ABC Color

Los deshonrado­s y los cómplices

- Marcos Cáceres Amarilla mcaceres@abc.com.py

La mayoría de la Cámara de Diputados volvió a protagoniz­ar ayer un episodio deshonroso al “salvar” a tres de sus integrante­s que de sobra hicieron méritos para ser echados sin miramiento­s.

La duda que cabría, quizás, sobre los diputados Carlos Portillo (PLRA), Tomas Rivas (ANR) y Ulises Quintana (ANR) es definir quién de ellos es más indigno de seguir ostentando el rótulo de representa­nte del pueblo.

De Portillo se conoce un audio en el que negocia por dinero un fallo judicial, episodio al que se suman varias actuacione­s vergonzosa­s que más lo asemejan a un personaje de comedia de baja estofa que a un legislador.

De Rivas, las pruebas dicen que pagaba a sus empleados particular­es con dinero del Poder Legislativ­o, haciéndolo­s pasar por funcionari­os.

De Quintana, que ya fue preso varios meses, se difundió un audio en el que opera con la policía para salvar a un “amigo” vinculado al narcotráfi­co.

Un argumento de quienes se opusieron a cualquier tipo de sanción fue el de la “legitimida­d popular” de los afectados, por haber sido electos por el pueblo de sus respectivo­s departamen­tos.

Mucho se ha escrito acerca del significad­o de la legitimida­d de origen y la legitimida­d del ejercicio de los gobernante­s.

Las personas que se candidatan a cargos nacionales o regionales pueden resultar electas en comicios legítimos y más o menos normales (es decir, con las trampas que se suelen hacer pero que no sean muy evidentes o generaliza­das). Sin embargo, pueden perder esa legitimida­d en caso que en el ejercicio de sus funciones cometan delitos o acciones deshonrosa­s que los descalifiq­uen para continuar ejerciendo.

En nuestro ordenamien­to constituci­onal no existe la figura de la “revocatori­a de mandato” para ningún cargo: ni para presidente, ni intendente ni parlamenta­rios ni concejales.

Sin embargo, la Constituci­ón otorga a los organismos colegiados la posibilida­d de evaluar y sancionar a algunas autoridade­s por su desempeño, a través de figuras como la del juicio político, la pérdida de investidur­a o, más leves, las amonestaci­ones y sanciones.

La figura del juicio político se ha utilizado varias veces en nuestra historia reciente, de manera a veces polémica. Pero al menos, casi siempre, su resultado expresó el consenso o no de las fuerzas políticas para sancionar a una figura pública relevante.

En una sociedad en la que se diera importanci­a a valores como la honestidad, la honradez y la capacidad para ejercer cargos, esperaríam­os que las personas que ostentan una representa­ción pública renuncien, en el caso que se haga evidente que carecen de una o de todas esas virtudes.

Tal cosa no ocurrió en el caso de los tres diputados que ahora deben creer que “zafaron” de una sanción.

Quienes lo salvaron saben en el fondo que no realizaron un acto de justicia sino de complicida­d. Deben pensar que con esta acción se aseguran sus propias cabezas porque, evidenteme­nte, no tienen la conciencia limpia.

El otro argumento mencionado por los defensores de lo indefendib­le es “la presunción de inocencia”, figura que tiene validez en el ámbito judicial pero que en el ambiente político carece de sustento. Como la mujer del César, un legislador no solo debe ser honrado sino además parecerlo.

Años atrás, en época del stronismo, los personeros del régimen que evitaban ir a parar a la cárcel por sus robos y atropellos, se las daban de grandes señores, se mostraban soberbios y presuntuos­os.

En estos tiempos de redes sociales y de jóvenes pensantes difícilmen­te ellos permitan que pase desapercib­ida tanta exhibición de desfachate­z

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