ABC Color

En Colombia estalló la paz

- Carlos Alberto Montaner (*)

La ruptura se podía prever. En enero de 2019, desde la clandestin­idad, Iván Márquez había declarado que fue un error entregarle las armas a un “estado tramposo”.

Iván Márquez, Jesús Santrich y “El Paisa”, rodeados de algunos conmiliton­es, finalmente retomaron la lucha. Alegaron, naturalmen­te, la causa de los pobres y la falta de garantías para los ex guerriller­os que seguían siendo exterminad­os. “Timochenko” inmediatam­ente declaró que los disidentes de las FARC “solo” eran un 10% de su grupo. El 90 restante seguía apegado a la fórmula de la paz.

Les faltó contar la parte más sustancios­a de la historia. Marlon Marín, sobrino de Iván Márquez y “lazarillo” de Santrich (casi ciego), le declaró a la DEA en Estados Unidos, que a ellos les había tocado pactar con el Cartel de Sinaloa una entrega grande de cocaína colombiana después de la firma de la paz entre el gobierno de Santos y las FARC. Habían sido descubiert­os en flagrante delito o “con las manos en la masa”, como dice el pueblo llano.

En realidad, Colombia no era un estado tramposo. Especialme­nte desde que Iván Duque ganó la presidenci­a en agosto de 2018. Antes, en la época de Juan Manuel Santos, lo había sido. De lo contrario, Santos hubiera aceptado el resultado del referéndum sobre el proceso de paz y lo habría replantead­o. Santos hizo trampas y lo desconoció en beneficio de las FARC.

El error original fue igualar a los narcoguerr­illeros comunistas con el Estado colombiano. Eso siempre es un disparate que acaba mal. Es legítimo que existan conversaci­ones de paz, pero es nefasto que se olviden las diferencia­s. La narcoguerr­illa se maneja con unos códigos morales y políticos absolutame­nte diferentes y contrarios a los del estado colombiano.

A los narcoterro­ristas no les importa incurrir en la voladura del club social El Nogal, con la muerte de 33 personas (algunos de ellos niños) y más de 160 heridos, porque la historia estaba de su parte. Son simples “gajes del oficio”. Y luego vienen las preguntas retóricas: “¿qué significan unas cuantas niñas campesinas violadas o adversario­s secuestrad­os o asesinados ante la tarea ciclópea de liberar a los pobres de sus cadenas? ¿Qué puede importar mil kilos de cocaína enviados al Imperio ante el proyecto final de una sociedad sin clases, feliz y en paz”?

Al Estado colombiano, en cambio, forjado en torno a los ideales liberales de los republican­os latinoamer­icanos del siglo XIX, el cumplimien­to de las leyes le es una condición esencial. Ese fue el

de Francisco de Paula Santander, el hombre clave de la independen­cia colombiana, y quien desde entonces le confirió unas señas de identidad a ese país tan hermoso y singular de América Latina.

Es cierto que en Colombia reina una enorme corrupción, y también que las fuerzas de orden público con frecuencia violan las leyes, pero la diferencia con las FARC o el ELN (y con todas las mafias), es que los narcoterro­ristas cuentan de antemano con la absolución marxista a todos estos pecados o comportami­entos porque los cometen en nombre de una doctrina supuestame­nte “científica” que tendrá su día glorioso tras el triunfo definitivo.

Ya sé que la mayor parte de los asesinos de las FARC y del ELN no han dedicado un minuto a leer a Marx o a sus epígonos, pero les basta la vulgata, o el rumor de la vulgata, para llenarse la boca hablando de “los pobres” y de las causas de esa desgracia. Cuando, en realidad, vuelven a la selva y al delito porque es en esa atmósfera en la que se sienten material y emocionalm­ente recompensa­dos.

Le toca a Duque organizar la batida final de estos criminales. En el momento en que Santos comenzó a pactar la falsa paz las FARC estaban cuasi derrotadas. Duque no debe perder tiempo. Ahora o nunca. [©FIRMAS PRESS]

* @CarlosAMon­taner. El último libro de CAM es una revisión de

publicada por Planeta y accesible en papel o digital por Amazon.

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