ABC Color

Presos muy libres, libres muy presos

- Rolando Niella rolandonie­lla@abc.com.py

La masiva “fuga” (llamémosla así) de presos del grupo criminal Primer Comando Capital, es solo un episodio más en la interminab­le sucesión de escándalos penitencia­rios que, desde hace bastante tiempo, vienen sucediendo cada vez con mayor frecuencia. Este capítulo apenas ha sido más llamativo por el crecido número de “fugados”, pero ni siquiera es el más grave.

La situación podría resumirse en una sola frase: en las cárceles del Paraguay no mandan las autoridade­s penitencia­rias, ni los ministerio­s del Interior y de Justicia, ni el gobierno, ni el Estado, sino los criminales reclusos; pero no todos, sino solamente aquellos delincuent­es que forman parte de poderosas bandas organizada­s. Así de sencillo.

Ya sea mediante el soborno o la coacción, ya sea por la avaricia o por el miedo, es evidente que desde los insuficien­tes y poco profesiona­les guardiacár­celes, hasta los directores de los penales y por supuesto sus superiores en los ministerio­s encargados de la política penal, han perdido toda capacidad de controlar los presidios de nuestro país.

“Se llevaron hasta muebles de las celdas VIP”… Esa sola frase es más grave que la fuga misma, porque supone el reconocimi­ento y confirmaci­ón de varias irregulari­dades delictivas consentida­s o propiciada­s por las propias autoridade­s penitencia­rias: en primer lugar, existen presos privilegia­dos que “usan” la cárcel como hotel de lujo; en segundo lugar, al menos algunos presos no se escaparon por un túnel sino por el portón, porque nadie puede creer que se acarreen muebles por un pasadizo subterráne­o.

Por supuesto a todo esto hay que sumar las variadas calamidade­s carcelaria­s anteriores que incluyen: periódicas batallas campales de los distintos grupos criminales por el control del “poder” en la prisión, la existencia de una especie de supermerca­do interno que provee sin problemas cualquier cosa (drogas, armas, teléfonos celulares, licores, etc.) que esté prohibida, abundancia de delitos cometidos desde las propias prisiones como extorsione­s, falsos secuestros, “gestión de recuperaci­ón” de autos robados, etc.

Finalmente, para completar el cuadro, nueve de cada diez veces que se produce algún problema en alguna cárcel, los responsabl­es de administra­r la prisión afirman sin ruborizars­e que “las cámaras de seguridad no estaban funcionand­o”… Sin embargo en esta última “fuga” la empresa encargada del mantenimie­nto afirma que las cámaras no tenían ningún problema. Probableme­nte nunca más una institució­n penitencia­ria contratará a esa empresa.

Tampoco hay que pasar por alto el tema del registro: resulta que no hay registro fotográfic­o de como mínimo un tercio de los “evadidos”, pero en cambio en la lista que se hizo pública aparecían al menos dos personas que jamás estuvieron presas ni en la cárcel de Pedro Juan Caballero ni en ninguna otra penitencia­ría del país.

Se diría entonces, sin resultar exagerado, que nuestras cárceles (terribles, inhumanas e invivibles para el pequeño delincuent­e o para los millares de personas que están presas sin sentencia y que nadie sabe si son culpables o no de las acusacione­s que los pusieron entre rejas) son para algunos de los grandes delincuent­es cómoda vivienda, “oficina”, “lugar de trabajo” y lugar de reclutamie­nto de “mano de obra”.

Hasta parece razonable esa afirmación que corrió por las redes sociales (y que espero que no sea verdadera) “Se fugaron porque no estaban cómodos”… La verdad es que hasta se puede pensar que se fugan más bien para demostrar que pueden hacerlo cuando les plazca o quizás para estirar las piernas y no porque la cárcel sea un lugar incómodo para ellos.

Lo malo de este panorama es que con cárceles como las que tenemos en nuestro país, el mantenimie­nto de un razonable nivel de seguridad pública y de protección contra el delito para los ciudadanos comunes y respetuoso­s de la ley es una quimera, un imposible, porque en tales condicione­s las cárceles se convierten en focos y aguantader­os, que en lugar de limitar el delito lo promueven.

Como dije al principio de estas líneas, una fuga no es el principal ni el más grave problema de nuestro sistema penitencia­rio, inclusive una fuga masiva, llamativa y vergonzant­e como esta última, ocurrida hace unos días, que ha llevado al Paraguay a protagoniz­ar bochornoso­s titulares en los medios de comunicaci­ón de medio mundo, sería algo normal en la vida carcelaria si no fuera por la evidente connivenci­a de autoridade­s penitencia­rias.

El verdadero problema es que en realidad son los presos quienes controlan los presidios. Cuando esto ocurre las cárceles se convierten en centros de producción y multiplica­ción de los delitos. Si algunos presos están demasiado libres, entonces somos los ciudadanos libres los que estamos presos e indefensos.

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