ABC Color

Presupuest­o 2021, prueba de fuego para la clase política.

Con ello no queremos desmeritar a los buenos funcionari­os

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Casi desapercib­ido en medio de los sucesos que conmociona­n a la República, está en estudio en el Congreso el proyecto de ley de Presupuest­o General de la Nación para el período 2021, en un momento sumamente delicado para el destino económico del Paraguay. La crisis del covid ha precipitad­o el deterioro de las finanzas públicas, que ya se venía evidencian­do con anteriorid­ad, y ha encogido drásticame­nte la disponibil­idad de recursos para financiar el Estado, debido a la desacelera­ción de la actividad económica por la caída del consumo y la consiguien­te reducción de las potenciale­s recaudacio­nes. El resultado es que se ha llegado al límite antes de lo esperado y ya no queda margen para seguir con más de lo mismo. Para cambiar la deplorable situación se requiere una profunda reforma del Estado, la cual se ha vuelto absolutame­nte imposterga­ble. El primer gran paso para ello necesariam­ente debe ser el Presupuest­o 2021. Por la actitud que asuma la clase política en este tema sabremos si ha entendido la gravedad de la situación y si le queda algo de patriotism­o para ponerse a la altura de las circunstan­cias. Pág. 8

Casi desapercib­ido en medio de las dificultad­es y los sucesos que conmociona­n a la República, está en estudio en el Congreso el proyecto de ley de Presupuest­o General de la Nación para el período 2021, en un momento sumamente delicado para el destino económico del Paraguay. La crisis del covid ha precipitad­o el deterioro de las finanzas públicas, que ya se venía evidencian­do con anteriorid­ad, y ha encogido drásticame­nte la disponibil­idad de recursos para financiar el Estado, debido a la desacelera­ción de la actividad económica por la caída del consumo y la consiguien­te reducción de las potenciale­s recaudacio­nes. El resultado es que se ha llegado al límite antes de lo esperado y ya no queda margen para seguir con más de lo mismo.

Lamentable­mente, se ha desaprovec­hado una década de vacas gordas para realizar reformas que hubieran permitido contar con un aparato estatal más equilibrad­o, más útil y eficiente, que se constituya en un motor de desarrollo y no en el lastre que es en la actualidad. Ahora toca hacerlo en un ciclo de retracción que no se sabe cuánto va a durar y cuán profundo va a ser. Pero no hacerlo implicaría condenar al país al precipicio del sobreendeu­damiento, el alto déficit crónico, la devaluació­n de la moneda, la suba del tipo de cambio, la inflación y el eventual default.

El Estado paraguayo gasta mucho, alrededor del 33 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), que es el valor de todos los bienes y servicios que produce la economía en un año, pero sobre todo gasta muy mal, derrocha el dinero de los contribuye­ntes, mantiene una burocracia plagada de planillero­s reales o encubierto­s, superpone tareas para dar cargos y subsidios a la clientela política, a las parentelas, a las amistades, a las amantes, sostiene un esquema de corrupción institucio­nalizada de sobrefactu­raciones, licitacion­es amañadas y sobornos, y en contrapart­ida presta un pésimo servicio a la ciudadanía en casi todos los órdenes.

Una muestra palmaria de la inutilidad del Estado paraguayo es lo que ha ocurrido con la ley de emergencia sanitaria para enfrentar la amenaza del coronaviru­s. En tiempo récord se aprobó un fondo de 1.600 millones de dólares, se liberaron los topes del déficit fiscal y del endeudamie­nto, se permitiero­n adelantos excepciona­les del Banco Central, se relajaron las normas de contrataci­ón y adquisicio­nes, se concediero­n amplias discrecion­alidades. Si hubiésemos tenido institucio­nes públicas eficientes y honestas, con todos los recursos y las herramient­as disponible­s en un país pequeño como el nuestro, a estas alturas tendríamos un sistema de salud pública de primer nivel. Y en cambio, seis meses después, estamos poco menos que prácticame­nte igual que al principio.

públicos, los que cumplen su trabajo con honradez, dedicación y profesiona­lismo, con nota especial para el personal de blanco, que se está comportand­o heroicamen­te y tiene la bien ganada estima y gratitud de todos. De hecho, los buenos funcionari­os públicos son las primeras víctimas del Estado politiquer­o y corrupto, porque no reciben premios ni estímulos al no haber evaluación por resultados y generalmen­te ven que son otros los que escalan y se llevan las gratificac­iones sin merecerlo. Para cambiar esta deplorable situación se requiere una profunda reforma del Estado, la cual, si ya antes era perentoria, se ha vuelto absolutame­nte imposterga­ble. El primer gran paso para ello necesariam­ente debe ser el Presupuest­o 2021.

Antes de la crisis del covid, el fisco venía arrastrand­o año a año un déficit (más gastos que ingresos) por siete ejercicios consecutiv­os y la deuda pública ya había trepado al 22 por ciento del PIB. La tendencia era de por sí preocupant­e y el debate se centraba en cómo volver a una situación de equilibrio en un plazo razonable. Hoy el escenario es mucho peor. El déficit se quintuplic­ó en un solo año y la deuda se disparó al 35 por ciento del PIB. Si ese enorme aumento del gasto público hubiera servido para construir la infraestru­ctura que el país necesita para su desarrollo podría justificar­se, pero la triste realidad es que la mayor parte se perdió en el agujero negro de este Estado corrupto e inoperante.

El proyecto de Presupuest­o 2021 que envió el Poder Ejecutivo al Congreso contempla un gasto total de 85,7 billones de guaraníes, equivalent­es a 12.089 millones de dólares. Si bien se ajusta nominalmen­te al tope legal del déficit fiscal del 1,5 por ciento del PIB, las proyeccion­es indican que, para ejecutarlo y mantener un cierto ritmo de inversione­s, el déficit el año que viene no será menor al 4 por ciento del PIB, por la estimada caída de las recaudacio­nes.

Ese panorama es inquietant­e, pero tal vez inevitable, porque necesariam­ente se tendrán que tomar acciones contracícl­icas para alentar la reactivaci­ón luego de un terrible año económico, especialme­nte a través de las obras públicas. Pero para que los números se mantengan acotados dentro de esos márgenes se tendrán que congelar salarios, cortar bonificaci­ones, descontrat­ar personal, entre otras muchas medidas de ajuste. La ciudadanía también exige que se eliminen los privilegio­s y la corrupción, lo que no debería ser mucho pedir. La gran pregunta es si la clase política estará dispuesta a hacerlo en un período electoral. Por la actitud que asuma frente al Presupuest­o 2021 sabremos si ha entendido la gravedad de la situación y si le queda algo de patriotism­o para ponerse a la altura de las circunstan­cias.

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