Lo que mata el alma
Durante tres domingos, 7, 14 y 28, escuchamos a Mateo 10, que es el “Discurso del envío”, cuando Jesús manda a sus apóstoles por el mundo: nosotros somos los discípulos y misioneros del siglo XXI y debemos ser constructores de una sociedad sin tantas desigualdades sociales y económicas, lo que es una tarea que exige mucha integridad.
Él nos exhorta: “No teman a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno...”. De esa manera, Él pone a nuestra consideración dos dimensiones: lo que mata el cuerpo y lo que mata el alma.
Sin duda, hemos de cuidar de nuestro cuerpo, sea en la alimentación, en la práctica de ejercicios y en la prevención de tantas enfermedades prevenibles; sin embargo, es seguro que, más adelante, el ciclo biológico de la vida termina.
Asimismo, hay que atender para no ser seducido por la “idolatría del cuerpo”, que es querer aparentar eternamente una figura de veinte años, y, de repente, “mata el alma”.
Jesús llama nuestra atención para “lo que mata el alma”, que es mucho más grave que “matar el cuerpo”.
En sus palabras no existe ningún dualismo, pero sí el estímulo para usar nuestro cuerpo y alma, es decir, toda la persona, para hacer el bien.
Hacer el bien es un estilo de vida que exige valentía, ya que las presiones y tentaciones que uno padece son constantes. Somos presionados a mantener la “industria de la coima”, que es una degradación para uno y otro lado; somos tentados a recrearnos con aventuras extramatrimoniales, lo que hace la vida familiar muy tóxica.
Es necesaria bravura para no caer en el pesimismo, pues alrededor nuestro vemos varios signos negativos, que realmente desalientan, pero la gracia del Señor es más poderosa.
Es fundamental tener valentía para superarse a sí mismo, para no estancarse en comportamientos desubicados, a veces, en manías caprichosas.
Para que nuestra alma no se enferme, y tal vez, le pase cosa peor, hemos de mostrar disponibilidad para estar delante del Señor, pasar agradable rato en su compañía y abrir el corazón para sus revelaciones, o sea, saber escuchar y discernir lo que Él nos comunica.
Cuando somos resueltos para vivir sus enseñanzas, damos testimonio de que somos sus amigos, le reconocemos ante los hombres y Él promete que “nos reconocerá” ante Dios, y esto determina que nuestra alma viva para siempre.
Hoy, Día de los Padres, nuestra bendición a todos ellos.
Paz y bien. hnojoemar@gmail.com