Merecidamente solo.
El presidente Mario Abdo Benítez está viendo cómo, delante de sus ojos y a gran velocidad, se derrumba lo que era su base de sustentación política. Sus antiguos amigos lo abandonan, no logra nuevos amigos, los neutrales lo perciben cada vez más como un irresoluto peligroso. Esa es, en efecto, la imagen que proyecta Abdo Benítez: un presidente que tarda enormemente en tomar decisiones que son urgentes, que las toma teniendo miedo de tomarlas, y que, demasiadas veces, simplemente no lo las toma, no decide. Un timorato no puede ser presidente, porque, entre otras cosas, las decisiones que toma no se basan en la búsqueda del bien común de más de siete millones de paraguayos, sino en satisfacer a los que le amenazan y protegerse a sí mismo de las amenazas. ¿Cómo no va a perder base de sustentación política un presidente así?
El presidente Mario Abdo Benítez está viendo cómo, delante de sus ojos y a gran velocidad, se derrumba lo que era su base de sustentación política. Sus antiguos amigos lo abandonan, no logra nuevos amigos, los neutrales lo perciben cada vez más como un irresoluto peligroso.
Esa es, en efecto, la imagen que proyecta Abdo Benítez: un presidente que tarda enormemente en tomar decisiones que son urgentes, que las toma teniendo miedo de tomarlas, y que, demasiadas veces, simplemente no las toma, no decide.
Luego, no es fiable para sus amigos, no convence a los que pueden serlo, decepciona a los neutros y solo beneficia a los enemigos de la democracia paraguaya.
Marito construyó una identidad política como alternativa a Horacio Cartes. Se presentó como la garantía del funcionamiento de nuestras instituciones políticas ante el asalto autoritario de las fuerzas retardatarias lideradas por el expresidente, cuyo programa es concentrar el poder para mantener sus vidriosos negocios protegidos por la impunidad.
Construyendo esa identidad, Marito logró que una mayoría poderosa de la Asociación Nacional Republicana se sumara a su cruzada democrática y, todavía más, logró la confianza de sendas mayorías, en ese partido y en la República, en los procesos electorales en los que participó con esa identidad.
Pero desde el 15 de agosto de 2018, fecha en que asumió la presidencia de la República, mostró más rápido de lo esperable que aquella identidad no tenía sustancia y que, si alguna vez fue auténtica, no logró permear el carácter del presidente ni prestarle el vigor que exige el cargo.
Hay elementos suficientes para pensar que la identidad electoral de Marito se quedó en eso, una máscara vacía. Evidenciando miedo a quedarse sin sustento se acercó al hombre que amenaza más que nadie a las instituciones, Horacio Cartes, con una política complaciente en la que le fue cediendo, escalón por escalón, la suma del poder.
Empezó entregándole la Fiscalía General en la persona de la candidata Sandra Quiñónez. Siguió impidiendo correcciones imperativas en el dispositivo de combate al lavado de dinero, para no molestar a los que con el producto del contrabando compran cigarrillos de la tabacalera de Cartes; no cambió a piezas claves del aparato de inteligencia y de seguridad del Estado manteniendo en ellos a leales al expresidente y últimamente le entregó la mayoría de la Corte Suprema prestando su acuerdo para César Diesel.
Un timorato no puede ser presidente, un cobarde no puede ser presidente. Entre otras cosas, porque las decisiones que toma no se basan en la búsqueda del bien común de más de siete millones de paraguayos, sino en satisfacer a los que le amenazan y protegerse a sí mismo de las amenazas.
Las decisiones institucionales de Marito están llevando a la República a una crisis de dimensiones épicas, pues la mayor parte de sus instituciones han sido cedidas a su antecesor, cuyo programa autoritario es destruir la democracia y perpetuarse en el poder, en la impunidad y en el aprovechamiento indefinido del Gobierno para beneficio propio.
La indecisión de Abdo en temas económicos es equiparable, retaceando recursos para la atención de la salud durante la pandemia de covid-19 o para la recuperación pospandemia para que no se enojen sus amigos, o quienes tienen fuerza para amenazarlo.
Ahí siguen guardados alrededor de quinientos millones de dólares que el pueblo paraguayo puso para atender su salud, porque los amigos del presidente protagonizaron una pelea mafiosa para ver cuál de ellos se quedaba con el negocio de las compras.
El gobierno se niega a establecer un sistema digno de crédito público, para que no se enojen las financieras que rodean al ministro de Hacienda y al presidente del Banco Central, mientras ochocientas cuarenta y cinco mil pequeñas, medianas y grandes empresas se asfixian con la paralización de la economía decretada en marzo por Marito.
¿Cómo no va a perder base de sustentación política un presidente así? Sería ilógico que cualquiera que tenga en alguna estima su propio futuro y el futuro del Paraguay asocie su suerte a una persona que por cobardía o por complicidad se niega tozudamente a enfrentarse a los problemas de la República.