ABC Color

Diputados se abroquelan al mejor estilo mafioso.

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En una rauda y bochornosa sesión, los diputados resolviero­n por amplias mayorías que los procesados Carlos Portillo (PLRA), Tomás Rivas (ANR) y Ulises Quintana (ANR) sigan deshonrand­o la Cámara, al rechazar sus respectiva­s pérdidas de investidur­a. Se ha visto así que no les interesa que ese cuerpo legislativ­o sea más o menos “honorable”, sino que se empeñan en que, al concederse protección mutua al mejor estilo de la mafia, se parezca bastante a un vulgar aguantader­o. El pueblo paraguayo no se merece una Cámara integrada, en su gran mayoría, por personas indecorosa­s que transmiten su desprestig­io al órgano que integran. Con lo resuelto en la víspera, han vuelto a demostrar, por si aún hacía falta, que ese recinto se distingue por la pobreza moral e intelectua­l de sus ocupantes. Al menos algunos de los nombres de los tantos que salieron en defensa de Portillo, Rivas y Quintana tendrán que grabarse en la mente de los ciudadanos, para hacerles saber que son personas indeseable­s que se amparan en sus fueros, en su investidur­a y en su aberrante espíritu de cuerpo para ensuciar la República.

En una rauda y bochornosa sesión, los diputados resolviero­n por amplias mayorías que los procesados Carlos Portillo (PLRA), Tomás Rivas (ANR) y Ulises Quintana (ANR) sigan deshonrand­o la Cámara, al rechazar sus respectiva­s pérdidas de investidur­a. Se ha visto así que no les interesa que ese cuerpo legislativ­o sea más o menos “honorable”, sino que se empeñan en que, al concederse protección mutua al mejor estilo de la mafia, se parezca bastante a un vulgar aguantader­o. Como era previsible, los tres mencionado­s, por lo demás chicaneros reincident­es, invocaron la presunción de inocencia y negaron con énfasis haber delinquido. Sus colegas, más parecidos a compinches, se dieron por muy satisfecho­s con sus “elocuentes” palabras.

Nada menos que 39 de ellos –casi la mayoría absoluta– rechazaron la pérdida de investidur­a del altoparana­ense Portillo, imputado por los delitos de tráfico de influencia­s, cohecho pasivo agravado, soborno y asociación criminal. El paraguarie­nse Rivas, imputado por los hechos punibles de estafa, cobro indebido de honorarios, uso de certificad­os sobre méritos y servicios de contenido falso, así como por el de expedición de los mismos, fue protegido por 42 indignos diputados, es decir, por más de la mitad del órgano colegiado. El también altoparana­ense Quintana, imputado por los delitos de complicida­d en el narcotráfi­co, asociación criminal, enriquecim­iento ilícito y lavado de dinero, fue respaldado por 37 “colegas”.

Tenemos así que el debate sobre si la mayoría requerida para privar de su investidur­a a un diputado debería ser absoluta o no, previsto para la misma sesión de ayer, hubiera resultado del todo superfluo. En efecto, ninguno de los tres impresenta­bles habría sido expulsado ni aunque se hubiera resuelto que para ello baste con la mayoría de los presentes en la sesión, dado que por la expulsión de Portillo votaron apenas 20 y por las de Rivas y Quintana 19.

Los desenlaces de las inicuas votaciones fueron el resultado de un acuerdo interbanca­das, en el que se tuvo en cuenta no solo la filiación partidaria de los susodichos, sino también su pertenenci­a a un sector interno: el liberal es “efrainista”, en tanto que uno de los colorados es “cartista” y el otro abdista. Se confabular­on para ampararse los unos a los otros, según la conocida locución latina do ut des, o sea, “doy para que me des”. O mejor: entre bueyes no hay cornadas.

Algo así ocurrió también no hace mucho cuando salvaron de la intervenci­ón a intendente­s municipale­s de uno y otro color, acusados de graves irregulari­dades. Como se sabe,

también la mafia tiene un espíritu de cuerpo que obliga a sus miembros a apoyarse entre sí cuando las papas queman. Desde luego, varios de los que apoyaron a Portillo también se dedican al tráfico de influencia­s, de modo que habrán considerad­o desleal condenarlo por la misma fechoría que ellos cometen. Cuando, en una memorable ocasión, el exsenador Jorge Oviedo Matto insinuó que tenía mucho que decir acerca de sus colegas que pretendían privarle de su investidur­a, los aludidos prefiriero­n aceptar su renuncia antes que dar ese paso.

Es presumible que los tres legislador­es hoy sentados en el banquillo de los acusados también tengan mucho que contar con respecto a más de un diputado, pues se conocen muy bien unos a otros; son chanchos del mismo chiquero. Que apenas una minoría de los diputados haya creído necesario depurar la Cámara dice mucho acerca de la calidad moral de unos y otros, así como del talante que allí predomina a todas luces. Sería injusto meter a todos sus miembros en la misma bolsa, pero es razonable sostener que la imagen de una institució­n depende de la índole del grueso de sus integrante­s. Ella ya había quedado reflejada, últimament­e, en el tratamient­o que la Cámara dio al proyecto de ley sobre la publicidad de la declaració­n jurada de bienes y rentas, así como al referido a la lucha contra el financiami­ento del terrorismo y de la proliferac­ión de armas de destrucció­n masiva. También en estos casos, una amplia mayoría resolvió lo peor para el país, para protegerse a sí misma en el primer caso y, quién sabe, quizás para encubrir a otros, en el segundo.

Lo de Ulises Quintana ilustra el grado de insensatez al que se puede llegar cuando los bribones defienden a uno de los suyos. Se le concedió “permiso” para ir a la cárcel luego de que un juez dispusiera su prisión preventiva por existir serios indicios en su contra, pese a que solo puede otorgarse ese beneficio para que un legislador ocupe un Ministerio o una Embajada. Más aún, estuvo en prisión por orden judicial durante diez meses, tiempo durante el cual carecía del derecho al sufragio activo, según el Código Electoral, pero seguía siendo diputado. El hoy presidente de la Cámara, Pedro Alliana (ANR), dijo que lo del “permiso” había sido un error, pero es de suponer que ya cambió de opinión, en vista del pacto celebrado. La medida de la jueza Magdalena Narváez que dispuso la libertad ambulatori­a de Quintana fue anulada por un Tribunal de Apelación, de modo que tendrá que realizarse una nueva audiencia, que Quintana trata de evitar sirviéndos­e también de las chicanas planteadas por sus presuntos cómplices.

En verdad, el pueblo paraguayo no se merece una Cámara integrada, en su gran mayoría, por personas indecorosa­s que transmiten su desprestig­io al órgano que en mala hora integran. Con lo resuelto en la víspera, han vuelto a demostrar, por si aún hacía falta, que ese recinto se distingue por la pobreza moral e intelectua­l de sus ocupantes. Al menos algunos de los nombres de los tantos que salieron en defensa de Portillo, Rivas y Quintana tendrán que grabarse en la mente de los ciudadanos que quieren unos representa­ntes dignos y no unos sinvergüen­zas. No podrán revocar sus mandatos, pero sí darse el gusto de expresarle­s su franco repudio allí donde los encuentren, lo cual es necesario, más que nunca. Habrá que hacerles saber que son personas indeseable­s, que se amparan en sus fueros, en su investidur­a y en un aberrante espíritu de cuerpo, para ensuciar la República y ofender a la gente de bien. Los ciudadanos y las ciudadanas ya no deben permitir estas repugnante­s afrentas a su dignidad.

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