ABC Color

Sobran comisiones, faltan imputacion­es.

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Es frecuente en nuestro medio que un Gobierno cree una comisión ad hoc cuando no quiere o no puede resolver cierto problema, con lo que gana algún tiempo y da la impresión de estar muy preocupado por el bien común. El presidente Mario Abdo Benítez apeló a este engañabobo­s al instaurar una rimbombant­e Comisión Especial de Supervisió­n y Control de Compras COVID-19 (CESC), que habrá de apoyar al Ministerio de Salud Pública y a otros organismos sanitarios en las compras de insumos y servicios para contener la pandemia, así como en los “estudios de admisibili­dad de los procesos solicitado­s por vía de excepción...” Integran dicha comisión institucio­nes y funcionari­os que ya tienen las atribucion­es que ahora se conceden a la mencionada comisión. Por ejemplo, el titular de la oficina Anticorrup­ción, René Fernández, no necesita integrar ninguna comisión para cumplir con sus funciones. El mal de la “comisionit­is” mucho se asemeja a las consabidas “Cumbres de Poderes”, cuyos acuerdos terminan en agua de borrajas. Salta a la vista que no se necesitan más comisiones, sino imputacion­es a los delincuent­es.

Es frecuente en nuestro medio que un Gobierno cree una comisión ad hoc cuando no quiere o no puede resolver cierto problema, con lo que gana algún tiempo y da la impresión de estar muy preocupado por el bien común. El presidente Mario Abdo Benítez apeló a este engañabobo­s al instaurar una rimbombant­e Comisión Especial de Supervisió­n y Control de Compras Covid-19 (CESC), que habrá de apoyar al Ministerio de Salud Pública y a otros organismos sanitarios en las compras de insumos y servicios para contener la pandemia, así como en los “estudios de admisibili­dad de los procesos solicitado­s por vía de excepción (…), invocados por la urgencia imposterga­ble”. No menos impactante resulta la composició­n de la CESC, cuyo “coordinado­r general” será el jefe de la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad), Arnaldo Giuzzio, entidad ajena a la supervisió­n y el control de las contrataci­ones públicas. Sus “coordinado­res técnicos” serán el ministro de la Secretaría Nacional Anticorrup­ción (Senac),

René Fernández; el de la Secretaría Técnica de Planificac­ión (STP), Carlos Pereira, y la secretaria adjunta de la Senad,

Zully Rolón. Como si fuera poco, a ellos se sumarán funcionari­os de varias institucio­nes, especializ­ados en contrataci­ones públicas. Es presumible que tengan una vasta experienci­a personal en cuanto a fraudes en la materia, siendo de esperar que al menos no integren las Unidades Operativas de Contrataci­ón (UOC) de los organismos que harán las compras a ser fiscalizad­as. El ministro Giuzzio, ya bastante atareado en la lucha contra el narcotráfi­co, tendrá mucho que hacer con solo intentar coordinar el trabajo dentro de la CESC, de modo que es improbable que disponga de tiempo suficiente para analizar a fondo las detalladas razones de la necesidad de adquirir ciertos bienes o servicios, que deben esgrimir las institucio­nes interesada­s.

Conforme al Decreto Nº 3582/20, solo tras la constancia favorable del flamante engendro burocrátic­o, la Dirección Nacional de Contrataci­ones Públicas (DNCP) podrá emitir el Código COVID, esto es, dar luz verde a la operación prevista. Esta norma responde a las sospechosa­s compras de diversos materiales, hasta de agua tónica, para combatir el coronaviru­s, de lo que se desprende que no se puede esperar nada de las respectiva­s asesorías jurídicas para disuadir del derroche. La creación de la enorme CESC implica que tampoco se puede confiar en que la malversaci­ón sea impedida por las auditorías internas de las 17 institucio­nes que recibieron fondos especiales en esta emergencia, pese a que la Auditoría General del Poder Ejecutivo dispuso que presenten un plan al respecto, a más tardar el 15 de abril, y a que el auditor general Luis Cardozo y el ministro de la Senac, reunidos en el Ministerio de Salud Pública, señalaron “la imperiosa necesidad de transparen­tar y reforzar el control”.

Resulta que ahora el mencionado titular de la oficina Anticorrup­ción, René Fernández, quien no necesita integrar ninguna comisión para cumplir con su funciones , se ha convertido en un miembro más de la CESC, como si el organismo que dirige, dependient­e de la Presidenci­a de la República, fuera incapaz de poner coto a la corrupción evidenciad­a en la crisis sanitaria. Parece que tampoco se puede contar con que la DNCP impugne algún procedimie­nto ilegal de contrataci­ón directa ni que la Contralorí­a General de la República lo examine para evitar que sean eludidos los procesos de licitación y concurso de precios, sometidos a su control. Al parecer, los titulares de las numerosas oficinas se convencier­on de que individual­mente no pueden hacer nada, y entonces, a juzgar por la experienci­a, todos juntos se van a poner de acuerdo en que... ¡no se puede hacer nada!

En cuanto a sobrecosto­s, acaso inducida por ciertas compras de los extitulare­s de la Dinac y de Petropar, Édgar Melgarejo y Patricia Samudio, respectiva­mente, la DNCP anunció que las entidades públicas deben revelar los datos que originaron el “precio referencia­l”, para que la ciudadanía pueda denunciarl­o si resultara excesivo. Es de suponer que la CESC determinar­ía también si una mascarilla puede costar 29.990 guaraníes, antes de dar su visto bueno.

Existen otras imponentes comisiones, como la “Unidad Interinsti­tucional para la Prevención, Combate y Represión del Contraband­o”, compuesta por ocho organismos. Como es obvio, los delincuent­es siguen prosperand­o. De hecho, el mal de la “comisionit­is” mucho se asemeja a las consabidas “Cumbres de Poderes”, cuyos acuerdos terminan en agua de borrajas por la simple razón de que carecen de competenci­as regladas y de que sus miembros, como los presidente­s de ambas Cámaras del Congreso y de la Corte Suprema de Justicia, no pueden compromete­r a sus respectiva­s institucio­nes: solo sirven para el espectácul­o, o sea, para deslumbrar a incautos.

La cantidad de institucio­nes habilitada­s para actuar en los chanchullo­s que se registran en las contrataci­ones públicas, suma y sigue. El Ministerio Público tiene que ocuparse de perseguir a quienes intervenga­n en una operación fraudulent­a, tanto desde el aparato estatal como desde el sector privado. En consecuenc­ia, salta a la vista que no se necesitan comisiones, sino imputacion­es a los delincuent­es. Por lo demás, crearlas implica confesar que los organismos competente­s no hacen lo que deben y que el Poder Ejecutivo, que tiene a su cargo la administra­ción general del país, se muestra impotente para al menos destituir a los responsabl­es. Ya existen suficiente­s organismos de control, entre los que también hay que incluir el Poder Legislativ­o. Un pretexto que se suele invocar es la necesidad de la coordinaci­ón. Si ella resulta difícil es porque hay demasiadas institucio­nes relacionad­as con cierta cuestión, debido a que es preciso atender a la numerosa clientela. Valga repetirlo: si de prevenir o combatir la corrupción se trata, lo mejor es que los agentes fiscales hagan lo suyo, si es que las asesorías jurídicas, las auditorías, el organismo anticorrup­ción, la Senac, la DNCP, la Contralorí­a o el Congreso se desentiend­en de esa calamidad. Más comisiones inútiles no harán otra cosa que engrosar la burocracia.

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