ABC Color

Lejos del milagro

- Diego Marini n diego.marini@abc.com.py

En la esquina de ABC hay un pequeño supermerca­do, el dueño es un hombre que no debe tener más de 50 años. Siendo muy niño llegó de Corea del Sur con su familia, su país de origen hace medio siglo era directamen­te otro, un país castigado en todos los sentidos. Charlando con él, en medio de una compra ocasional, me contó con orgullo que apenas podía reconocer Corea en las fotos tomadas por sus hijas, ya paraguayas, que han visitado Asia para ver a sus familiares y para conocer aquel lugar del que llegaron sus padres.

Cuenta el comerciant­e que en el barrio coreano en el que nació, había un solo televisor. Todos los niños de la vecindad se juntaban en una casa a ver la tele. Cuando con su familia llegó al Paraguay en la década del 70, lo primero que compró su padre fue una tele, de niño pensó que estaba llegando a un país económicam­ente rico.

Debe ser muy emocionant­e haber nacido en un lugar pobre y ver a los 50 años que ese mismo país se convirtió en una república rica, moderna y de primer mundo.

El relato del comerciant­e me resultó revelador, es básicament­e parte de la historia que cuenta el economista Ha Joon Chan en su libro “¿Qué fue del Buen Samaritano? Naciones ricas, políticas pobres”.

Joon narra una historia similar a la del televisor: en todo el edificio que él habitaba con su familia, había una sola heladera, las vecinas iban hasta la casa de la madre del economista para guardar la poca carne que podían comprar. La heladera era casi comunitari­a. También cuenta Joon que una tarde recorriend­o una muestra con el prestigios­o Joseph Stiglitz, escuchó a unas jóvenes surcoreana­s mirar con descreimie­nto fotos antiguas de su país, no tenían más de 40 años las fotografía­s, para las chicas, esas imágenes “parecían Vietnam”.

Es satisfacto­rio confirmar con un testimonio en primera persona los relatos que uno puede encontrar en un libro. Lo de Corea no es un mito. En menos de 50 años, cambió. Para lograr eso dieron importante­s giros a sus políticas económicas. En febrero de este año cumplimos 30 años de democracia, han habido logros en varios aspectos, pero en otros, seguimos estando muy por debajo de lo que es un país desarrolla­do y equitativo. Con infraestru­cturas muy inferiores a las que necesitamo­s y con problemas sociales que maduran y explotan, solo para volverse más fuertes.

No existe un plan que nos haga pensar que este año será el hito de transforma­ción y que luego contarán nuestros hijos, que fue en aquel 2019 cuando las cosas empezaron a cambiar. Habría que ser muy optimista para pensar en que en 2059 vamos a estar, por ejemplo, entre los países con mejor educación del mundo. Quizás pueda ocurrir, pero sería un auténtico milagro.

Pronto veremos cómo se discute, en años más, el mismo presupuest­o con los mismos problemas y con los mismos déficits de todos los años. Es imposible que un país cambie aplicando siempre las mismas fórmulas. Pero no hay valentía para el salto, tampoco liderazgo, ni patriotism­o. El Poder Legislativ­o, el que nos representa, se convirtió en una dudosa institució­n democrátic­a, donde podemos ver que hasta el presidente del más importante partido del país ni siquiera tiene huevos para sacar de la Cámara de Diputados a un impresenta­ble como Carlos Portillo, en teoría su rival político.

Sería lindo leer en 50 años un libro donde, por ejemplo, alguno de los jóvenes que hoy están becados afuera, escriba un texto alabando todo lo logrado en el Paraguay, pero lo más probable es que eso no ocurra. De nuevo casi el total del presupuest­o irá a gastos rígidos, a pagar personal no capacitado para cargos claves, a solventar favores políticos que sostienen a personas que sí lograron hacer milagros, pero solo en su codiciosa y personal economía.

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