EDITORIAL Ni la prensa ni la Iglesia están al servicio del Gobierno. En un acto realizado recientemente en San Juan del Ñeembucú, el presidente Mario Abdo Benítez sostuvo que ¡los medios de comunicación buscan “las divisiones y la agitación” para ocupar
Bien se sabe que la prensa libre incomoda a los gobernantes, incluso a los que se precian de tolerantes. Si no la silencian es porque el Estado de derecho lo
impide para bien de la ciudadanía, que necesita estar informada para juzgar su desempeño. “Yo prefiero prensa sin Gobierno antes que Gobierno sin prensa”, dijo alguna vez Thomas Jefferson, el tercer presidente norteamericano. Preguntado al respecto, es probable que Mario Abdo Benítez diga que comparte esa opinión, pero los desatinos que profirió hace un par de días, en un acto oficial realizado en San Juan del Ñeembucú, hacen suponer que en tal caso pecaría de hipócrita. Sostuvo que ¡los medios de comunicación buscan “las divisiones y la
agitación” para ocupar el poder que no tendrían! Tal no sería “el rol de un buen cristiano”, agregó. Los memoriosos recordarán aquel eslogan proferido cada noche por la encadenada Voz del Coloradismo: “Contra la prédica política subversiva, que busca la división de
la familia paraguaya”. Y así le fue al pueblo paraguayo, ya que solo la “prensa amiga” de entonces estuvo libre de persecuciones. Se diría que el “Marito” de otrora solía escucharla y que el subconsciente lo ha traicionado, aunque hoy se proclame demócrata. Hasta ahora no hay motivos suficientes para dudarlo, pero resulta que los dichos referidos fueron inquietantes.
En cierta forma, tuvo razón. En efecto, la prensa busca “divisiones” en la función pública: entre los corruptos y los honestos, entre los ineptos y los idóneos, entre los prepotentes y los que respetan la ley. También busca la “agitación”, como cuando el papa Francisco exhortó a los jóvenes a “armar lío”, pero no para provocar la inquietud política o social, sino para repudiar a los bandidos dotados de investiduras o defender la Constitución contra quienes pretenden violarla para satisfacer su ambición de poder. Nuestro diario suele finalizar sus editoriales instando a los ciudadanos y a las ciudadanas a manifestarse “públicamente con firmeza y perseverancia” contra los latrocinios de cada día, contra las carencias en hospitales y escuelas, contra los abusos de poder, contra los privilegios de los parlamentarios con relación a la “gente común”, y contra otras lacras que sumen a nuestro pueblo en la ignorancia y la pobreza. ¿Diría así el Presidente de la República que este diario buscó “las divisiones y la agitación”? No decía nada cuando las críticas iban dirigidas a su antecesor. Más aún, se sumaba a ellas. En efecto, siempre ocurre que cuando un político está en la “llanura” es un férreo defensor de la prensa, pero no así cuando conquista el poder: allí se transforma y “mata al mensajero” que le traiga la noticia de que está rodeado de sinvergüenzas, entre otras cosas. “Marito” debería estar agradecido de
que gracias a la prensa se haya enterado, por ejemplo, de que en el Instituto de Previsión Social estuvo por consumarse un gran negociado con una firma de seguridad privada. Tampoco es insensato sospechar que si el ingeniero Pedro Ferreira no hubiera recurrido a los medios de comunicación, el Acta Bilateral entreguista estaría hoy en vigencia. O no se hubiera hecho público que se continúa traficando impunemente con cédulas de identidad y pasaportes.
Entre las atribuciones del jefe del Poder Ejecutivo no figura, por cierto, la de repartir carnets de “buen cristiano”, porque, un paso más, y se podría concluir que solo podría serlo un abdista o un periodista que ignora la realidad. Al respecto “Marito” creyó oportuno, en su desgraciado discurso, ¡apelar a la Iglesia Católica para que tenga a bien informar a los feligreses sobre las obras gubernativas! En otras palabras, pidió a los sacerdotes que “salgan con información, porque cada domingo y cada día tienen un diálogo sincero con el pueblo”. O sea que deberían fungir de propagandistas, asumiendo una tarea más bien propia de los funcionarios de los departamentos de prensa de las entidades estatales, de la Secretaría de Prensa de la Presidencia de la República y de los diversos medios –diarios, radios, canal de televisión– que el Gobierno tiene a su disposición. Además, implica un tremendo despropósito involucrar a la Iglesia en un Estado que no tiene religión oficial, intentar convertirla en una suerte de órgano auxiliar del Poder Ejecutivo.
El agravio que encierra el pedido del Jefe de Estado es intolerable, como también lo sería que recurra a la Asociación Paraguaya de Fútbol para que difunda los logros del Gobierno cada domingo, mediante altavoces instalados en los estadios. Pero el Presidente de la República fue mucho más allá, al añadir lo siguiente al inaudito pedido: “Ojalá que el pueblo tenga la verdad. (La Iglesia) es fundamental para acompañar a la
Nación”. Es decir, la prensa miente y el Gobierno es la Nación, porque de lo que se trata, en realidad, es de que la Iglesia acompañe dócilmente al Gobierno. Por lo demás, ella no necesita que se le recuerde que debe estar junto al pueblo paraguayo: lo está desde un principio, motivo por el que la Carta Magna reconoce su “protagonismo en la formación histórica y cultural de la Nación”.
Las palabras comentadas deben tomarse en serio, porque revelan una preocupante tendencia autoritaria, atribuible a la “soledad del poder” o más bien a las
malas compañías. En todo caso, si el Gobierno advierte que su política comunicacional es deficiente, debería corregirla, sin culpar a la prensa ni recurrir al socorro de la clerecía. “Marito” está equivocando el camino.