Ser más humilde
Lc 14,1.7 - 14
La palabra humildad-humilde se deriva del latín “humilis”, que a su vez proviene de “humus” (tierra). Así, “humilde” es el que está con los pies en la tierra y se ubica con sabiduría en la vida.
La humildad es la reina de las virtudes, junto con la caridad, y ella nos indica que la verdadera grandeza es la que tenemos delante de Dios. Lo demás es humo, no “humus”.
Con profundidad el Eclesiástico enseña: “Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor”.
Sin embargo, desde que el mundo es mundo, el ser humano realiza una búsqueda agotadora para ser reconocido y aplaudido por los demás.
En la práctica concreta no es muy fácil fijar límites entre tener una sana autoestima, y ser un soberbio; entre ser humilde y ser un acomplejado sin iniciativa.
Jesús toca precisamente estos puntos en el Evangelio para que podamos alcanzar el equilibrio, que nos permite estar contentos con nosotros mismos, y ser fuertes para hacer la voluntad de Dios.
Cuando Él indica que busquemos los últimos lugares en un banquete, quiere decir que no estemos muy preocupados en ser figureti delante de los otros, en lucir una ropa muy chururú, un flamante coche o una silicona bien implantada.
Sin embargo, buscar los últimos lugares no puede terminar en esto, pero debe ser asociado a la recomendación siguiente que hace, que es sobre quienes invitamos para nuestras fiestas, es decir, para compartir nuestra vida.
Él asegura que no hemos de convidar solamente a aquellos que, a su turno, también nos invitarán, pero debemos ser solidarios con aquellos que por su situación, prácticamente, nunca podrán retribuirnos con la misma moneda. Es el aspecto de la solidaridad, que no tiene nada que ver con una eventual limosna, pero se refiere a la economía solidaria y a la justicia distributiva.
Ser humilde es aceptar los talentos y no apropiarse de ellos; es también reconocer las propias limitaciones y poner empeño constante por superarlas.
La persona humilde procura complacer a Dios, respetando sus enseñanzas, en cuanto el orgulloso quiere imponerse a sí mismo y lograr los primeros puestos, inclusive, sin considerar la moralidad de sus actos.
El texto toca, además, otro criterio fundamental: la fe en la resurrección. Esto significa la creencia de que Dios existe, de que existe un juzgamiento y una retribución para nuestras actitudes: por ende, tratemos de ser más humildes. Paz y bien. hnojoemar@gmail.com