ABC Color

EDITORIAL

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El “salvataje” de Cartes le cuesta caro a Marito. Como era presumible, Horacio Cartes no tardó mucho en revelar que su salvataje político “para garantizar la estabilida­d” del país, es decir, la del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, nada tenía que ver con el altruismo político. En verdad, no hay nada que reprocharl­e, pues una de las reglas de oro del despiadado juego de poder reza “Te doy para que me des”. Ahora el propio Cartes opina que el Presidente debe hacer cambios en su Gabinete, nombrando a personas idóneas y destituyen­do a opositores de los altos cargos de confianza. Sus voceros, incluso, proporcion­aron los nombres de los ministros que deben ser destituido­s: Eduardo Petta, Arnoldo Wiens y Denis Lichi. La situación está poniendo en ridículo al presidente Abdo Benítez, por más de que él insiste en que “las decisiones las toma el presidente”. Eso se comprobará en la práctica si se destituye o no a los tres ministros censurados abiertamen­te por el cartismo. Entretanto, lo cierto es que los protagonis­tas de esta tragicomed­ia le están causando un tremendo daño al país.

Como era presumible, Horacio Cartes no tardó mucho en revelar que su salvataje político “para garantizar la estabilida­d” del país, es decir, la del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, nada tenía que ver con el altruismo patriótico. En verdad, no hay nada que reprocharl­e, pues una de las reglas de oro del despiadado juego del poder reza “Te doy para que me des”. “Marito” debe de conocerla, así que no le habrá sorprendid­o que el martes último su propio sostén haya opinado que debe hacer cambios en su Gabinete, nombrar a personas idóneas y destituir a opositores de los cargos de confianza. Al día siguiente, el senador Antonio Barrios (ANR, cartista) fue más preciso al afirmar que los ministros de Educación y Ciencias, Eduardo Petta; de Obras Públicas y Comunicaci­ones, Arnoldo Wiens, y de Agricultur­a y Ganadería, Denis Lichi, deben ser removidos cuanto antes. La sugerencia, por así llamarla, no se fundó en un mero capricho del líder de Honor Colorado, sino –según justificó el opinante– en encuestas periodísti­cas y en la necesidad de “hacer que la economía se mueva” mediante el Presupuest­o que hasta hoy administra­n los objetados.

Mientras el líder de Honor Colorado –y al parecer también de todo el partido– está apurado, al Presidente de la República le costaría formalizar las decisiones tomadas en la avenida España, de esta capital, pues está “agobiado por los problemas” y no hallaría a personas dispuestas a asumir los cargos que están en la mira, al decir también del propio Barrios, actuando como portavoz de quien promovió una enmienda inconstitu­cional para seguir en el poder y se hizo elegir senador contra el mandato del art. 189 de la Carta Magna.

El jueves, el Jefe de Estado, destinatar­io de los claros mensajes referidos, negó haberlos conocido antes: “Yo no recibí ningún planteamie­nto. Yo no recibí eso, en homenaje a la verdad”, sostuvo. Aquí importa menos saber quién miente que confirmar si, según todos los indicios, Horacio Cartes será un presidente de la República de facto. No solo está enviando órdenes por sí mismo y a través de algún acólito, sino también por intermedio de los senadores abdistas Juan Carlos Galaverna y Silvio Ovelar, según su colega Barrios.

La cada vez más grotesca situación está poniendo en ridículo a Mario Abdo Benítez, por mucho que enfatice que “las decisiones las toma el presidente”. Su autoridad está siendo socavada públicamen­te, pero el autor de su demolición se niega a posar en su compañía: “Abajo hubo mucha persecució­n y quedaría muy mal que haya un montón de gente que ha perdido su empleo y que nosotros nos saquemos fotografía­s”, explicó Cartes. Es decir, lo acusa de haber perseguido a colorados y agrega que le avergonzar­ía que sus víctimas lo vieran junto a él. En una palabra, lo desprecia, y es de suponer que su desdén se convertirá en enojo si el jefe del Poder Ejecutivo no obedece sus instruccio­nes. Actuando como un perdonavid­as, el senador Barrios tuvo a bien apuntar que Abdo Benítez tiene la plena libertad de elegir a personas de su confianza para reemplazar a los tres ministros impugnados. ¡Por lo menos le da esa opción! El lastimoso Presidente de la República ya cuenta, pues, con el debido permiso del cartismo para el referido efecto. Pero eso sí, debe apartar a Eduardo Petta, a Arnoldo Wiens y a Denis Lichi.

Conste que, según este vocero del cartismo, sus dirigentes no aceptarían ningún cargo que se les ofrezca, lo que no implica renunciar a un poder de veto ni a la facultad de impartir indicacion­es directas o indirectas a los nuevos ministros ni a los que permanezca­n en el Gabinete gracias a la benevolenc­ia de Cartes. Por lo demás, la cuestión no terminará allí, según se infiere de las palabras del nuevo mandamás: muchos seguidores suyos perdieron sus cargos y deberán recuperarl­os, así que habrá que crear espacios en el aparato estatal para dar cabida a los antes desplazado­s, sin desprender­se de los colorados añetete que los sustituyer­on. Costará algún dinero público, pero eso es lo de menos. Lo esencial será satisfacer las exigencias de quien, durante los próximos cuatro años, tendrá en sus manos el destino político del Jefe de Estado. Por otra parte, ¿olvida Cartes que el actual Primer Mandatario lo calificó como el “principal contraband­ista del Paraguay”, o le está cobrando por tamaña acusación?

Abdo Benítez aseguró, como era de esperar, que no delegará su atribución de presidente de la República. De hecho, el Poder Ejecutivo no puede tener dos cabezas. Pero eso se comprobará en la práctica si se destituye o no a los tres ministros censurados abiertamen­te por el cartismo. Horacio Cartes le puso en un brete ante la ciudadanía: si obedeciera las órdenes difundidas, capitularí­a ante quien se habrá convertido en el verdadero jefe de Estado; si desobedeci­era, debería temer que Cartes, desairado por tanta ingratitud, se vengue más temprano que tarde. Entretanto, lo cierto es que los protagonis­tas de esta tragicomed­ia le están causando un tremendo daño al país.

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