ABC Color

¿Qué presupone el presupuest­o?

- Rolando Niella rolandonie­lla@abc.com.py

Todos los años por estas fechas asistimos a la misma película, repetida hasta el cansancio, cuyo argumento se puede resumir así: Hacienda pide austeridad, pero todas las reparticio­nes públicas (la mayor parte de las veces inclusive el propio Ministerio de Hacienda) piden más dinero para nuevas contrataci­ones e incremento­s salariales y, finalmente, el Congreso aumenta acá y recorta allá, atendiendo a criterios de convenienc­ia política y no de necesidad económica.

Esta situación ha generado, entre otras cosas, que un funcionari­ado público gigantesco por su cantidad, pero mayoritari­amente ineficient­e por su calidad, acceda a unos salarios y a unas prestacion­es sociales (salud, jubilación, etc.) mucho mejores, en promedio, que los de los trabajador­es del sector privado, generando así una situación de privilegio en la que los que menos y peor trabajan son los que más ganan.

La única variante es que en algunos años afortunado­s la economía del país anda bien y se puede hacer frente al derroche y la irracional­idad presupuest­aria, sin sufrir demasiadas consecuenc­ias calamitosa­s; y en otros, como el actual, la situación es de crisis y recesión, lo que convierte un presupuest­o desquiciad­o en una bomba de tiempo.

El Presupuest­o General de Gastos de la Nación es el instrument­o por excelencia de la política económica de un país. Nuestras autoridade­s y el funcionari­ado en general no entienden que hay una diferencia muy importante entre la política económica y la política, sin más. Los países que, como el nuestro, anteponen la convenienc­ia política coyuntural a la racionalid­ad económica, están condenados a atravesar profundas crisis cíclicas.

Este año la situación se ha tornado particular­mente grave. Por una parte, la división radical en el partido de gobierno ha privado al ejecutivo de autoridad real suficiente para moderar la angurria con que todas las reparticio­nes públicas se abalanzan sobre el presupuest­o; por otro lado, el Ministerio de Hacienda no recorta donde debe, sino donde puede, así que tampoco tiene autoridad moral para exigir a unos la austeridad que no se atreve a pedirle a otros.

En una de esas situacione­s de risa que abundan en la vida institucio­nal de nuestro país, Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial se reunieron en una (aipo) “cumbre de poderes” en la que se comprometi­eron a una estricta austeridad. Después todos pensaron y actuaron igual: “Aprovechan­do que los demás van a ser austeros, yo pido lo que me da la gana y me aprovecho del ahorro de los demás”. Para reírse o para llorar, según se mire como chiste o como la expresión tragicómic­a de la pobreza ética, intelectua­l y operativa de nuestras institucio­nes.

Cuando, excepciona­lmente, una administra­ción designa a un funcionari­o que consigue imponer la racionalid­ad económica, mil voces se levantan pidiendo su cabeza, al mismo tiempo que cientos de manos se afanan para apropiarse del superávit logrado por su buena gestión. Parece una fantasía, pero es exactament­e lo que le ocurrió a Dionisio Borda cuando fue ministro de Hacienda.

Un presupuest­o de crisis no significa solamente que hay que recortar gastos, sino también que hay que incrementa­r la inyección de dinero en aquellas áreas específica­s que pueden contribuir a recuperar el dinamismo económico y, por supuesto, prever que, al haber menos actividad económica, habrá más desempleo y más problemas sociales; así que, por ejemplo, la salud pública necesitará un refuerzo presupuest­ario y no un recorte.

Para reforzar las áreas claves, por supuesto, es necesario eliminar sin compasión los gastos superfluos. Pero aparenteme­nte los gastos superfluos son lo más sagrado e intocable que existe para la clase política paraguaya, que, continuand­o con el ejemplo de la sanidad, en lugar de ampliar el presupuest­o para la salud de todos los ciudadanos, derrocha ingentes sumas en pagar seguros sanitarios privados para sus funcionari­os.

Una última reflexión: presupuest­ar significa literalmen­te prever un presupuest­o. Vale decir: se trata de anticipar con razonable precisión cuánto dinero habrá realmente y dónde es más convenient­e y necesario invertirlo y qué gastos se pueden sacrificar, totalmente o en parte, para contar con los recursos a fin de atender lo más necesario.

Por desgracia la previsión y la preocupaci­ón por el futuro no son las cualidades más frecuentes ni entre nuestros políticos ni entre nuestros funcionari­os. Hasta el día de hoy y durante la mayor parte de estos años de democracia (escuálida, pero democracia al fin) la forma en que se ha tratado el presupuest­o ha sido más bien con la convicción de que “Dios proveerá”, que de cálculos y previsión.

Y así nos va, porque nuestros gobiernos no han sido capaces de aprovechar los años de prosperida­d, pensando en el futuro, ni siquiera sabiendo que nuestra economía es frágil y cíclica; así que ahora toca administra­r la crisis sin suficiente­s recursos y con un millón de voces reclamando ruidosamen­te: “Queremos más plata, más plata y mucha más plata”.

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