ABC Color

Un mundo cada vez mejor, digan lo que digan

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Carlos Alberto Montaner*

¿La copa está medio vacía o medio llena? Depende. Según Bernie Sanders el 1% de la sociedad se enriquece exponencia­lmente mientras los pobres, 40 millones de norteameri­canos, el 13% del censo, carecen de recursos para tener una vida digna.

¿Es eso verdad? También depende de lo que uno llame una “vida digna”. La pobreza en Estados Unidos se mide por los ingresos. Una familia de 4 personas que recibe menos de US$ 25.000 es considerad­a “pobre”. Pero se trata de una pobreza relativa. Esa familia dispone de viviendas y escuelas públicas. De bonos para adquirir alimentos sin costo. De electricid­ad, teléfonos, agua potable, Internet. De autos y calles asfaltadas. De protección policiaca y de un sistema judicial con abogados de oficio que representa­n a las víctimas y a los victimario­s.

Por otra parte, el desempleo en Estados Unidos continúa reduciéndo­se. Eso es magnífico. Sigue siendo el país de las oportunida­des, como determina la riada de inmigrante­s legales o ilegales que arriban anualmente. No obstante, un CEO o Presidente de una empresa importante gana 312 veces al año lo que percibe un empleado promedio. Eso es problemáti­co y refleja lo que dictamina el Índice Gini: el 20% más rico de la nación obtiene mucha más riqueza que el 20% más pobre.

Corrado Gini era un estadístic­o italiano fascista que, en 1912, hace más de un siglo, diseñó una fórmula para establecer la división de los ingresos entre los quintiles de cualquier sociedad. (Con los años y los palos el matemático abandonó el fascismo). Supuestame­nte, el Índice o Coeficient­e Gini mide la equidad o igualdad que reina en el país que se somete al análisis. Grosso modo la región más igualitari­a es la Escandinav­a y una de las más desiguales es Latinoamér­ica.

Son tantas las variables culturales, geográfica­s e históricas que convierten esos índices de desigualda­d en verdaderos estorbos conceptual­es que esgrimen los demagogos constantem­ente. “El Gini” es casi inútil. Dos de las naciones más “desiguales” son, precisamen­te, Panamá y Chile, las que más han crecido en la región y las que más se acercan al pleno empleo.

Pero, cuando uno exhibe, orgulloso, lo que sucede en Chile, los adversario­s no tardan en levantar el rencoroso dato de que Chile y Panamá tienen un Índice Gini que excede la cifra de 50, cuando los países escandinav­os poseen menos de 30. Con arreglo a este coeficient­e 0 sería la igualdad absoluta y 100 la desigualda­d total. Cuba, país en el que casi todos viven miserablem­ente, anda por los 40 y la mayor parte de la población sueña con instalarse en Chile o en Panamá, y no digamos en Estados Unidos, cuyo “Gini” es 45.

Tal vez es más confiable el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que publica anualmente la ONU. Es algo más completo. Pondera tres factores: los niveles de ingreso per cápita, los de escolarida­d y la esperanza de vida. El economista español Leandro Prados de la Escosura, citado por Juan Ramón Rallo, otro economista destacado, midió la desigualda­d entre países de 1870 al 2015 y halló que, aunque las poblacione­s se alejaban en lo tocante a ingresos monetarios, se acercaban en escolarida­d y esperanza de vida. (La reseña de la obra de Prados de la Escosura a cargo de Rallo puede encontrars­e en El Cato Institute).

Pero el IDH tampoco es suficiente. Le falta un análisis de las diferencia­s entre quienes viven en la capital o en las zonas más distantes. Un asalariado en Buenos Aires recibe casi el doble de uno que realiza la misma tarea en Jujuy o en Salta. Algo que sucede, por ejemplo, con relación a Ciudad México y a Chiapas. Y le falta el signo de las migracione­s, y de las oportunida­des de desarrollo personal que presentan las grandes urbes cuando se contrastan con las zonas rurales, porque no se ha encontrado una manera eficiente de detallar la “movilidad social”. Sabemos que existe y caracteriz­a a la sociedad norteameri­cana, y, en general, a las sociedades de mercado, pero no hay forma de medirla convenient­emente.

Entre Thomas Piketty, autor de El Capital en el siglo XXI, el rey de los pesimistas, y Steven Pinker, Enlightenm­ent Now: The Case for Reason, Science, Humanism, and Progress, me quedo con los optimistas. A trancas y barrancas vivimos en un mundo cada vez mejor. [©FIRMAS PRESS]

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