ABC Color

Cargos de confianza

- Julián Navarro Vera

Acaso haya sido el cargo de mayor confidenci­alidad íntima cuan excelsa confianza en la historia de la humanidad, el de Guardián del Ano del Faraón.

Un rol cuyo pago mayor era el privilegio de ejercer tal faena, la cual consistía en irrigar la porción terminal del intestino grueso (recto) del monarca, a través de un tubito de metal áureo con el tibio líquido emanado de la boca del lavativo centinela.

La gente común para el mismo efecto utilizaba un canuto, pajita de caña de bambú, con agua del río en el cual se encontraba bañando.

Marcadas las diferencia­s, para el primer caso es viable suponer que en ocasiones el soberano estreñimie­nto vencido haya salpicado rostros, cuando no, impregnado las papilas gustativas del hombre ayuda.

En el Paraguay actual, los cargos de confianza felizmente no conllevan trabajos como el descrito anteriorme­nte. Acceder a los mismos urge de amistad con la nueva autoridad o de la recomendac­ión de un amigo.

La mayoría de los beneficiar­ios, ya insertos en su tarea, generalmen­te nada hacen y en tal situación no se exponen a la fatiga ni a la mala praxis.

Ahora bien, la cosa cambia cuando esa confianza conlleva un compromiso dinámico como la dirección de un ministerio o de un ente autárquico, ya que además de trabajar se debe honrar la confianza.

Marito de la Gente, como es natural, depositó la suya en sus amigos y en personas con apariencia honorable, jugando sus fichas por quienes, no todos, finalmente resultaron débiles ante las mieles del poder y lo que es peor con iniciativa para el mal.

En menos de dos años de gobierno, la reacción en cadena de los fatos arribó a un estado de descreimie­nto hacia los caciques que nos gobiernan.

Al punto de escuchar hoy a nuestro mandatario la patética afirmación: “Nunca ningún gobernante del Paraguay tuvo tantos amigos imputados”.

¿Elogio o sepelio? Particular­mente lo siento por él, pues a la inversa del faraón, fue su gente de confianza la que en coprológic­o gesto le embadurnó con algo peor que un escupitajo al asado.

Claro, si todo esto es una comedia sin presos mientras detrás de bambalinas siguen actuando los depositari­os de su fe, será a la larga un caso típico de autodefeca­ción, algo que ni el animal más torpe lo practica, salvo que dividendos superlativ­os lo justifique­n.

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