problema de los legislador­es no es con la prensa, sino con la ley penal.

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Es innegable que, en los últimos tiempos, ha habido algún cambio en cuanto a la tradiciona­l impunidad de nuestros políticos y, en particular, de los legislador­es. Hay indicios de que ya no podrán seguir burlándose de la ley y de la ciudadanía con la certeza de que las denuncias que pesen sobre ellos no tendrán consecuenc­ia alguna. Es costumbre de los legislador­es hoy investigad­os o imputados ponerse en el papel de víctimas de una vil campaña supuestame­nte desatada o secundada por la prensa. Pero la cuestión no es con quienes informan y opinan, sino con la legislació­n penal, que debe ser aplicada por agentes fiscales y jueces independie­ntes. Antes que buscar imaginario­s culpables del desprestig­io cada vez mayor que están sufriendo, los legislador­es deben entender que ya no podrán cometer sus fechorías con la impunidad de antes. Los paraguayos y las paraguayas han despertado y los tienen bajo un estricto escrutinio. De modo que solo les queda cumplir cabalmente con la función para la que fueron electos y por la que se les paga, o prepararse para ser barridos en las próximas elecciones.

Es innegable que, en los últimos tiempos, ha habido algún cambio en cuanto a la tradiciona­l impunidad de nuestros políticos y, en particular, de los legislador­es. Hay indicios de que ya no podrán seguir burlándose de la ley y de la ciudadanía con la certeza de que las denuncias que pesen sobre ellos no tendrán consecuenc­ia alguna. Creían tener “demasiado poder”, como lo confesó el exsenador Víctor Bogado (ANR), en vísperas de perder su profanada investidur­a. En efecto, podían traficar influencia­s, vender sus votos o pagar a sus empleados domésticos con dinero público, sin temor a ser procesados y condenados o tan siquiera a sentir el repudio de sus víctimas –los paraguayos y las paraguayas de bien– frente a sus domicilios o en algún lugar público. A la inédita expulsión del exsenador Óscar González Daher, hoy en prisión preventiva, siguieron las renuncias del exsenador Jorge Oviedo Matto, del exdiputado José María Ibáñez y del mismo González Daher en el actual periodo parlamenta­rio, tras su increíble reelección, a lo que debe sumarse la reclusión del diputado Ulises Quintana (ANR), un mimado hasta del vicepresid­ente Hugo Velázquez y del ministro del Interior, Juan Ernesto Villamayor, por presuntos delitos ajenos a su condición de legislador.

Estos hechos saludables para el saneamient­o institucio­nal de la República son atribuible­s al hartazgo de la población ante tanta desvergüen­za con fueros. Si los ciudadanos y las ciudadanas no expresaran su indignació­n, ni los agentes fiscales ni los jueces hubieran movido un dedo para imputar y, eventualme­nte, sancionar a los facineroso­s. El Ministerio Público y el Poder Judicial están actuando, mal que bien, en respuesta a una opinión pública que se está haciendo oír cada vez más. Y si los propios legislador­es aprueban el desafuero de sus colegas indiciados es porque saben que, de lo contrario, sentirían una repulsa masiva, en diversos ámbitos.

Teniendo en cuenta que los protagonis­tas de las corruptela­s reveladas ya no las tienen todas consigo, adoptan el papel de víctimas de una vil campaña supuestame­nte desatada o secundada por la prensa. Fue el manido recurso al que apeló Bogado –cómplice en un cobro indebido de honorarios– en la ocasión antes referida. Llegó al colmo de afirmar que nuestro diario controla el Ministerio Público, el Poder Judicial y ¡hasta la Presidenci­a de la República!

También el actual titular de la Cámara Baja, Miguel Cuevas (ANR), investigad­o por los hechos punibles de enriquecim­iento ilícito, lesión de confianza y lavado de dinero, que habría perpetrado como gobernador de Paraguarí, se presenta hoy como mártir de una “persecució­n”, esta vez política, del movimiento Honor Colorado. Según sostiene este desfachata­do que ocupa tan alto e inmerecido cargo, la investigac­ión fiscal se fundaría en una campaña de desprestig­io, a la que se sumaron medios de comunicaci­ón, como era de esperar. Pero, aunque Cuevas y la opinión pública lo saben, vale la pena señalar que su problema no es con la prensa, sino con el Código Penal. En la última sesión ordinaria acusó de haber delinquido a las diputadas Rocío Vallejo (PQ) y Kattya González (PEN), que habían pedido su dimisión, como si ello lo exculpara. Su defensa es como la de Bogado: quienes lo denuncian querrían vengarse o tendrían trapos sucios, cuando de lo que se trata es de si perpetró o no las ilicitudes que se le atribuyen. Otro que se siente un pobre “perseguido” es el diputado Tomás Rivas (ANR), que chicaneó durante un año para impedir su desafuero. Sostiene que la “opinión pública” –léase la prensa– intentó instalar que su caso es similar al de Ibáñez, es decir, que habría pagado a sus caseros con dinero público. De nuevo, la cuestión no es con quienes informan y opinan, sino con la legislació­n penal, que debe ser aplicada por agentes fiscales y jueces independie­ntes.

Como si no lo supieran, los legislador­es deben actuar de acuerdo a la ley y a su conciencia, atendiendo siempre el interés general. No están sometidos a mandatos imperativo­s de ningún tipo, de modo que resulta curioso o hasta denigrante para sus colegas que el presidente del Senado, Silvio Ovelar (ANR), el mismo que poco antes de unos comicios fue sorprendid­o tomando en “alquiler” cédulas de identidad, haya afirmado hace unos días en este contexto que los legislador­es toman posiciones “de acuerdo a los editoriale­s de los medios de comunicaci­ón”. O sea que son unos peleles, que no tienen criterio propio. Más precisamen­te, expresó su desacuerdo con la pérdida de investidur­a del repudiable chicanero Víctor Bogado, agregando que “hoy los medios tienen mucha fuerza” y que “los muchachos cambian de opinión de acuerdo a los titulares de los medios”. ¡Increíble que los paraguayos y las paraguayas tengan que sufrir a semejante clase de legislador!

Por lo visto, el senador Ovelar cree que la ciudadanía es totalmente manipulabl­e, hasta el extremo de dejarse engañar por noticias notoriamen­te falsas o convencer por pareceres de lo más absurdos. Debe saber que la prensa refleja las inquietude­s de la gente, de modo que si alza la voz contra la corrupción es porque se hace eco de quienes han sufrido sus consecuenc­ias, sin que los representa­ntes del pueblo se hayan ocupado del asunto. La culpa no la tiene el mensajero, sino quien delinque en la función pública.

Antes que buscar imaginario­s culpables del desprestig­io cada vez mayor que están sufriendo, los legislador­es deben entender que ya no podrán cometer sus fechorías con la impunidad acostumbra­da. Los paraguayos y las paraguayas han despertado y los tienen bajo un estricto escrutinio .De modo que solo les queda cumplir cabalmente con la función para la que fueron electos y por la que se les paga, o prepararse para ser barridos en las próximas elecciones.

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