Presos muy libres, libres muy presos
La masiva “fuga” (llamémosla así) de presos del grupo criminal Primer Comando Capital, es solo un episodio más en la interminable sucesión de escándalos penitenciarios que, desde hace bastante tiempo, vienen sucediendo cada vez con mayor frecuencia. Este capítulo apenas ha sido más llamativo por el crecido número de “fugados”, pero ni siquiera es el más grave.
La situación podría resumirse en una sola frase: en las cárceles del Paraguay no mandan las autoridades penitenciarias, ni los ministerios del Interior y de Justicia, ni el gobierno, ni el Estado, sino los criminales reclusos; pero no todos, sino solamente aquellos delincuentes que forman parte de poderosas bandas organizadas. Así de sencillo.
Ya sea mediante el soborno o la coacción, ya sea por la avaricia o por el miedo, es evidente que desde los insuficientes y poco profesionales guardiacárceles, hasta los directores de los penales y por supuesto sus superiores en los ministerios encargados de la política penal, han perdido toda capacidad de controlar los presidios de nuestro país.
“Se llevaron hasta muebles de las celdas VIP”… Esa sola frase es más grave que la fuga misma, porque supone el reconocimiento y confirmación de varias irregularidades delictivas consentidas o propiciadas por las propias autoridades penitenciarias: en primer lugar, existen presos privilegiados que “usan” la cárcel como hotel de lujo; en segundo lugar, al menos algunos presos no se escaparon por un túnel sino por el portón, porque nadie puede creer que se acarreen muebles por un pasadizo subterráneo.
Por supuesto a todo esto hay que sumar las variadas calamidades carcelarias anteriores que incluyen: periódicas batallas campales de los distintos grupos criminales por el control del “poder” en la prisión, la existencia de una especie de supermercado interno que provee sin problemas cualquier cosa (drogas, armas, teléfonos celulares, licores, etc.) que esté prohibida, abundancia de delitos cometidos desde las propias prisiones como extorsiones, falsos secuestros, “gestión de recuperación” de autos robados, etc.
Finalmente, para completar el cuadro, nueve de cada diez veces que se produce algún problema en alguna cárcel, los responsables de administrar la prisión afirman sin ruborizarse que “las cámaras de seguridad no estaban funcionando”… Sin embargo en esta última “fuga” la empresa encargada del mantenimiento afirma que las cámaras no tenían ningún problema. Probablemente nunca más una institución penitenciaria contratará a esa empresa.
Tampoco hay que pasar por alto el tema del registro: resulta que no hay registro fotográfico de como mínimo un tercio de los “evadidos”, pero en cambio en la lista que se hizo pública aparecían al menos dos personas que jamás estuvieron presas ni en la cárcel de Pedro Juan Caballero ni en ninguna otra penitenciaría del país.
Se diría entonces, sin resultar exagerado, que nuestras cárceles (terribles, inhumanas e invivibles para el pequeño delincuente o para los millares de personas que están presas sin sentencia y que nadie sabe si son culpables o no de las acusaciones que los pusieron entre rejas) son para algunos de los grandes delincuentes cómoda vivienda, “oficina”, “lugar de trabajo” y lugar de reclutamiento de “mano de obra”.
Hasta parece razonable esa afirmación que corrió por las redes sociales (y que espero que no sea verdadera) “Se fugaron porque no estaban cómodos”… La verdad es que hasta se puede pensar que se fugan más bien para demostrar que pueden hacerlo cuando les plazca o quizás para estirar las piernas y no porque la cárcel sea un lugar incómodo para ellos.
Lo malo de este panorama es que con cárceles como las que tenemos en nuestro país, el mantenimiento de un razonable nivel de seguridad pública y de protección contra el delito para los ciudadanos comunes y respetuosos de la ley es una quimera, un imposible, porque en tales condiciones las cárceles se convierten en focos y aguantaderos, que en lugar de limitar el delito lo promueven.
Como dije al principio de estas líneas, una fuga no es el principal ni el más grave problema de nuestro sistema penitenciario, inclusive una fuga masiva, llamativa y vergonzante como esta última, ocurrida hace unos días, que ha llevado al Paraguay a protagonizar bochornosos titulares en los medios de comunicación de medio mundo, sería algo normal en la vida carcelaria si no fuera por la evidente connivencia de autoridades penitenciarias.
El verdadero problema es que en realidad son los presos quienes controlan los presidios. Cuando esto ocurre las cárceles se convierten en centros de producción y multiplicación de los delitos. Si algunos presos están demasiado libres, entonces somos los ciudadanos libres los que estamos presos e indefensos.