Editorial
Las batallas que el capitán no
quiere ver. Mientras el país está en vilo, aún paralizado por la arremetida del coronavirus, que hirió de muerte a miles de empresas, sacudió el sistema de educación formal, privó de contactos a familias y amigos y mostró la cara más miserable de los corruptos que no desaprovechan una oportunidad de enriquecerse a costa de lo que sea, en el mismo ámbito de la salud hay otros campos de batalla mucho más privados y terriblemente dolorosos para los afectados y sus seres queridos. Permanecen casi ocultos ante la opinión pública, y sus estadísticas no son promocionadas en las redes sociales, donde últimamente algunos informes se festejan o abuchean como goles en un partido. Ellos pelean solos y pertenecen a un grupo de la población históricamente abandonado en su sufrimiento. Hablamos de los enfermos oncológicos. Desde que se declaró la pandemia, en nuestro país fallecieron once personas de ese grupo por falta de medicamentos. Estas son las batallas que el capitán, como llaman al ministro Julio Mazzoleni, y su equipo eligen ignorar.
Mientras el país está en vilo, aún paralizado por la arremetida del coronavirus, que hirió de muerte a miles de empresas, sacudió el sistema de educación formal, privó de contactos a familias y amigos y mostró la cara más miserable de los corruptos que no desaprovechan una oportunidad de enriquecerse a costa de lo que sea, en el mismo ámbito de la salud hay otros campos de batalla mucho más privados y terriblemente dolorosos para los afectados y sus seres queridos. Permanecen casi ocultos ante la opinión pública, y sus estadísticas no son promocionadas en las redes sociales, donde últimamente algunos informes se festejan o abuchean como goles en un partido. Ellos pelean solos y pertenecen a un grupo de la población históricamente abandonado en su sufrimiento. Hablamos de los pacientes oncológicos, que en nuestro país no solo deben enfrentarse a una cruel enfermedad, sino que a la par deben afrontar duras batallas para conseguir atención de calidad y medicamentos de difícil acceso y cuyos precios destrozan las finanzas de cualquier familia, cuando no son directamente prohibitivos. De acuerdo a un reporte de la Dirección de Vigilancia de la Salud, cada día se registran en Paraguay más de 60 muertes, que no son motivadas por el covid-19. La primera causa son las enfermedades del sistema respiratorio; la segunda en lo que va del año 2020 son los tumores, y en tercer lugar figuran las enfermedades cerebrovasculares. En resumidas cuentas, las enfermedades no transmisibles y los accidentes son las que más decesos ocasionan. Y muchas de estas muertes se pueden prevenir. Pero cuando la enfermedad está instalada, lo que se requiere es toda la asistencia posible. Según declaró a los medios de comunicación Juana Moreno, secretaria de la Asociación de Pacientes con Cáncer y Familiares (Apacfa), desde que se declaró la pandemia de coronavirus, en marzo pasado, en Paraguay fallecieron 20 personas de ese grupo como “consecuencia de la falta de medicamentos”. Muchos de ellos se vieron obligados a iniciar causas judiciales para obtener las drogas, pero aun así no pudieron recibirlas. Y sus historias terminaron de la peor manera.
Estas son las batallas que el capitán, como llaman al ministro de Salud, Julio Mazzoleni –en alusión a su rango de capitán de corbeta de Sanidad–, y su equipo eligen ignorar. No ven a los enfermos de cáncer que se encadenan para llamar la atención. Ignoran a aquellos que en lugar de estar siguiendo sus tratamientos se encuentran, con toda su vulnerabilidad, asumiendo riesgos y clamando a gritos en las calles, de manera desesperada, los medicamentos que el Estado no les provee. En esas manifestaciones se los puede ver con carteles que llevan leyendas como: “No solo el covid mata, el cáncer también”, y otros con palabras como pembrolizumab, que suenan complicadas y lejanas para la inmensa mayoría, pero que para los enfermos son la diferencia entre la vida y la muerte. El viceministro de Rectoría y Vigilancia de la Salud, Julio Rolón Vicioso, y su jefe Mazzoleni aseguraron que ya se habían librado cheques para comprar algunos de esos medicamentos y que esta semana los enfermos podrían contar con las primeras dosis que necesitan con desesperación, con lo cual se ganaría tiempo hasta hacer una compra mayor, que no queda claro por qué no se hizo antes si está presupuestada. Dirán que se puso el foco en el coronavirus. Pero eso no es excusa válida, primero porque se sabe perfectamente que en lo que respecta a la administración de recursos, la compra de insumos para enfrentar la pandemia fue un fiasco gigante y, segundo, porque como profesionales del ámbito de la salud han de saber que los cánceres de los pacientes no remitirían, por obra y gracia de algún poder sobrenatural, solo porque existe un virus en circulación. Todo lo contrario, y más importante que nunca es asegurarse de que quienes tienen condiciones de salud de base se encuentren en la mejor situación posible y con las defensas altas para sortear con éxito un eventual contagio. El cumplimiento de este compromiso a corto plazo aún está pendiente. Y de todas maneras, según reconocieron las autoridades sanitarias, esa no es la respuesta que se necesita a largo plazo, ya que deben hacerse compras importantes, que a esta altura del año siguen inexplicablemente pendientes como producto de una pésima gestión. El principal problema es que tiempo es precisamente de lo que carecen las personas con cáncer. Esta situación revela una cruda realidad: la indolencia o simplemente la ineptitud de los administradores, que ni siquiera ejecutan el presupuesto disponible. No por prevenir o combatir una peste se debe ignorar y dejar de lado a quienes hoy luchan contra una realidad concreta que carcome su existencia con el correr de las horas. Para eso el Ministerio de Salud está dividido en sectores bien específicos, con sus áreas de influencia y acción determinadas. Los funcionarios a quienes les atañe cuidar de las personas con cáncer nunca deben perder la sensibilidad ni la empatía. Y el día que dejen de comprender el dolor de los enfermos que piden una oportunidad de seguir viviendo, o al menos de vivir lo que les queda con la mejor calidad posible, es el día en que deberán recoger sus cosas, irse a sus casas y hacer lugar para que esos cargos sean ocupados por otros funcionarios más eficientes, más comprometidos, más sensibles; en fin, más humanos.