Habitaremos en Él
Jn 14,23-29 Hno. Joemar Hohmann - Franciscano Capuchino
Cuando existe un verdadero amor, que se traduce en querer el bien del otro, entonces hay también fidelidad, porque no se pretende desfigurar la relación y lastimar el corazón de la persona querida.
Esto vale para la unión de hombre y mujer, de padres e hijos y también en nuestra vida de fe y amistad con Jesucristo.
Por eso el Maestro sostiene: “El que me ama será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará; iremos a Él y habitaremos en Él”. Hay una correspondencia decisiva entre amarlo y ser fiel a su Palabra. Quien de veras lo quiere respeta sus mandamientos, y vale igualmente al contrario: quien no se importa con sus mandamientos, también no se importa con Persona y con su proyecto de vida.
Dios es el primer interesado en nuestra felicidad, porque nos creó por amor y quiere que vivamos en el amor, que es el sendero más seguro para encontrar la paz de espíritu. Así, Jesús, después de asociar el amor a él y la fidelidad al Evangelio agrega: “Mi Padre lo amará”.
Ser y sentirse amado por el Padre es la marca de la satisfacción profunda, es lograr la felicidad más segura, que no depende del humor de los demás.
“Iremos a Él”: lo que manifiesta que el Señor toma la iniciativa de venir a nosotros, no nos desampara y nunca nos deja echados a la mala suerte, pero viene a nosotros y participa de nuestros problemas, estimulando a que busquemos juntos la mejor solución.
“Habitaremos en Él”: tener a Dios dentro de nuestro espíritu, de modo amplio y constante, es la gloria más sublime a que cualquier uno puede ambicionar. No hay ninguna prioridad más notable que esta búsqueda y el sacrificio para lograrla, por ello, el salmista afirma emocionado: “El Señor nos bendiga y haga brillar su rostro sobre nosotros”.
Inclusive, psicológicamente, es una fuerza poderosa, pues es vencer todo sentimiento de soledad, nunca sentirse abandonado y menos importante que los demás.
“Habitaremos en Él” es una indicación trinitaria, es la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el hondo de nuestro corazón y en todas nuestras actitudes. Esta presencia sumamente amorosa nos da fuerzas para luchar de otros modos y vencer el desempleo, colabora eficazmente para la recuperación de la salud y, además, nos brinda una misteriosa sanación para perdonar las humillaciones recibidas.
Tratemos de ser más humildes y más sabios, permitamos que el Señor habite en nuestro corazón y respetemos con valor su enseñanza moral.